Mientras que los capitalinos luchan con la pérdida humana y material tras el terremoto del 19 de septiembre de 2017, advierten sobre el trastorno de estrés postraumático entre la población. En próximos días derribarán mil edificios
Ciudad de México.- Para miles de capitalinos que se cimbraron con el sismo ocurrido hace tres semanas, la tragedia apenas comienza. Junto con el de edificios, escuelas e inmuebles en distintas zonas en la ciudad, también inicia un proceso de reconstrucción de vidas, de historias y de salud emocional.
Edgar bajaba de un vehículo por Eje Central, cerca al Zócalo, cuando empezó a temblar, vio cómo se desplomaba un edificio y caía sobre muchos vehículos “y un montón de gente”. Se levanta una polvareda que deja todo en negros durante varios minutos, y al dispersarse otra vez el aire, mira muertos regados por todas partes.
Cuatro días estuvo encerrado en casa porque el área fue declarada “zona cero”, pero por la ventana veía pasar camiones cargados de piernas, brazos, cuerpos mutilados, en una suerte de caravana macabra. Eso tras el sismo del 19 de septiembre, pero de 1985. Niño en edad escolar en aquellos días, tuvieron que pasar 32 años para que Edgar asimilara el terror al repetirse la catástrofe.
Relata el ahora ejecutivo que en esta ocasión el terremoto lo agarró en el cuarto piso de las oficinas donde trabaja, en la delegación Cuauhtémoc. Dada su experiencia del 85, presume que en todo simulacro siempre es el primero en estar afuera. En esta ocasión prontamente escapó del edificio, saltando personas, plafones, piedras y cemento que se desprendían, y hasta un vidrio atravesó cortándose una pierna. Logró llegar a la calle y salvarse, pero en su mente nada más estaba la imagen de su pequeña hija, cómo estaría. Finalmente la niña y su mujer estaban a salvo.
Todo parecía estar bien en Edgar y su familia. Cuando hasta en el cuarto día, estando en la oficina, empezó a sentir que temblaba todo. Pero nadie se movía. “Yo estaba seguro que estaba temblando, salí corriendo y tuve que quedarme en el estacionamiento como hora y media, tratando de tranquilizarme”, narra.
La mala experiencia se repitió ya estando en su casa, en la noche, aún no se dormían sus hijas, un ataque de ansiedad lo tuvo por hora y media en pánico. Ahora toma tranquilizantes pero el efecto se le pasa justo antes de las ocho de la noche, “que es la hora en que se duerme mi hija, entonces yo retrasé el medicamento dos horas, espero que se duerma, me desespero, no me puedo controlar, tengo que salir a la calle a tratar de respirar… espero que den las diez cuando mi hija esté dormida. Pero no puedo vivir así…”.
Nelly, reportera nacida justo el 19 de septiembre de 1985, por lo que siempre en su vida ha escuchado que es “hija del terremoto de México”, enfrentó el pasado sismo cuando estaba en el departamento que habita con su familia, en el cuarto piso de un edificio en la colonia Del Valle. Apenas tuvo tiempo para experimentar el susto. El mismo día se integró a una brigada de ayuda para atender a vecinos y rescatistas. Y los días siguientes anduvo muy activa en labores propias de su oficio, reporteando sobre edificios caídos, perros rescatistas, sobrevivientes. Viendo muertos y destrucción. En el mismo lapso le tocó vivir el fallecimiento de un sobrinito, internado por cáncer en el Hospital La Raza. Siempre le ha tocado ser “la fuerte” de la familia, pero esta vez se le juntó todo.
Un sábado se encontraba en el cine con su novio, cuando a media película se empezó a sentir muy incómoda, se movía de un lado a otro, tomaba a su pareja de la mano, lo soltaba, le empezó a dar taquicardia, se pararon para salir de la sala pero las piernas no le respondieron, “me empiezo a tratar de calmar pero no lo controlo, el corazón sigue a todo lo que da, y el frío, el calor, todo sientes, lo único que quería era salir, corriendo como histérica…”. Lloró por horas.
En una cosa coinciden todos los entrevistados por ZETA: “El temblor se sintió fuertísimo, como nunca antes”. En Ciudad Universitaria (Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM), aunque no sufrió derrumbes -salvo fisuras en el edificio de Medicina- los alumnos refieren que todo se movió exageradamente. Ahí Salvador es encargado de quirófanos en la Facultad de Medicina. Con el temblor salió corriendo y dejó atrás a sus alumnos, ese es su trauma. “El área de quirófanos es un laberinto, si algo le hubiera pasado al edificio todo se hubiera quedado sepultado ahí, todos los alumnos estaban a mi cargo”, describe.
Platica que en su familia nunca lo han visto llorar, y ahorita que muy seguido le dan ganas de hacerlo, tiene que esconderse, encerrarse, “pedirles una hora y salir porque no puedo con esto, no lo soporto los ataques de ansiedad, no puedo salir a la calle y pedirle a toda la gente que paren, que se callen y salir corriendo, no es normal”.
Trastorno de estrés postraumático
Nelly, Edgar, Salvador, son solo tres casos de los miles que padecen el Trastorno de Estrés Postraumático (TEP) a consecuencia del sismo del 19 de septiembre. El mismo mal que sufrieron las víctimas de 1985 y que, ahora se sabe, les desgració la vida a muchos porque nunca se atendieron. Ni siquiera se los diagnosticaron.
El TEP se define como la incapacidad del individuo para reaccionar de una manera controlada a ciertos tipos de eventos inesperados. Afecta a las áreas conductual, emocional, social y física.
En el aspecto conductual la persona experimenta como un “flash back”, de repente se queda pasmada, tiene dificultades para concentrarse, están como “idos”. En lo emocional se presentan cambios de toda índole. Pueden tener mucho miedo, con muchas ganas de llorar, depresión, otros pueden mostrarse totalmente apáticos. Es una emoción excesiva que se va a los extremos, o mucho llanto con gritos, o una apatía total. Los hombres, principalmente, se muestran muy irritables o enojados.
En el tema social, las víctimas del trastorno empiezan tener conflictos con su familia, discuten de la nada, pelean con la pareja, con algún pariente, con los compañeros de trabajo, se aíslan o se alejan de personas o lugares que les recuerda el evento, en este caso el temblor. Y por último están los efectos más obvios, los físicos. Dolor de cabeza, malestar estomacal, vómito, taquicardia, ansiedad, insomnio, pesadillas.
Cada persona lo padece de distinta forma y en diferentes tiempos. Alguien puede pensar que pasó la mala experiencia del temblor y que lo superó, pero pueden pasar semanas hasta que aparece un primer síntoma del trastorno de estrés postraumático. Siempre es de vital importancia atenderlo para evitar que se vuelva crónico, prolongarse por meses, o por años.
“Hay crisis nerviosas, seguimos viendo algunas réplicas, estamos pendientes de ello, pasan cosas en la calle y nos sentimos nerviosos, rescatan a alguien y nos ponemos tensos, rescatan a alguien pero ya muerto, nos tienen al filo de la navaja, estamos expuestos a muchas cosas y esos nos puede llevar a una crisis nerviosa”, explica la doctora Adriana Ortiz, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de México.
Por eso hoy más que nunca la importancia de “los primeros auxilios mentales”, que se deben ofrecer al igual que la atención médica que se presta a los afectados, tal como apunta el doctor Javier Mendoza, del Departamento de Siquiatría y Salud Mental de la UNAM.
“Antes no se sabía mucho de esto. En los últimos tres años ha cambiado mucho. En el ’85 se consideraba como no importante, hasta que empezamos a observar que muchos que pasaron por esto tuvieron consecuencias importantes, que impactaron no solo su salud mental y física. La ansiedad, depresión, estrés post traumático favorecieron aspectos metabólicos y precipitaron padecimientos como la hipertensión arterial y otras enfermedades crónicas”.
El padecimiento va de leves a severos, considerando a aquellos que tuvieron pérdidas totales de su vivienda y de familiares. Por ello el trabajo paralelo de diferentes organismos como la Sociedad Psicoanalítica de México, el Departamento de Siquiatría y Salud Mental de la UNAM, la Brigada Interinstitucional de Apoyo Emocional y la Asociación de Psiquiatría Mexicana. Aunque la demanda ha sido poca y la desinformación mucha, “todavía hay muchos que piensan que lo pueden superar solitos”.