Están cerquita del burdelerío. Por eso cuando los construyeron fueron de paso. Y en muchos ni siquiera hacía falta llevar pareja. La apetencia del placer obligó a los congaleros seguir la máxima comercial: “Lo que el cliente pida”. Y así tenían cada cuarto con, o en el “lobby” amor para escoger y comprar. Desde hace tantos años se sabe. Ir a esos hoteles es como como entrar a una licorería: no le venden zapatos, tapetes o automóviles. Naturalmente si todo mundo está enterado la policía también. Sus jefes ni se diga. El presidente municipal más todavía. El gobernador desde cuando era candidato y al presidente de la República le llegaban informes.
Así los mesones de la sensualidad fueron desde entonces punto de referencia: Una “lana” para el policía. Otra del dueño al jefe de los uniformados. Más grandecita enviada por los cantineros a la Presidencia Municipal. Y de prostibuleros para el gobernador. Naturalmente, “con cargo” a la pobre mujer que como dijo el poeta Lara “…perdida, porque al fango rodaste al no tener cariño que te diera ilusión”.
Nada de rentar cuartos para toda la noche. Un ratito y “a la porra”. Cada habitación produce por jornada más alquiler que el de lujoso aposento en hotel de cinco estrellas. Abunda la suciedad. Ni de casualidad le dan una pasadita con escoba. Cucarachas y ratones se cruzan en su veloz andar, asustados por el rechinido de las camas. Hay algunos hoteles pegaditos a la frontera con Estados Unidos. Calle tijuanense de por medio. Otros a dos, tres cuadras. Y los hay de cinco, seis pisos.
Lo curioso fue cuando construyeron algunos en barriadas. Y en lugares no precisamente turísticos. Más de llamar la atención: Siempre llenos. Pero ya no era entradero y salidero de parejas y disparejas. Los cuartos se retacan con cuanto cristiano o cristiana es posible. Diez, quince, veinte. Muchas veces de pie y hasta con dificultades para pasar al baño. Por eso los hoteles de paso dejaron de serlo y se convirtieron en refugio de aspirantes a indocumentados. Sin diferencia para la policía y autoridades. Siguen recibiendo su parte. Nada más que ahora aumenta la distribución. También para los de Migración. Claro, si antes la cortesana era pagana, ahora son la bola de hombres y mujeres que vienen de todos los continentes.
Hace como dos meses estaba en el aeropuerto internacional “Benito Juárez” de la capital mexicana. Sentado en la proximidad para arribar Aeroméxico rumbo a Tijuana. Cada vez cuando lo hago me da tristeza. Llegan los paisanos del sureste formaditos. Uno tras otro. Como niños de escuela. Abriéndoles paso el “pollero” con la ristra de boletos en la mano. El empleado de la línea aérea en lugar de anunciar como es costumbre “…pasajeros en primera clase por adelante. Luego de la fila tanto a la fila tanto. Y así”. No. Me sorprendió: “Todos los pasajeros procedentes de Oaxaca formar una fila para que aborden primero”.
Un señor en clase ejecutiva protestó. De nada le valió. Cercano como estaba volteó a verme: “También estos de Aeroméxico reciben su mordida. Nada más eso nos faltaba”.
Lo mismo me pasó cuando viajé rumbo a Tijuana desde Guadalajara, Zacatecas, Aguascalientes, León y Morelia. Los he visto subirse al avión. Sentarse en donde encuentran. No saben que cada pasajero tiene su espacio. Ignoran cómo abrocharse el cinturón de seguridad. Y me ha tocado verlos cuando tiemblan de miedo al despegar la nave. “Odio estos vuelos a Tijuana”, me dijo otra vez rezongona una aeromoza. Es que alguien puso en el compartimiento de equipaje una caja de cartón. Pero adentro llevaba un frasco repleto de chiles en vinagre preparados en casa. Se desparramaron. Nos salpicó. “Señor, está prohibido traer eso. Me lo voy a llevar y al llegar se lo entrego”, le dijo la azafata enojada mientras limpiaba al regadero. Cincuentón, flaco, más prieto por la asoleada que por herencia. Correoso. Molacho. Bigotes tapándole los labios y sombrero enterregado solo alcanzó a decir y más o menos lo recuerdo: “…el señor que nos va a pasar al otro lado nos dijo ‘pos llévense cuanto quieran’ y por eso”.
Y cuando llega uno a Tijuana. A todo con cara de sureño, centro o sudamericano los detiene Migración. Al rato quedan libres milagrosamente. La mayoría no traen equipaje. Salen igual: Formaditos. Alguien está esperándolos. Y al rato están pisando suelo estadounidense. Sucede aparte en el Aeropuerto Internacional de Tijuana y terminal de autobuses. Disimuladamente algunas personas se acercan y no a cualquier viajero. Conocen muy bien todo aquel con intenciones de cruzar ilegalmente a Estados Unidos. Les ofrecen “…yo te busco quien te pase”, “…vamos a un hotel para arreglar todo”. “Transporte rápido a la frontera y allí te pones de acuerdo con un amigo”. Los desesperados por irse a Estados Unidos pueden escoger: Pasar a pie entre cerros. Por la playa. El desierto. En auto. Y hasta los llevan al aeropuerto de San Diego para transportarlos a cualquiera ciudad. Como dice la vieja conseja popular: “Según el sapo es la pedrada”. Bueno, se puede llegar a un acuerdo más pronto con los “enganchadores”, que en el cobro para trasladarse en taxi a cierta colonia de la ciudad. También les ofrecen “micas” para pasar la frontera. Muchos que han ido y venido tantas veces y por eso ni falta les hace un “pollero”.
El paso ilegal a Estados Unidos es un negocio tan grande como el narcotráfico. No pueden funcionar sin protección e información policíaca. Por eso me da risa cuando se anuncia en los diarios y telediarios: “Gran golpe de la policía. Descubrieron a ‘polleros’ en la frontera”. La mayoría de esos casos son valores entendidos. Como mafiosos. Muchas veces les consignan con cargos muy débiles. Sus defensores fácilmente los desechan. Salen libres. Y entonces el dinero sucio se desparrama. En Tijuana bastantes “enganchadores” han sido ejecutados por grupos contrarios. Igualito como sucede con los mafiosos. Y nunca se aclaran esos crímenes. Funcionan transportes especiales desde Centroamérica, el sureste, pueblos de Jalisco, Guanajuato y Michoacán.
No hay mexicano que cruce ilegalmente a Estados Unidos y muera perdido. Pero eso sí, sobran los “enganchados” asaltados. Sus mujeres violadas. Muertos en el desierto o congelados en las montañas. Siempre abandonados por los malvados “guías”. La policía conoce todo pero no hace nada. El verde bandera de los dólares es tan cegador como milagroso.
Seguramente los “polleros” están contentísimos con eso de ampliar el aeropuerto de la capital. Les facilitará su “trabajo”. Y los ejecutivos de las líneas aéreas estarán super alegres. Más viajes a la frontera. Naturalmente los policías comparten ese jolgorio.
Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado en junio de 2003.