En enero de 1979, Karol Wojtyla, el primer Pontífice originario de Polonia, realiza su primer viaje internacional a México para consagrar su pontificado a Nuestra Señora de Guadalupe a quien visita en cinco ocasiones; en la última (2002) canonizó al humilde Juan Diego, lo había beatificado en mayo de 1990. El Papa Juan Pablo II reconoció canónicamente las virtudes del indio mexiquense que habló con la Señora en el Tepeyac y a quien había ignorado inicialmente el primer Arzobispo de México, el sencillo franciscano Juan de Zumárraga. Así le explicó Juan Diego un 9 de diciembre, fecha de la primera aparición de su encuentro con el obispo: “ Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía…pareció que no lo tuvo por cierto; me dijo, otra vez vendrás…por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado , le encargues que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y tú , Niña mía, la más pequeña de mis hijas , Señora , me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía…”.
Los misioneros invocan la ayuda de la Virgen
Bien conocidas son, a través de las crónicas o diarios de los misioneros, las dificultades que vivieron y tuvieron los religiosos para evangelizar en un lugar como México y tan lleno de barbaridades antes del arribo de los europeos, no solo españoles. Tan solo hay que recordar las más de cien mil
víctimas que en sacrificios ofrecían los aztecas al dios de la guerra, Huitzilopochtli, en tan solo cuatro días, así rendían tributo a sus “dioses”, los aztecas, y todas las tribus que a ellos se sometían y que pagaban tributo con esclavos traídos de toda la nación, especialmente del centro de México. Más de cincuenta mil cráneos humanos incrustados en el templo Mayor fueron encontrados por los conquistadores y misioneros.
Ante las dificultades y resistencias en la evangelización de la Nueva España, las cosas cambiaron radicalmente desde las apariciones de la Virgen en 1531. Así lo reconocen misioneros como fray Junípero Serra cuando, observó las dificultades para trabajar en la Sierra Gorda de Querétaro con los indios pames, que tenían por diosa a quien los mantenía en la miseria y tinieblas irracionales. Todo cambió cuando el padre Serra les enseño a amar y venerar a la Virgen India del Tepeyac, la Guadalupana. Así el padre Serra y compañeros misioneros enseñaron con su Fe y sus manos a creer y a trabajar para ser autosuficientes a los queridos pames.
“Estrella del Norte”, una de las obras más admirables del siglo XVII escritas por el jesuita Francisco Florencia, el llamado padre Florencia; circula aún en nuestros días en las grandes ferias del libro; ya se imaginará Usted su precio y su escasez. Florencia tomó del padre Sigüenza y éste de Ixtlilxóchitl, y éste de Juan Valeriano, la inspiración para hablar del milagro de las rosas, del Tepeyac, de Santa María de Guadalupe.
Cómo llega la Guadalupana a Sonora y Californias
Sabemos por investigadores de misiones y misioneros, como los historiadores Ernest J. Burrus, Charles Polzer y Herbert Bolton, que en su estancia e idas a México, el jesuita Eusebio Kino, entre el siglo XVI-XVII (1680-1710), pidió al virreinal pintor Juan Correa y Miguel Cabrera, una copia fiel del original de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que desde el 12 de diciembre conservó el Arzobispo franciscano Juan de Zumárraga en su oratorio del Obispado de México y que después se colocó para la veneración de los fieles creyentes en la Villa de Guadalupe.
Así llegó a Sonora la primera imagen de la Guadalupana, obra del pintor Juan Correa; de hecho, se conservan obras originales de la época colonial, como en San Pedro y San Pablo de Tubutama; donde se encuentra una original pintura al óleo de Juan Diego, su esposa Lucía y sus hijos. Se sabe que Juan Diego tenía 57 años de edad en la fecha de las apariciones. Después del 12 de diciembre de 1531, Juan Diego sigue llevando vida sencilla y pobre. Viudo ya, se va a vivir a la ermita de Nuestra Señora, al Tepeyac. “Cuida el templo, lo asea, recoge limosnas y, apartado del mundo, muere santamente en 1548, año en el que fray Juan de Zumárraga también cerró para siempre los ojos a las cosas terrenas (Antonio Pompa y Pompa).
Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com