Hubo una vez un flato desnutrido,
que por las tripas deambulaba lentamente.
Cabizbajo, trémulo y compungido,
su miseria purgaba tristemente.
Nunca fue alimentado cual debiera,
con frijoles, garbanzos, cacahuates,
para poder correr como quisiera,
de un lado para otro con sus cuates.
Quería hacerse escuchar con sus pujidos,
con furia, cual torrente de bajada;
como trueno que aturde los oídos,
anunciando letal desalojada.
Pero eso no ocurrió al flato atorado,
trataba de salir por un conducto,
desde abajo regresó rebotando,
saliendo por la boca como eructo.
José Miguel Ángel Hernández Villanueva
Tijuana, B. C.