“Todos son lo mismo: prometen lo que sea para conseguir votos y después no cumplen, ni siquiera te reciben cuando los vas a buscar”. “Al nopal lo van a ver solo cuando tiene tunas; y los políticos solo pasan por las colonias y los pueblos cuando hay campañas”. Así opina el grueso de la población. El abstencionismo electoral, esa apatía y desinterés crecientes de los mexicanos para participar en la política partidaria, particularmente en las elecciones, es un fenómeno que se viene repitiendo en los más recientes procesos electorales y nada indica que vaya a cambiar en a corto plazo. En un informe del portal noticioso RT, se ubicó a México como el campeón del abstencionismo entre los países en los que votar es una obligación y no una opción de los ciudadanos. En nuestra entidad, este desinterés es todavía mayor. En la elección del actual gobernador participó el 39% de los electores; mientras tanto, en las que llevaron a Juan Manuel Gastélum a la presidencia de Tijuana emitieron su voto menos del 32%, por lo que al actual munícipe lo eligieron solo siete de cada 100 empadronados.
La gran mayoría de los mexicanos está abrumada por sus problemas. La Facultad de Economía de la UNAM sostiene que el poder adquisitivo de los mexicanos ha caído un 80% en los últimos 30 años; por lo que en los años 80, ganando un salario mínimo, con cuatro horas de trabajo, se compraba la canasta alimenticia, mientras que ahora no bastan ni 24 horas. La inmensa mayoría de los mexicanos vive preocupado por garantizarse la supervivencia, pues más de 50 millones no tuvieron dinero suficiente, el año pasado, para comprar una canasta básica debido a la inflación y a los bajos salarios. Lo deseable sería que esa catarata de males sociales que cae sobre las espaldas del pueblo, se canalizara a generar un mayor interés de la población en los asuntos públicos, a organizarse y a participar masiva y activamente para cambiar el rumbo del país; pero los problemas que la agobian, el cansancio laboral que la vence y los medios que la manipulan y enajenan, se suman al desengaño por los gobernantes en funciones.
¿Cómo, en estas condiciones, entusiasmarse por los discursos y promesas de las actuales campañas? ¿Cómo diferenciarlos si todos los partidos esconden lo que por definición deberían ser, es decir, representantes de una clase social, fracción de clase, estrato o simple grupo con intereses económicos y políticos comunes, cuyo propósito central es la conquista del poder político? ¿Cómo decidirse por alguno si todos pretenden conquistar votos diciéndose representantes de todos los intereses, de moros y cristianos, de tirios y troyanos? El ejemplo más revelador de esta conducta oportunista, interesada en ganar el poder a costa de lo que sea, es el caso de Morena que, con el pretexto de ser “incluyente”, suma a diablos rojos, amarillos o azules, lo mismo que a desacreditados personeros del charrismo sindical más rapaz como Elba Esther Gordillo y Napoleón Gómez Urrutia, que con solo saludar al candidato morenista se convierten en blancas palomitas, en representantes, tan solo con ese solo toque purificador “de la más auténtica democracia y de los intereses más genuinos del pueblo”. ¿Cómo elegir, si no solo son iguales en el discurso y en los personajes que presentan como sus candidatos -pues en una elección aparecen con un partido y a la siguiente con otro-, sino que cuando son gobierno, se comportan como el mismo carácter faccioso e idénticos autoritarismo y soberbia?
Para muestra basta un botón. El gobierno del panista Carlos Mendoza, en Baja California Sur; lo mismo que el de la gobernadora priista Claudia Pavlovich, en Sonora, no solo se niegan a atender a miles de campesinos y vecinos de colonias populares que les demandan servicios básicos y diversos apoyos sociales que de por sí forman parte de sus respectivos planes de gobierno, sino que pretenden escamotear recursos gestionados a nivel federal por el Movimiento Antorchista y que llegaron etiquetados para la realización de obras específicas en esas entidades. Ambos, a piedra y lodo, cierran sus oficinas cuando acuden los quejosos a demandar solución; los dos, con elementos policíacos, cierran el paso a pacíficas comisiones representativas. Desde estas líneas me sumo a los que demandamos el cese de la política como el arte de la impostura, así como a los reclamos de atención y solución de nuestros hermanos de Baja California Sur y Sonora.
Ignacio Acosta Montes es coordinador en el estado y la zona noroeste del Movimiento Antorchista. Correo: ignacio.acostam@mail.com