Durante el mes de noviembre, en especial el día 02, la Iglesia Católica lo dedica en parte a honrar y pedir al Creador por el descanso eterno de las almas de nuestros seres queridos que pasaron a mejor vida; es una hermosa tradición mexicana que forma parte de nuestra cultura.
Ahora bien, en la etapa de la niñez y adolescencia quizá recordamos los comentarios que nos dirigían nuestros padres y personas mayores: “Tienes toda una vida por delante”, “aprovecha el tiempo para bien, porque la juventud y la vida se van volando”, y cosas por el estilo.
Transcurren los años y siendo hoy personas adultas, tenemos una percepción de que el tiempo corre más a prisa, siendo que en nuestra niñez sucedía lo contrario; es decir, cuando de niño festejábamos nuestro cumpleaños o la Navidad, percibíamos el tiempo más lento y esperar un año más se nos hacía larguísimo. Sin embargo, cuando hacemos alguna remembranza de un hecho ocurrido hace diez, veinte o treinta años, por citar un ejemplo, decimos, “parece que fue ayer”.
Permítame compartir un diálogo que sostuvo un fraile franciscano con un joven adolescente, el cual le pregunta al joven: “-¿Cuáles son tus metas en la vida? -Padre, quiero entrar en la prepa, hacer una carrera universitaria, viajar, disfrutar de la vida, casarme, tener hijos, una casa y comprarnos mi futura esposa y yo, muchas cosas que nos gusten”.
Le pregunta una vez más: “Y… ¿después?, -Mi esposa y yo tendremos hijos, se casarán, seremos abuelos y esperamos vivir muchos años”.
A lo que el fraile le respondió: “Te felicito, hijo mío, porque tienes un proyecto de beneficio para tu vida. Dios te ayude a realizarlo”.
Sin embargo, quiero hacerte una pregunta más: “¿Y después qué te va a pasar”? El joven se queda pensativo unos segundos y responde resignado: “Pues moriré y después no sé qué va a ser de mí”. Termina así el diálogo.
Mi estimado lector, este diálogo es para reflexionar en serio, ¿no crees?
Quiero compartir algo más contigo. Desde que fuimos concebidos en el vientre de nuestra madre, ya somos seres humanos. Llevamos “implementado” en nuestro corazón, algo así como un “relojito”, pero de cuenta regresiva que nos marca no cada segundo más de vida, sino cada segundo menos de ella. Es decir, que cuando celebramos nuestro cumpleaños, es a la vez un año más, pero también un año menos por vivir.
Somos conscientes del no ser eternos en el mundo, sin embargo, por diversas razones evitamos hablar del tema de la muerte. Solemos pensar que otros morirán primero que uno y aunque humanamente nos parece injusto e incomprensible el fallecimiento de niños y jóvenes, deducimos que solo Dios sabe el porqué y el motivo por el que ello ocurre. Por lo tanto, aunque las personas deseen para sí una larga vida, ésta no se puede garantizar. El destino nos tiene bien marcado nuestro día final.
Mi apreciable lector, el motivo principal de escribir para ti el tema de hoy no es el de asustar te ni tampoco quiero ser “ave de mal agüero”, sino invitarte a la reflexión, máxime si ya somos personas mayores. Recordemos cuántas personas que estaban con nosotros hace un año y ya fallecieron. Entonces, ¿quién de nosotros será el próximo en morir? Por todo ello, es conveniente, creo yo, el revisar en serio cómo va nuestra vida hasta el día de hoy, en lo referente a mi relación conmigo mismo, mi familia y en la comunidad. Si trabajo para hacer el bien o prefiero el mal, y esto nuestra propia conciencia nos lo dice. Ya es tiempo de perdonarnos a nosotros mismos y pedir perdón por el daño que hemos causado a otras personas y restituirles en lo posible el mal que les causamos. Todavía es tiempo de ser más solidarios y generosos con los demás. Se nos invita, además, a mejorar nuestra vida espiritual con una religión llevada a la práctica sin fanatismos. Es cierto, es muy difícil, pero si en verdad queremos, podemos mejorar nuestra vida para bien. No olvidemos que los seres humanos estamos formados de cuerpo, alma y mente, y tiene que haber una existencia eterna después de esta vida. Eso creo yo, ¿lo crees tú también?
P.D. Recordemos: “Mientras haya vida, hay esperanza”. No dejemos esto para mañana o para Año Nuevo.
Eduardo Velarde Vázquez
Tijuana, B.C.
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