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sábado, febrero 24, 2024
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El ruido enferma, el silencio cura

El bien no hace ruido, y el ruido no hace bien.- San Francisco de Sales

 


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Entre las habilidades de la comunicación humana, la reflexión es la más importante. Otras importantes son: escuchar, leer, hablar y escribir.

En la soledad y el silencio, la persona se encuentra con Dios y consigo mismo. El poeta Octavio Paz, cuando Carlos Castillo Peraza le preguntaba en una entrevista si creía en Dios; éste respondió que “mentiría si te dijera que sí. Pero yo sé que hay alguien más grande que yo, que me deletrea”.

Octavio Paz, premio Nobel de Literatura 1990, reconoce como poeta que Dios lo deletrea. A diferencia del también Nobel de Literatura, el portugués José Saramago que afirmaba: “No creo en Dios, ni lo necesito”.


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El sabio san Agustín, que fuera premio de Literatura en el Imperio Romano, en el siglo IV, considera que “es una locura de pocos negar a Dios”.

Uno de los frutos del silencio, es la presencia de Dios, el encuentro con el hombre mismo. En soledad, tan importante, brotan las virtudes.

Gandhi dedicaba un día al mes a pasarlo en total silencio.

En días vacacionales, para muchos. Varias de nuestras enfermedades espirituales, psicológicas y físicas, podemos sumergirnos en el silencio de la contemplación, de la lectura, la reflexión, la escritura, como medios alternativos de sanación.

La reflexión es una de las cualidades humanas más difíciles de ejercitar, toda vez que requiere del silencio; cosa difícil de ejercitar en un mundo tan ruidoso y saturado de información.

Hace algunos años, el comunicólogo mexicano, Javier Esteinou Madrid, doctorado en la materia, se quejaba amargamente de la imposición del ruido en todos los ambientes. “Nada más falta que inventen los video excusados”. Dado que, en los aviones se le obliga a la gente a apagar la luz de su asiento para masificar a los pasajeros -también en los autobuses- a ir soportando el alto volumen de una película que no desea ver, pero que forzosamente deben sobrellevar, hasta que termine, una tras otra.

Es cierto que no todos los silencios son buenos. Como el callar las imposiciones de los dictadores o las vejaciones contra los derechos humanos, las injusticias sociales y políticas, eso no hay que callarlo. Hay que denunciarlo.

El silencio que cura, a diferencia del ruido que enferma, es un silencio que se goza en la lectura, en la oración, en la contemplación.

Los abusos del ruido altisonante, son tales por lo dañino de los decibeles. Ese es el que está enfermando a los vecinos que tienen que soportar, más allá de las once de la noche, los ruidos que provienen de vecinos inconscientes que a todo volumen atrofian el silencio nocturno, tan necesario para reparar las fuerzas, especialmente en los fines de semana y que en ocasiones son causa de conflictos y enfrentamientos entre vecinos de la comunidad.

Una de las más fructíferas experiencias humanas son las vacaciones y si éstas se realizan cerca de la naturaleza, bosque, mar, especialmente en el silencio, sana muchas enfermedades psicológicas, espirituales y físicas.

El colmo de algunas personas es el acarrear al bosque, a los lugares de recreación, los ruidos que alteran el sistema nervioso. Gracias a Dios, en muchos centros de recreación está prohibido hacer de las suyas, alterando el orden de la naturaleza con el enfermizo ruido de quienes no quieren respetar el descanso nocturno.

Hay mucho ruido que enferma, y silencio que cura.

 

Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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