Mi padre nació con el siglo 20. Y cómo muchos en San Luis Potosí, se fue a Estados Unidos en 1918. Entonces, ni papeleo para el pasaporte. Todavía no se inventaba eso de los indocumentados. Pidió y le dieron permiso para trabajar. Se avecindó varios años en Chicago. Ahorró, regresó y compró una casa en 400 pesos. A orillas entonces de la Ciudad. Cerca de huertas, sembradíos de maíz, alfalfa y lechuga. Nopales tuneros y magueyes. Nogales y mezquites. Corrales repletos de vacas lecheras. Todo al borde del Río Santiago.
Nunca me dijo mi padre, ni supe, por qué los potosinos desde entonces les gusta irse a Chicago. Mi hermano Sergio también siguió el camino. Allá se casó y nacieron sus hijos. También muchos amigos de la infancia y juventud. Son de esas preferencias para emigrar que terminan en costumbre. Es como los poblanos. Inundaron Nueva York. Quedé asombrado en el 96, cuando el señor Cónsul de México me invitó a una jornada futbolera dominical: ciento y tantos equipos nada más de paisanos y creo que por eso, el cuadro con la Virgen de Guadalupe está notablemente colocado en la Catedral de San Patricio. En 1974 visité Sheboygan, pequeña Ciudad de Wisconsin. Repleta de mexicanos. Ni me los imaginaba. En Los Ángeles hay más zacatecanos que en su tierra. Y en Mexicali o Tijuana abundan sonorenses, michoacanos y sinaloenses.
Al fin, de Culiacán, Osbal López Montenegro se fue al norte. Andaba en los 23 años. Por carretera llegó hasta la frontera, de allí siguió fácilmente a Los Ángeles. Supe que ganaba bien, pero le ganó la nostalgia. Regresó a Tijuana y hasta casa compró: Calle de la Paz 20261, Colonia Buenos Aires. De paso afianzó amistad con dos paisanos, Jesús Natividad Vega y Marco Antonio Pacheco Canedo, empleado de Mariscos Los Arcos.
Era jueves, marzo 4 del 99, cuando todos salieron a divertirse. Subieron al pick-up de Osbal. Nunca regresaron. Desde entonces, nada se sabe del trío. Sus familiares se dieron cuenta. Antes y después de la desaparición anduvieron rondando malencarados. Usaron Grand Marquis azul pálido, Suzuki rojo y van blanca.
Pensando en el secuestro, los parientes esperaron una llamada, reclamando rescate. Al parejo los buscaron por todas partes. Se cansaron de esperar y andar preguntando. No les quedó otra. El 20 de septiembre presentaron una denuncia en la Procuraduría General de Justicia del Estado. Quedó registrada con la serie 8901/00/2000. Un pariente de Osbal me comentó triste. “Desde entonces no han tocado el caso. Allí está archivado”. No lo dijo exactamente, pero dio a entender: “Se lo van a comer los ratones”.
También me informaron de un taxista, amigo de los desaparecidos que cierto día fue a la penitenciaría a visitar a un camarada. Allí, sin conocerlo, le habló el prisionero Jesús Sandoval González. Ni presentaciones o titubeos. Nada más le dijo algo así: “Pedro y Mario Gutiérrez Elenes mataron a tus amigos”. No quiso decir cuándo, dónde ni por qué. Pero si le recomendó “vente el martes a visitarme de 9 a 2 y te contaré”. Naturalmente, el taxista esperó día y hora para apersonarse. Cuando estuvo con Jesús, se estremeció al oírlo más o menos así: “a tus amigos ‘los levantaron’ y ejecutaron por órdenes de ‘El Gilillo’ y ‘El Mayel’ Higuera”.
Al saber eso, los familiares del trío desaparecido salieron de Los Mochis a Tijuana. Confirmaron la existencia de Jesús Sandoval. No era nombre inventado ni prisionero de imaginación. Lo reportaron a la Procuraduría esperaron resultados y les descorazonó la respuesta. “Ya fuimos a verlo. Dijo que no sabe nada”. Por eso regresaron a la Procuraduría para ampliar sus declaraciones. De nada les sirvió. Entonces buscaron y encontraron las oficinas de Contraloría Interna, denunciaron “inactividad en la investigación”. Firmaron el acta 38/02. Puro formulismo. Nada de realidad.
“El Mayel” Ismael Higuera está en “La Palma”. Lo refundieron en marzo del 2000. No creo que volverá a la libertad. Cuando cumpla su sentencia le esperan procesos en Baja California. Y de pilón, la extradición a Estados Unidos. “El Mayel” fue el operador más capaz del Cártel Arellano Félix. Nunca nadie tan preciso. Decidía cómo, cuándo, dónde y a qué horas debían aterrizar, desembarcar o llegar camiones con cocaína y marihuana a Baja California. De Jalisco, Michoacán, Oaxaca, Guerrero y Colombia. Y con esa misma eficiencia, despachaba todo a Estados Unidos. Sin problemas con los guarda-fronteras. Lo más notable de este hombre es que nunca se apropió de un gramo de droga. Le encantaba consumirla. Pero solamente con permiso le daba una pellizcadita a la remesa.
No lo detuvieron por traficar. Oficiales del Ejército le cayeron en lo máximo de una parranda. Estaba en una elegante casona a las afueras de Ensenada. Pasado de copas, coca y en amoríos. Trajo a una novia desde Colombia, pero hasta ella fue detenida en plena faena sexual.
“El Gilillo” es su hermano, suplente ahora en el cártel, pero no tan efectivo. Le han decomisado enormes entregas y remesas. Además, en un principio del relevo, ejecutó limpiamente a dos que tres metidas de pata. Dejó desamparados a varios compañeros y los capturaron. Por su culpa, el Ejército decomisó millones de dólares en efectivo. Hasta descubrieron funcionarios panistas que les ayudaban en Mexicali. “Gilillo” como su hermano es desalmado. Asesino. A unos enemigos los desmenuzaron como en las carnicerías. Otros fueron achicharrados y algunos tirados en basureros o canales de riego. “Gilillo” tiene la etiqueta en Estados Unidos de “los más buscados”. En México, la PGR ni siquiera lo exhibe en foto, solamente los militares persiguen su sombra para pisarla.
Serio y fuerte debió ser el motivo de los Higuera para secuestrar y matar a los tres jóvenes sinaloenses. En estos casos no es preciso andar adivinando. La mínima investigación conduce al narcotráfico con tres hipótesis: primera, ayudaban a los hermanos narcotraficantes y fallaron. Segunda, quisieron trabajar por su cuenta sin autorización de los Arellano Félix. Y tercera, alguno “chuleó” a la mujer de los mafiosos. Por motivos como éste, muchos otros fueron asesinados. Hay constancias jamás investigadas en la Procuraduría General de la República.
La familia de los desaparecidos envió una carta al Gobernador del Estado, Licenciado Eugenio Elorduy. “¿qué espera para agilizar las investigaciones sobre este secuestro? ¿Qué espera?”. Y también: “desafortunadamente vemos con tristeza que poco o nada se ha hecho en las investigaciones. Es necesario que comprenda. De perdida tenemos el derecho a saber a dónde fueron a parar estos muchachos. Denos la oportunidad de saberlo. El gobierno del Estado tiene los medios necesarios para hacer algo. ¿Por qué no lo hace?”. La respuesta es que a la autoridad no le interesa. Complicidad o miedo son los motivos. Pero ni modo. Osbal se sumó a los muchos sinaloenses que en un día felices salieron de Sinaloa. Seguramente quisieron pero no pudieron regresar.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 4 de enero de 2016.