Juego de Ojos
Stephen Hawking partió en día hábil y a buena hora para que las redes llevaran la noticia a los confines de la tierra y al más allá, y diera comienzo el proceso de su canonización científica.
Si Dios creó el Universo, Newton lo explicó y Einstein lo ordenó, este profesor pegado a una silla de ruedas y atrapado en un cuerpo deteriorado e inmóvil, lo puso de cabeza.
Nació el 8 de enero de 1942, exactamente 300 años después de Galileo, sincronía que le entusiasmaba explicar. Para la numerología cabalística, también nació 63 años después que Einstein y murió 63 años después de él: 126. Ignoro si este número tiene algún significado.
A los 22 fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrófica y le dieron 24 meses de vida. Pero en vez de ponerse una pistola en la boca y jalar el gatillo, entregarse a la congoja o a la disipación, se dedicó a enriquecer la existencia que se había propuesto en las aulas de la gran universidad de Cambridge.
Vivió 54 años más que el pronóstico y a su muerte deja viuda, exesposa, hijos, nietos, anécdotas que, por fortuna, no todas son científicas, y una explicación del universo en que vivimos que más asemeja un koan zen que una propuesta científica.
¿Un koan zen? Para los no iniciados, es una aporía, un problema que parece absurdo. El ejemplo más familiar a los legos es aquel que dice: “cuando un árbol cae en el bosque, ¿hace ruido si no hay nadie para escucharlo?”
En el caso de Stephen, eso se traduce en la pregunta: “¿Cuándo un hoyo negro no es negro?” La respuesta: “¡Cuando explota!” ¡A ver quién le encuentra la cuadratura a este círculo! Yo ni remotamente pienso intentar una definición cuando hay 79 plumas desde el martes en la madrugada copando todos los espacios para explicar al gran profesor.
Solo diré que mediante la mecánica cuántica, Hawking descubrió que los “hoyos negros” no son en realidad negros, es decir, cavidades cósmicas alucinantes en las que la materia y la luz quedan atrapadas y, según yo, tragadas y expulsadas hacia universos paralelos.
Hawking tuvo una disputa con el físico David Bekenstein, (mexicano de nacimiento, por cierto) sobre la entropía en los hoyos negros. Después de mucho reflexionar encontró que en realidad hay partículas que escapan de tales agujeros. La “radiación Hawking”, como se bautizó el hallazgo, puso de cabeza al conocimiento científico del Universo. Resulta que los “hoyos negros” no son necesariamente exterminadores de la materia, sino que pueden ser en realidad creadores, “o por lo menos recicladores”, como agudamente propone Dennis Overbye en el New York Times.
Las ondas expansivas de tal hallazgo no han cesado desde entonces. En 1978, Hawking concedió que si alguien, por alguna aberración del tiempo y del espacio, se echara de cabeza en un “hoyo negro”, muy probablemente no sobreviviría…“pero, si bien, ni la persona, ni sus átomos regresarían, la masa de su energía sí lo haría”. E hizo esta maravillosa y terrorífica reflexión: “Quizá esto aplique a la totalidad del Universo”, antes de precisar, de la manera juguetona que era su característica, que en todo caso, ese regreso solo tendría lugar “cuando el hoyo negro explote”. Es decir, otro koan zen.
Hawking celebró su 60 aniversario con un paseo en globo aerostático y una carrera en su silla eléctrica que terminó en un aparatoso accidente. A los 65 participó en un vuelo de cero gravedad, algo así como un “martillo” de feria a diez kilómetros de altura y 900 kilómetros por hora, a bordo de un 727.
Se convirtió en una suerte de “Rock Star” científico que tuvo cameos en la película Star Trek, la serie Big Bang Theory y como personaje en Los Simpson, justo al lado del chocoso Homero. El profesor se la pasó bien.
No faltaron las buenas conciencias que lo llamaran a capítulo: “Hombre, profesor, a su edad… y en sus condiciones… caray… prudencia…” ¿Su respuesta? “¡Estoy tullido, no incapacitado!”
Espiga en un racimo que anuda a Copérnico, a Brahe, a Kepler, a Galileo, a Boyle, a Hooke, a Newton, a Einstein y otros que en cualquier época hubiesen sido gigantes, Hawking dio un paso colosal hacia el entendimiento del universo en que vivimos, pero también atizó la pregunta que nació cuando el primer hombre alzó la vista a las estrellas: ¿hay un Dios creador del Universo?
Cuando se matriculó en Oxford, la única materia que realmente le apasionaba era la cosmología, pues su mayor inquietud era “responder a la gran cuestión: “de dónde viene el Universo”. Años después dijo que conocer y entender el Universo sería como entender la mente de Dios. “Lo que quise decir”, precisó casi de inmediato, “es que conoceríamos ‘la mente de Dios’ si comprendiéramos todo lo que Dios sería capaz de entender si acaso existiera. Pero no hay ningún Dios. Soy ateo. La religión cree en los milagros, pero estos no son compatibles con la ciencia”.
A la muerte de Newton, el gran Alexander Pope escribió un epitafio que me parece apropiado para el mausoleo de Stephen Hawking, 300 años después:
Nature and nature’s laws lay hid in night; / God said ‘Let Newton be’ and all was light. (La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche / Dijo Dios ‘que sea Newton’ y todo se hizo luz.)
Hace unas horas, Stephen Hawking supo si Dios existe o no. Lástima que ya no nos lo pueda comunicar.
Para los interesados (en inglés), “Fallece Hawking” en:
https://drive.google.com/file/d/1eSsOHSdY0QxNtMrITtbqizDfjZXzD8ax/view?usp=sharing
Miguel Ángel Sánchez de Armas es periodista radicado en la Ciudad de México. Correo: sanchezdearmas@gmail.com. @juegodeojos – facebook.com/JuegoDeOjos – sanchezdearmas.mx