Abrigado por la sierra
luce mi pueblo querido,
entre lomas y mesitas
al pie de los viejos pinos.
El águila se pasea
por ese lugar divino,
bajo el cielo tan azul
que al alma roba un suspiro.
El jilguero en el peñón
trina su canto más triste,
pues se va alejando la sierra
y nadie se lo prohíbe.
El aire se siente denso
mientras se mueren los pinos,
y el aroma ya no es dulce
en aquel rincón bendito.
En el recuerdo se quedan
los empedrados de antaño,
las arboledas divinas
en las laderas y llanos.
Mi pueblo al pie de la sierra
luce pálido y desnudo,
y las aves ya no cantan
por ese mortal conjuro.
Hacen falta sentimientos
en el alma de la gente,
para que nunca despojen
al pueblo de sus caireles.
Los hilos de plata bajan
doloridos y muy tristes,
pues van perdiendo la sombra
en esas laderas grises.
Las golondrinas viajeras
llenas de melancolía,
desconocen estos campos
que tanto les atraía.
Esta tierra es un tesoro
que da dicha al corazón,
con pinos, cedros, y robles
de tan hermosa región.
El aroma de los pinos
llama tus hijos y extraños,
cual singular bendición
de sus laderas y llanos.
¡Que no acabe la belleza
de la sierra de mi pueblo,
porque quiero regresar
a disfrutar de su cielo!
Lourdes P. Cabral
(De su libro “Amor al Amanecer”)
San Diego, California