No terminaba aun 2017 cuando los priistas estaban compartiendo para su lectura y reproducción en México, la versión del periódico británico de corte económico Financial Times, donde pronosticaban que las elecciones de julio para la renovación de la Presidencia de la República, las ganaría José Antonio Meade, el candidato del PRI que no es priista, o que por lo menos intenta aclararlo.
Y efectivamente, pagada o de forma gratuita, pero la agorera proyección del diario se reprodujo y mucho. Es el inicio de lo que sin duda será la elección más cara para el Partido Revolucionario Institucional, que acostumbrado a la compra de votos y de conciencias a partir de manipular a los que menos tienen y a los que quieren más, invierte dinero seguro para ganar elecciones.
La cuestión es que hoy día se les ve la desesperación por ganar. No por cualquier cosa, en principio para mantener el control político y administrativo de la Nación al retener la silla del águila para uno de los suyos, y en segundo, para asegurarse que el actual titular del Poder Ejecutivo, Enrique Peña Nieto, no termine encarcelado por actos de corrupción juzgados en la siguiente administración.
Ante ello, ante el peligro de perderlo todo, el PRI invertirá lo que sea necesario, particularmente en un candidato que no está levantando la campaña, que no genera simpatía, que no tiene una personalidad carismática, que carece de una voz grave, que no inspira liderazgo, que lo único que posee, y de hecho lo que más vende, es su paso por tres administraciones federales, lo cual no necesariamente lo convierte en un líder o en un experto en la administración pública, pero sí lo dibuja como lo que es: un burócrata de altos vuelos.
De la anodina campaña de Meade, la poca empatía que genera y la desconfianza que le arropa al haber pertenecido a uno de los gobiernos más corruptos de México en la historia moderna, dan cuenta otros medios y empresas que no son esparcidos por los priístas.
Por ejemplo los diarios Reforma y El Universal, los dos más destacados en el ámbito nacional en nuestro País, han publicado encuestas donde reflejan que es evidente que José Antonio Meade no gana la elección. Otro caso es el de Gabinete de Comunicación Estratégica, que también reconoce en los números de sus encuestas, el poco entusiasmo electoral que ha despertado el priista que no quiere que lo vean como priista.
El Financial Times de hecho, no presenta más argumento que un análisis encargado a un experto en política y elecciones en México, como parte de un trabajo de proyecciones para el año 2018. Quien asegura que Meade ganará las elecciones de julio próximo se sustenta básicamente en dos cuestiones: “la experiencia en tres gobiernos”, y la maquinaria electoral del PRI. No sin antes recomendar que el candidato del PRI debe venderse electoralmente como un independiente para distanciarse del Gobierno Federal, y no verse “…como clon de un gobierno impopular que ha fracasado espectacularmente para dirigir en medio de rampante corrupción y crimen”.
Un sondeo realizado aquí en nuestro Sin embargo en el que han participado los lectores, ubica a Andrés Manuel López Obrador con el 72 por ciento de las preferencias, a José Antonio Meade con 14 por ciento, y al muchacho Anaya con apenas 7 por ciento (en los medios ya descritos, el panista no llega ni al 5 por ciento).
Es evidente pues, por los números y las desesperadas acciones de los priístas, como la declaracionitis que les agarró tanto al dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa, como al Coordinador de la campaña, Aurelio Nuño, particularmente contra Andrés Manuel López Obrador, que sí hay desesperación en el PRI ante una campaña que no prende y un candidato que no despierta la simpatía del electorado.
En su calidad de Secretario de Relaciones Exteriores, lo único sobresaliente que hizo fue dar palo a todo el sistema de administración de justicia mexicano, al acordar con el Gobierno de Francia la liberación de Florence Cassez, mientras que como Secretario de Desarrollo Social no redujo ni la pobreza ni amplió las oportunidades de desarrollo para los pueblos marginados de este país, los mismos de los que el PRI vive en épocas electorales a través de la compra de votos.
Realmente José Antonio Meade más que demostrar ser un estadista, ha confirmado su calidad de burócrata de alto nivel con resultados desastrosos para la economía del País y el crecimiento de México.
Sí, definitivamente el priista que no es priista o que no quiere que lo vean como priista, debe separarse tanto del partido como del gobierno que lo eligió candidato. Pertenecer al partido con 22 gobernadores sumidos en la corrupción, y algunos en prisión cuanto otros prófugos, no es aval en una elección, como tampoco lo es, pertenecer a un equipo de burócratas federales con sospecha de corrupción, robo, transa, y otros delitos que tienen que ver con tráfico de influencias, peculado, enriquecimiento ilícito, pero que de momento no se investigan porque el Poder Ejecutivo controla al Poder Legislativo, y los sistemas anticorrupción no avanzan.
¿Con quiénes va a gobernar un priista que no es priista? Podremos estar o no de acuerdo con Andrés Manuel López Obrador, pero el hecho de haber presentado ya a parte de las personas que le acompañaran en el gabinete en caso de ganar la elección, y donde se incluye a una ilustre como la ex Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, doña Olga Sánchez Cordero, es una acción de transparencia de cara a la sociedad. ¿Con quién gobernaría Meade? Sin duda estaría ahí su gran amigo y destapador oficial, Luis Videgaray Caso, como también quien le coordina la campaña, Aurelio Nuño y por supuesto Enrique Ochoa, quien dejó la Comisión Federal de Electricidad para irse a la dirigencia del PRI. Sobra decir, que los priistas de Meade son los priista de Enrique Peña Nieto, los mismos en la sospecha de la corrupción.
Así que sí, al PRI la campaña le saldrá muy cara ante un candidato sin carisma, un partido en el desprestigio y un gobierno manchado por la corrupción.