Los gringos son muy abusados. Empezaron a exhibir semanas atrás “Pearl Harbor”. Desde los años cuarentas he visto varias películas con el mismo tema. El sorpresivo ataque aéreo de los japoneses. Destruyeron buques, portaaviones, carros, cuarteles, casas y todo cuanto pudieron. La base militar instalada con tal nombre en el Océano Pacífico se estremeció. Hizo olas a todo el mundo. Fue como una flecha en el blanco del meritito poder estadounidense. Y de allí nació la Segunda Guerra Mundial. Las versiones de Hollywood nos pintaron en tonos diversos muchos cuadros con el mismo mensaje. Estados Unidos fue noqueado con un golpazo de “madruguete” antes de formalizarse la guerra. Por eso hombres y mujeres dejaron negocios y hogares. Unos se metieron al Ejército. Los entrenaron. Fueron uniformados. Con casco redondo y de pequeña ala, rifle granadas, binoculares y sus infaltables “Lucky Strike” o “Camel”. Los llevaron a otros países para defender el suyo. Las damas no los siguieron como nuestras inolvidables soldaderas. Se quedaron a construir aviones, cortar, coser y terminar uniformes. A elaborar balas. Armar jeeps. Servir en las oficinas del Ejército y Gobierno. Así, todo mundo estaba metido en la defensa del país.
En aquellos años cuarentas y a falta de televisión, veía el noticiero “Movietone” cada semana en los cines. Reseñaban avance y retroceso de los gringos guerreando. Escenas reales, no dramatizadas. Recuerdo filmaciones desde los aviones. Soltaban las bombas por puños. Cúbicas, anchas y largas. De un extremo puntiagudas. Y en el otro, aspas como si fueran de abanico, pero fijas. Cuando las soltaban dejaban escapar un silbido largo, fino e interminable. Se popularizó tanto que lo imitábamos para acompañar a todo lo que cayera. Por su peso, las bombas bajaban a gran velocidad y horizontales. Cero inclinaciones y nada de volteretas. Pasaban las escenas cuando las soltaban. Se iban haciendo chiquitas a la vista al acercarse a tierra. Luego su explosión provocaba como un salpicar de todo. Enseguida se formaba gran humareda. También veíamos en “Movietone” como hace pocos años en la Guerra del Golfo por CNN, a los soldados disparando contra los aviones enemigos. Más de una vez nos azoramos cuando los barcos japoneses eran partidos en dos. Se hundían entre lumbre y humo. Algún submarino estadounidense les soltó nutrida torpediza. Los despedazaban. Morían casi todos sus tripulantes. En medio de todo eso y en México, se volvió popular la canción de Agustín Lara. “Yo ya me despedí, de los muchachos, porque pronto me voy, para la guerra”.
No se me olvidan aquellas filmaciones de algún avión, dejando ver el salto de paracaidistas por montón. O la toma desde tierra con ese enjambre de hombres bajando de las alturas. Era impresionante. Espectadores, niños a punto de entrar a la juventud, no veíamos películas mexicanas de ese tono sobre las batallas en nuestro suelo. Solamente las más dramatizadas y poco reales de los hermanos Soler sobre José María Morelos. A veces don Miguel Hidalgo y Costilla. “Vámonos con Pancho Villa” y a Porfirio Díaz como reflejo de la alcurnia. Entonces abundaban filmaciones de Jorge Negrete con sus amores en vida: Gloria Marín y María Félix. “Historia de un Gran Amor”, “Doña Bárbara” o “Ay, Jalisco no te Rajes”. Otras más romanticonas con Emilio Tuero, José Cibrián en “La Máscara de Hierro”, Rafael Baledón o Raúl de Anda con “El Charro Negro” y hasta “La Vuelta del Charro Negro”.
Luego de su riñonuda victoria, los estadounidenses nos metieron en la cabeza dos momentos que muchos no olvidamos. Uno, cuando el famoso General Douglas McArthur estaba muy derechito sobre la plataforma de un portaaviones. Presenciaba la firma del Príncipe Hiroito declarando la rendición japonesa. Recién Estados Unidos los desmadejó con su bomba atómica. Y el otro momento: Aquel marinero con su gorra blanca y traje azul. Besando a una enfermera. Dejándola caer sobre sus brazos, en las calles de Nueva York. Fueron símbolos de la victoria.
Nada más se terminó la guerra y los gringos nos inundaron de películas. Dramas combinados con momentos verdaderos. Desde “Las Arenas de Iwo Hima”, hasta “Los Tigres Voladores”. Unas muy corrientes y otras de harto buen gusto como “De Aquí a la Eternidad” que se volvió clásica. Mientras, el cine mexicano entró en sus mejores tiempos. La cámara de Gabriel Figueroa nos impresionaba con “La Perla”, “Río Escondido” o “La Malquerida” y hasta “La Cucaracha”. Pedro Infante nos puso a llorar con aquel par de inolvidables “Nosotros los Pobres” y “Ustedes los Ricos”. Pero nos regatearon películas sobre la verdad de la Revolución y la Independencia. A lo más que llegamos fue “La Sombra del Caudillo”, muchos años prohibida y jamás repetida. Recientemente como si fuera telenovela “El Vuelo del Águila” donde se tocó mas dramática que realmente la vida de don Porfirio Díaz y sus añales en el poder.
“Pearl Harbor” es una versión modernizada por los recursos tecnológicos. Pero creo que tiene el claro objetivo de mostrar a las nuevas generaciones estadounidenses tan histórico episodio. Materia para no ser olvidada por los cerebros jóvenes. Con otra, la exhiben precisamente a punto de celebrar la Independencia de Estados Unidos. Hecho todo a la medida para fomentar el patriotismo.
Nosotros no sabemos lo que real y completamente sucedió en la matanza de Tlatelolco. “Rojo Amanecer” fue una película que tocó el tema. Filmada a escondidas apenas nos da detalles de lo mucho no sabido. Tlatelolco es más vergonzoso que Vietnam y, de todos modos, los gringos bien que explotaron el tema. Tanto para mostrarlo como un triunfo estadounidense o una gran falla de su gobierno. Yo vi hace cincuenta años o más alguna película sobre don Miguel Hidalgo y Costilla. Nos lo pintaron como en la escuela, “El Padre de la Patria”, pero nunca revelaron en la pantalla detalles de su vida ni de sus andares. Vi la película “Nixon” donde lo exhiben como fue, un alcohólico y desquiciado. O “Truman”, en el momento preciso cuando decide lanzar la bomba atómica. “JFK” muestra las grandes dudas sobre su asesinato. Pero también las pruebas sobre un complot.
Los mexicanos no tenemos películas sobre Díaz Ordaz cuando decidió el ataque en Tlatelolco. Ni nos han exhibido males y amoríos de don Adolfo López Mateos. Las puntadas de don Adolfo Ruiz Cortines. Nada sobre el asesinato de Obregón ni el proceso y fusilamiento de su victimario, el Padre Proo. ¿Cómo le hacía don Plutarco Elías Calles para poner y quitar presidentes? El asesinato de Colosio. La derrota del PRI. Temas de película que nadie se atreve a tocar.
Para rematar, los estadounidenses siguen haciendo billetes a nuestra costa. Leí en El País un artículo de Lorenza Muñoz de Los Ángeles. El principio de su tecleo me sacudió: “¿Qué pensarían los estadounidenses si se levantasen un día y todas las películas los presentasen como estúpidos, sucios o ignorantes? ¿Qué pasaría si todos los programas de televisión que sintonizasen los presentan gordos, vagos y endógamos? ¿Y qué pasaría si cada actor interpretara al sucio estadounidense: avaricioso, materialista y arrogante? Así es como se siente el resto del mundo cuando ve el retrato que Hollywood hace de su país y de su cultura”.
En “Blow” exhiben a México como un lugar donde cualquier norteamericano puede ir a comprar droga. Pero no dicen que es mas fácil hacerlo en su país. En “El Mexicano” con Brad Pitt nos retratan como corruptos, ignorantes y pobres. Y en “Traffic” escribió Lorenza “…México aparece como un pozo negro, visto literalmente a través de una bruma parda de pobreza, corrupción, avaricia y narcoviolencia”. Hace poco un amigo me comentó a propósito de “Pearl Harbor”: “Mientras los gringos filman eso, nosotros nos regocijamos con ‘La Ley de Herodes’. Carajo. Solitos nos clavamos el puñal”.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 4 de octubre de 2004.