Una vez más, estamos en el último mes del año, con el comentario típico de “apenas puedo creer que ya es diciembre”, época que se va con más velocidad que los trescientos treinta y tantos días previos; entre otras razones porque entre posadas, días festivos y visitas de ida y vuelta, estas semanas se van volando.
Pero si por una parte resulta natural perderse en las frivolidades de las compras y el apego a lo material, confundimos no únicamente el verdadero significado de la natividad, sino también la última oportunidad para cerrar bien el año.
La realidad es que, en incontables casos, nos esperaramos hasta enero para intentar volver a empezarlo todo, a través de los clásicos propósitos de Año Nuevo que incluyen una multitud de deseos en carne propia y ajena, pero de los cuales, la inmensa mayoría solo quedará en buenas intenciones.
El común denominador de las nuevas pretensiones es tratar de convertirnos en mejores personas de lo que fuimos en el agónico año.
Pero la pregunta que nos deberíamos de hacer es: ¿En verdad tengo que esperar hasta el 2018 para hacer bien las cosas? ¿Qué tal si por una vez en la vida cambiamos la insatisfactoria rutina y aprovechamos el tiempo que queda para adelantarnos a los sueños guajiros que no se cumplirán?
Aunque quizá el ejemplo más práctico sería la alimentación, donde si comemos menos en diciembre tendremos menos culpas que pagar el año que entra, hay mejores temas en los que podríamos adelantar nuestro sano espíritu.
Las oportunidades están por doquier y como botones de muestra, podríamos mencionar tan solo algunas.
Así sería el caso de mejorar las relaciones con nuestros vecinos, formando de paso un comité de vigilancia que además de fomentar la amistad, ayudaría en mucho a nuestra seguridad y la de nuestro entorno.
Podríamos también sumarnos a una noble causa o empezarla, como sería dar una parte de nuestro tiempo para visitar orfanatorios y asilos, donde lo material no resulta ser necesariamente lo importante, sino nuestra presencia y algunos regalos simbólicos que harían una gran diferencia entre los monótonos días de niños y ancianos.
Entre paréntesis habrá que estar atentos en el objeto de nuestro altruismo, evitando con-fundir a nuestro buen corazón dando dinero a menores de edad y adultos en las calles, ya que en ocasiones, más que un bien, colaboramos a dañarlos e inclusive podríamos nosotros mismos ponernos en riesgo si elegimos mal el lugar o el momento para lo anterior.
Esto no estará reñido con poner en la cajuela de nuestro vehículo ropa abrigadora y cobijas que en un lugar y ocasión seguros podamos regalar oportunamente.
Lo que puede cambiar una situación desagradable en una grata experiencia es que combinemos nuestra espontaneidad con la planeación, para que las buenas intenciones estén equilibradas con el raciocinio.
Gracias a las ventajas de las redes sociales y a las aplicaciones de mensajes cibernéticos, podemos organizarnos de mejor manera con amigos, vecinos y organizaciones ciudadanas para planear adecuadamente la materialización de nuestra generosidad.
Otra muy buena opción son los medios de comunicación, los cuales suelen convocar a la donación de artículos propios de la época, mismos que se entregan de una manera segura a sus felices beneficiarios.
Finalmente, además de ser generosos con los demás, tenemos que pensar en nosotros mismos y en lugar de ponernos sobre los hombros innecesarias cargas económicas, presentes o futuras, podríamos dedicarnos tiempo para la reflexión y organización, lo que nos ayudará enormemente a evitar que la expresión “la cuesta de enero” signifique más bien una pesadilla interminable.
Lo importante es que administremos de la mejor manera posible nuestro tiempo, emociones y pensamientos.
Todo es cuestión de cerrar bien el año.
Alberto Sandoval es Fundador de Alianza Civil, A.C. y Presidente del COMOSC. Correo: AlbertoSandoval@AlianzaCivil.Org Internet: www.AlianzaCivil.Org Facebook: Alberto Sandoval Twitter: @AlSandoval