Ya pasó más de una semana del sismo que nos sacudió a todos los que vivimos en la Ciudad de México y estados vecinos. Por más que intentamos volver a la normalidad, es muy difícil hacerlo. Por donde uno transite, las huellas son visibles. Maquinaria en busca aún de vida o en todo caso, de cuerpos; edificios dañados por doquier y gente ayudando de diferentes formas a tratar de aliviar un poco a aquellos que más lo requieren.
No hay otro tema de qué hablar, todos tenemos una historia que contar antes, durante y después del temblor. Hoy cuento la mía.
A las 13:14 horas del fatídico martes, me encontraba junto a mi amigo Jesús Sobarzo en el edificio del SAT que se ubica en Reforma, a un lado del conocido “Caballito”. Ambos acudíamos a una reunión programada minutos más tarde. Para hacer un poco de tiempo, decidimos ingresar a una cafetería ubicada en la planta baja de dicho lugar, cuando empezó a temblar. Todos de “golpe” salimos hacia Reforma, mientras la intensidad del movimiento crecía. Al voltear hacia arriba, lo primero que me percaté fue de lo peligroso de la zona, ya que el SAT, de 20 pisos aproximadamente, está literalmente “forrado” de ventanas. Intenté cruzar hacia Reforma para alejarme del lugar, pero empezó lo peor. En ese momento, el temblor estaba en su punto más alto, por instinto, alrededor de cinco personas nos tomamos de los hombros para no perder el equilibrio. Dentro de mi nerviosismo alcanzaba a observar cómo los edificios se movían de un lado a otro, los postes de luz a punto de colapsarse.
Cuando parecía que lo peor había terminado, la tragedia apenas iniciaba. Información de edificios caídos con personas dentro empezaba a circular en las redes sociales. Todos estábamos en shock. La Ciudad de México era un mar de incertidumbre. Recuerdo los “ríos de gente” sobre Reforma y alrededores intentando comunicarse con sus seres queridos; personas recibiendo atención médica desvanecidos por el susto. Los rostros de angustia y desesperación nunca se me olvidarán. Para ser honestos, no sabíamos qué hacer.
Lo primero que me vino a la cabeza fueron mis hijas y mi esposa Mariana. Afortunadamente recibí un mensaje de Mariana, donde me explicaba que las escuelas de nuestras hijas reportaban que todo estaba en aparente orden. Cuando me enteré que mi familia estaba sana y salva, suspiré probablemente el suspiro más grande de mi vida.
Conforme avanzaba sobre la vialidad, también avanzaban las malas noticias: desaparecidos, heridos y desafortunadamente fallecidos. Las imágenes en redes sociales de los edificios colapsándose eran terribles. La información de niños atrapados en la escuela Enrique Rébsamen destrozaba cualquier corazón (después escribiré sobre el caso mediático de “Frida Sofía”). Minutos después llegué a mi oficina, ubicada en Río Amazonas, en la Colonia Cuauhtémoc, se encontraba en buenas condiciones. Para ese entonces, el tráfico vehicular estaba totalmente colapsado. Por lo anterior decidí caminar hasta mi casa, lo cual me tomó dos horas aproximadamente. En mi trayecto, si bien no había edificios colapsados, sí se apreciaba infinidad de daños e inmuebles con graves cuarteaduras.
Mientras caminaba, repasaba lo acontecido y no daba crédito a lo recién vivido minutos antes. La naturaleza no perdona, pero menos si se combina con la corrupción existente de quienes construyeron esos edificios colapsados y los que otorgan los permisos.
La preocupación de estos días es si los departamentos, casas, lugares de trabajo y esparcimiento son seguros. Mientras tanto, el miedo se apodera de nuestras vidas; desafortunadamente tenemos que aprender a lidiar con eso.
Después de analizar con detalle ese día, las únicas dos buenas noticias fueron el apoyo solidario de miles de personas que inmediatamente salieron a ayudar y en lo personal, llegar a casa y fundirme en un abrazo con lo más querido que tengo: mi familia.
Alejandro Caso Niebla es consultor en políticas públicas, comunicación y campañas; se ha desempeñado como vocero en la Secretaría de Hacienda y Secretaría de Desarrollo Social en el Gobierno Federal, así como Director de medios en la Presidencia de la República. También fungió como Director de Comunicación Social en el Gobierno del Estado de Baja California.
@CasoAlejandro