“Vámonos a la bola” era una expresión popular en tiempos de la Revolución Mexicana, se usaba como grito entusiasta que invitaba a sublevarse contra el mal gobierno. “A la bola” se sumaba todo el que quería, no importaba su pasado ni sus antecedentes; a ella se incorporaron asaltabancos sanguinarios, como Pancho Villa; adinerados como Madero o políticos porfiristas, como Venustiano Carranza; también intelectuales como Luis Cabrera, Felipe Ángeles, Palavicini, Jara o Mujica. Políticos de prácticamente todas las corrientes ideológicas, quienes participaron en el derrocamiento de Díaz y Huerta. La unidad de todas las fuerzas desatadas duró años en conseguirse, después de la caída de los dictadores, y solo se logró gracias a que, posterior a toda la sangre derramada, la política se impuso con el genio de Obregón, Calles y Cárdenas.
El saldo fue una nueva constitución que, a pesar de respetar la república federal y el liberalismo económico de la Constitución del 57, incorporaba a su vez una extraordinaria novedad constitucional: el apartado social que pretendía corregir las condiciones de explotación, desigualdad y concentración de la riqueza que no se habían corregido después de 60 años de promulgada la Constitución juarista. Como saldo del régimen que parió la Revolución, también fue el surgimiento del PRI, partido de estado que representaba a un gobierno autoritario transexenal.
Por un largo periodo se logró la estabilidad social y económica, se formó una poderosa clase media en base a la migración del campo a las ciudades y un crecimiento económico de más del 6%, sostenido por décadas; pero los demonios del autoritarismo ganaron la batalla interna y trajeron la corrupción, el clientelismo ramplón y los abusos de poder, como marca de la casa del partido de estado. Los síntomas de la descomposición comenzaron a brotar de la peor forma, cuando el gobierno asesinó a miles de sus mejores jóvenes para reprimirlos de sus marchas a favor de la democratización del país, el momento cuando el PRI tuvo que robarse elecciones para ganar estados como el de Nayarit, San Luis Potosí, y Chihuahua; cuando la frivolidad y el exceso de poder presidencial desembocó en una crisis económica que acabó con el Milagro Económico Mexicano. La debacle ocurrió en 1988, año en el que el gobierno y su partido cometieron fraude electoral para quedarse con la presidencia.
El partido de estado tuvo que degradarse a partido hegemónico, al verse obligado a compartir espacios del poder con la derecha con el fin de impedir el arribo al poder del nuevo partido que convocaba al cambio verdadero: el PRD, el cual convocaba a una nueva revolución, está vez, democrática y pacífica. El PAN resultaba el socio perfecto, pues con ellos, la élite priista en turno compartía la fe en el modelo económico neoliberal de tintes neoporfiristas. El PRD fue heroico en muchos sentidos, compitió en condiciones de desigualdad, a pesar de que fue reprimido, dejando como saldo 600 muertos; mantuvo a raya al nuevo régimen, impidiendo la venta del petróleo e imponiendo una agenda social desde los contados gobiernos que logró ganar. Pero el largo periodo de disputa electoral y la convivencia de su clase política con la del neoliberalismo, provocó fracturas y traiciones internas, al grado de reconvertirse en un partido neoliberal más. De sus fracturas dio cuenta la expulsión tácita de sus cuadros fundadores.
Morena surge como refundación de los anhelos perredistas de democracia y patria para todos, pero con el sello moralizador y carismático de AMLO, quien, tras dos fraudes electorales encajados, hoy encabeza las encuestas para ganar la elección presidencial con su nuevo partido, el cual representa el mismo movimiento que nació en 1988. Para tal empresa, ha convocado a todos sin distinción de pasado, con el único requisito de luchar por el cambio verdadero. Tal decisión le ha hecho acreedor de las críticas interesadas de quienes se oponen al cambio y que en el garlito caen, quienes no reparan en que, para lograr el cambio, como en tiempos de la Revolución, se requiere la inclusión que nos lleve a la reconciliación. A ellos les digo: ¡vámonos a la bola!, que lo mejor está por venir.
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C. Correo: chuchoruizuribe@gmail.com