A tus “patas” callosas les ofrezco
este pensar de todos mis pensares.
Con solo imaginarlas, desfallezco,
más de pronto dominar los pesares:
Que si una uña enterrada, que si el callo,
que si el dedo meñique está muy chico,
que si la comezón es como el rayo,
pero la saboreamos: ¡rico, rico!
Cierta vez caminabas cautelosa
entre las piedras, sin voltear siquiera.
Te miré las “paturrias” y, ¡qué cosa!,
pisadas de ángel, si se requiriera.
Pero, después de todos los diretes,
me encontré con que no todo era hermoso,
ya que en tus “patas” divisé juanetes,
y en la izquierda también tenías un “ojo”.
De aquellos que llamamos: “de pescado”,
de esos que nos molestan noche y día.
Desconsolado me postré abnegado,
implorando perdón a mi porfía.
Esa porfía, que yo sin ser tan gacho,
poder besar tus pies ansiaba mucho.
Deseaba tanto taparle un “ojo al macho”,
y por ser de tus pies, debía ser ducho.
Y consulté con un “paticurista”,
que analizando, te hizo hacer un “tour”,
que caminaras, dijo en su entrevista,
para después hacerte un “patiquiur”.
Pensé besar tus “patas”, no podría
hasta ver terminados los enjuagues;
para besarlas necesitaría
estar seguro de que las laves.
José Miguel Ángel Hernández Villanueva
Tijuana, B. C.