Era tan bella, tan bella,
que su ser resaltaba
lo que a los hombres dejaba
boquiabiertos, la doncella.
A mí me quitaba el hipo
al mirarla, lujurioso
por su caminar, deseoso
de probar algo tan rico,
extra grande, nada chico,
muy lindo y muy delicioso.
Las mujeres la envidiaban
con destellos de tristeza
y rencor por su belleza,
al pasar lo demostraban;
y unas miradas le echaban,
con unas ojos saltones,
cuchicheando borbotones
de palabras lisonjeras,
murmurantes,
lastimeras,
azoradas por sus dones.
¡Qué hermosura! ¡Qué detalle
del señor!, al otorgarle
tal elegancia y dotarle
un maravilloso talle,
además de su figura,
porque de haberlo querido,
él mismo habría conseguido
una venus de verdad,
redondeando sus caderas
y moldeando su cintura.
José Miguel Ángel Hernández Villanueva.
Correo: jomian1958@hotmail.com
Tijuana, B.C.