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martes, octubre 1, 2024
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Recuerdo

Si yo estaba flaco, me la ganaba. Además, por alto, se le notaba más. Si le hubiera puesto bigotazo y armadura, sería la misma estampa de Don Quijote de la Mancha. La gran diferencia era su piel morena. Su nariz parecía copia del personaje. Tenía el pelo negro y se lo peinaba con vaselina. Seguramente Palmolive o Jockey Club, entonces las más populares y por eso usadas. Siempre andaba muy limpiecito. Era atento en clases y cumplido con tareas. Por su estatura tenía el pupitre al fondo del salón y por lo chaparro aterricé en primera fila.

Estábamos en el mismo grado de la academia comercial allá por los años 49 y 50. Nunca le escuché una maldición. Pero se enojaba y durante mucho tiempo tragaba el coraje cuando los demás compañeros lo vacilaban. A veces se le rasaban los ojos pero nunca lloraba. Otras, apretaba fuertemente la quijada, los labios y lanzaba una mirada de exterminio. Había unos malosos a la hora del recreo. No le decían nada. Pero se arremolinaban para secretearse señalándolo con el dedo. Creo que eso le calaba más. Dos que tres veces le dije “no les hagas caso, mándalos a la fregada”. Simplemente me contestaba con una media sonrisa como de agradecimiento. José Natividad se llamaba.

Una tarde, ya empezando la penumbra, salíamos de clase y no se aguantó. Me sorprendió. Ni siquiera me moví. Si alguien hubiera puesto sus dedos bajo mi barbilla y empujara hacia arriba, me habría cerrado la boca. Es que un amigo le gritó desde media calle “¿q’uihubo ‘jotito’?” seguido de un “…¿no va a venir mamita por la nena?”. Imposible olvidarlo. Puso cuadernos y libros cuidadosamente en la banqueta. Pegaditos a la pared. Empezó a correr como si fuera una arrancada de cien metros planos. Alcanzó y tumbó al gritón. Volaron sus útiles escolares. Ni siquiera se la esperaba. Le puso tal moquetiza que para empezar lo atarantó. Todos veíamos el pleito desde lejecitos. El atacado pudo levantarse. Pero no lo hubiera hecho. La tunda siguió y terminó hasta cuando el gritón alzó los brazos con un “…ya no, ya no, ya estuvo suave”. Sangraba por la nariz. “¿Vas a volverme a gritar jotito?”. Un inmediato “no” muy a fuerzas sonó a clemencia y promesa. Luego se volteó enfurecido y nos dijo “¿..alguno de ustedes vuelve a burlarse de mí diciéndome ‘jotito’?”. Fueron elocuentes el silencio y algunos meneando la cabeza de un lado. Sacó su peine y acomodó la cabellera. Se sacudió el polvo fajándose bien la camisa. Caminó hacia donde dejó sus libros. Los recogió y se fue.

Me cayó bien. Luego entendí su gesto. No solamente reconocía su condición. También demostró que no iba a permitir burlas. Y desde entonces, jamás las hubo. Poco a poco se fue olvidando el incidente y de paso dejó de ser el apuntado por los dedos o el motivo de los secreteos. Terminamos los estudios todos bien camaradas. Hasta el aturdido a golpes. Poco tiempo después supe que estaba trabajando de auxiliar de contabilidad en una tienda de ropa. Le iba muy bien. Luego le perdí la pista.

Recordé a José Natividad a propósito de un artículo en El País de España. Jerónimo Saavedra es senador del grupo socialista. Antes, Ministro en las Administraciones Públicas y Educación. También, Presidente del Gobierno de Canarias. La del 28 de agosto fue una noche terrible para este personaje. Policías de la Guardia Civil se presentaron a su residencia. Exactamente el 28 de agosto reciente. Le informaron lo inesperado y estremecedor. Su compañero, su pareja sentimental, acababa de morir en un accidente de tránsito. En ese momento y públicamente, a su currículum, debió agregar el de homosexual.

Jerónimo debe tener unos 45 o 50 años según le calculo por la foto que publicó el diario español. Robusto. Entrecano. Nariz recta. Mirada que refleja sinceridad. Acusa la aparición de “papada”, pero como muchos de sus compatriotas, viste elegante. Tuvo una actitud que me recordó a José Natividad. Cuando todo mundo hablaba del accidente, del compañero, de la pareja, el Senador aprovechó el Festival de Cine Gay y Lésbico. En la Universidad Autónoma de Barcelona y con su discurso inauguró la sección llamada significativamente “Salir del Armario”. Y allí, el senador reconoció públicamente su condición. Sin tapujos.

Hubo quienes calificaron sus palabras como una “confesión”. El senador se adelantó no negando la relación con su pareja muerta en el percance. Me imagino la expectación antes de oírlo y la admiración al escucharlo. Todo un notable político explicando: “…para mí este cambio de actitud ha supuesto una pequeña victoria de la tolerancia y quizá de algo más. Del reconocimiento de la autenticidad y la coherencia entre lo que se piensa y cómo se vive”. Luego pronunció una frase demoledora y llena de sarcasmo: “…si todos fuesen auténticos, nadie tendría que salir del armario”. Y, reconocer la propia homosexualidad es “…una actitud que ayuda a que la gente se sienta liberada y se acepte a sí misma”.

El diario lo describió “sonriente, con la cara sonrojada por el sol que sigue brillando en el otoño barcelonés y con ganas de hablar”. Y vaya que lo hizo: “Si todos fuéramos más sinceros, si se viera con mucha más naturalidad todo este proceso, los psicólogos estarían mucho menos ocupados”.

La presentación del senador en la Universidad sucedió también después de una fuerte crítica. La hizo el abogado de la Universidad Pompeu de Fabra en Barcelona. Reclamó públicamente la clausura de una discoteca cercana a los planteles, “…porque sus clientes son mayoritariamente homosexuales”. A esto el senador hizo una referencia que fue interpretada como respuesta obvia: “…la Universidad ha sido un depósito de inteligencia a lo largo de la historia de la humanidad. Si en la Universidad no se practica la tolerancia ¿dónde se practica entonces?”. Luego hizo otra revelación. Consideró como “un gesto de normalidad” el hecho de que Klaus Wowereit, alcalde en Berlín, sea un homosexual reconocido. Enseguida sentenció virtualmente a sus críticos y a quienes reprueban esa condición: “Quien es intolerante en este terreno, lo es también en todos los aspectos de la vida, porque refleja su incapacidad para el diálogo y para aceptar la diferencia”.

Su actitud me hizo volver al pasado. A la tarde aquella que entraba a la penumbra y José Natividad le dio una moquetiza al condiscípulo burlesco. Luego cuando volteó retador hacia nosotros: “¿Alguno de ustedes vuelve a burlarse de mi diciéndome ‘jotito’?”.

 

Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez en noviembre de 2001.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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