A la mujer dedico este poema
que lucha por lograr todos sus sueños,
a pesar de las rejas y cadenas
que la tienen sumisa sin derechos.
Admiro su valor y disciplina
al asistir a clases por la tarde,
después de trabajar con tanta prisa
para poder llegar con tiempo a clase.
Con el rostro sonriente mira al mundo
y sigue caminando paso a paso,
aunque lleve dolor del más impuro
dentro del corazón, como un calvario.
No es fácil encontrar la libertad
cuando hay alguien pisando la cabeza,
para evitar que pueda al fin lograr
los sueños, ilusiones y sus metas.
Es aquella mujer que ha sido madre,
un ser muy bendecido en sus anhelos,
en el alma, un amor dulce y muy grande
por sus hijos que cuida con esmero.
A la mujer dedico este poema
que protege indefensos animales
y levanta la voz siempre en espera
que cuidemos a pájaros y parques.
Son muchas las mujeres preparadas,
que van cambiando al mundo con destreza,
y disfrutan el tiempo que trabajan
porque aman y respetan a su tierra.
Hay muchas que trabajan en la calle
hoteles, restaurantes u oficinas,
pero siempre la fe que no les falte
para que así progrese la familia.
Las mujeres indígenas son muestra
del trabajo pesado y laborioso,
y son orgullo, como realeza,
su vestuario y bordados a su modo.
A la mujer mayor, como a la joven,
hoy quiero dedicarle estas estrofas,
porque son los pilares de una torre,
que sin ellas se iría por la borda.
Lourdes P. Cabral
San Diego, California