La Glorieta de la Palma fue el lugar que escogimos para vernos a primera hora, sabíamos que el inicio de la marcha estaba programado a la altura del Museo de Antropología e Historia, pero la idea era ubicarnos al frente del contingente y así acompañarlo hasta el Zócalo. Cuando apenas llegábamos, él iba pasando justo en frente de nosotros, como pude, me abrí paso entre la gente, quería verlo para adivinar en su rostro la fortaleza de su espíritu en esos días aciagos. Me aproximé tanto que terminé haciendo con mis brazos dos candados cerrados a los brazos de un grupo de muchachos que improvisadamente hacían las veces de guardias de seguridad, pronto descubrí que teníamos que empujar a la multitud para generar un espacio que le permitiera caminar; aquello era extenuante porque miles de personar querían tocarlo, abrazarlo, decirle que no estaba solo. De empujar tanto, a la altura de Reforma y Juárez, no pude más y con mucho esfuerzo me solté del candado y escapé de aquel círculo, me siguieron dos muchachos, juntos logramos llegar a unos abarrotes que se encuentran a un costado del edificio de la Lotería Nacional, ahí compramos agua y nos la vaciamos sobre nuestro rostros enrojecidos y sudorosos. Ya no pude llegar hasta el Zócalo, lo lamenté, pues tenía un espacio en el templete de aquel encuentro histórico.
He participado en muchas marchas y mítines, pero ninguno como aquel en el que la ola de ciudadanos que acudieron al momento de inicio del discurso de Andrés Manuel López Obrador, inundaba el primer cuadro de nuestra capital y llegaba hasta el mismo lugar de inicio de la marcha, se calcula que participamos más de un millón de ciudadanos.
Me quedé varado frente a la alameda, observando la enorme creatividad de aquellos ciudadanos que expresaban su indignación con carteles y mantas precursoras de los actuales memes; con esculturas gigantes hechas con huacales de madera. Aquello parecía un carnaval de la democracia en el que el pueblo festejaba burlándose y desafiando a los poderosos.
El desafuero, a mi juicio, es la madre de la corrupción de nuestro sistema político, de la partidocracia que hoy padecemos y del desmoronamiento ético de la clase política mexicana; concretarlo significó la colusión de priistas y panistas, el envilecimiento de personajes antes honorables. Con el desafuero ocurrió la metamorfosis más vergonzosa del Partido Acción Nacional, pues aquel instituto político, impulsor de la democracia, quedó convertido en un cuartel de golpistas. El desafuero manchó la Cámara de Diputados que desde el ungimiento constitucional de Victoriano Huerta, no había cometido otra bajeza semejante. Pero el desafuero también parió al más importante líder político que México ha conocido en los últimos 80 años.
Después de aquella trapacería, AMLO emergió como un símbolo gigante de la idea del cambio democrático y el PRD se consolidó como el único partido legitimado para lograrlo. Por eso es una tragedia el papel que en este histórico 2018 juega el sol azteca, sometido y obediente a su némesis. Dentro del PRD ganó la visión satelital de Los Chuchos, la moderación colaboracionista, el aliancismo de los mediocres, la unión de los enanos, y así perdió el sueño de muchos mexicanos de construir, desde ahí, democracia, justicia y patria para todos. Pero las razones por las que existía el PRD, como agente de cambio, no solo persistieron, sino que se engrosaron con millones de mexicanos indignados por el statu quo que acudieron al llamado de AMLO para crear Morena. Hoy, después de haber marchado en aquel desafuero y dormido en el Zócalo, protestando por el fraude de 2006, muchos experredistas estamos con el honor intacto en otro partido, pero con el mismo líder y el mismo propósito democrático. ¿Y qué creen? ¡Vamos a ganar y ya nada pueden hacer para evitarlo!
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com