El reciente asesinato de dos agentes frente a la Procuraduría General de la República en la Ciudad de México, me recuerda el de otros federales que estaban en el asiento delantero de una Suburban a un costado de los Juzgados de Distrito en Tijuana.
Nadie creería que alguien se atreviera a matarlos allí, donde los policías se sienten más seguros.
A los defeños ni les dieron oportunidad para desenfundar. Cayeron con la pistola fajada. En Tijuana, los sorprendieron tomando café y tampoco pudieron echar mano a sus armas.
Aparte, a esos lugares cualquiera pueda acercarse sin ser molestado. Los uniformados que hay en la PGR están adentro sin armamento de gran poder, comisionados para registrar a los visitantes y no para proteger el edificio. En Tijuana la diferencia es que los guardianes son municipales. No se encargan de inscribir a los asistentes, siempre están adentro y sus pistolas son casi de juguete comparadas con las armas del narco.
Lo curioso es que uno y otro crimen coinciden en tres cosas: Primero, se utilizaron ametralladoras AK-47. Segundo, la facilidad de los asesinos para desaparecer. Y tercero, nadie vio la cara de los autores. Nadie los persiguió. Simplemente desaparecieron.
En esto de las ejecuciones sucede que el atacante siempre tiene la ventaja. Sabe a qué horas, cómo y cuándo hará precisamente todo lo que la víctima ignora, aunque sea policía.
Los motivos son normalmente traición, venganza o advertencia.
El narcotraficante respeta al policía que actúa honestamente y no acepta soborno. Si fuera el caso que tan recto agente captura a un mafioso, jamás será molestado. Pero si hay uno que acepte una oferta y la rechaza o reciba o no soborno, es hombre muerto si hace lo que el honesto.
La venganza frente a edificios oficiales tiene algo de simbólico. Sucede cuando alguien sobornado actúa contra ellos de palabra o en algún proceso. Aunque parezca película, los malosos tienen ojos y oídos en todas partes.
Matar policías así, es también para advertir a la autoridad de lo que son capaces y hasta dónde pueden llegar.
Las ejecuciones siempre suceden cuando el escogido sale de su casa, llega a su lugar de trabajo o en el trayecto. Para esto utilizan una de dos armas: El cuerno de chivo si su objetivo lleva guardaespaldas, o la pistola empuñada por un solitario que se acerca a pie. También se estila el que, viajando en moto tripulada por otro, se baja en un alto, aproximándose al vehículo donde va su seleccionado y le perfora el cráneo. O disparar con revólver a la cabeza del escogido en un restaurante.
En todos los casos es garantía que los cercanos se quedan petrificados por el estruendo, y ver un cuerpo ensangrentado. Su reacción más pronta es auxiliar al caído, gritar del susto, pedir un doctor o una ambulancia, pero no perseguir. Normalmente, los más prefieren retirarse.
Así, actuando en edificios, calles o restaurantes, los mafiosos logran su principal objetivo: Demostrar ante los ojos de los ciudadanos, que la policía no puede con ellos. En consecuencia, nadie los delatará.
En un restaurante mataron a Polo Uscanga en Monterrey. Quisieron y no pudieron hacérselo al afamado Amado Carrillo en el Bali Hai defeño. Los Arellano perdieron guardaespaldas pero se salvaron en la discoteca Christine de Puerto Vallarta.
En Navolato, Sinaloa, cuando con toda confianza abría la puerta de su casa el abogado y ex-funcionario de la PGR Jorge Aguirre Meza lo mató un empistolado. Al ex-Subprocurador de Jalisco lo ejecutaron saliendo de su residencia en Guadalajara.
Lo mismo les pasó a dos célebres policías: Javier Larrazolo, en una colonia metropolitana. Todo mundo sabía de sus andanzas con la mafia. Y a Florentino Ventura -todo un personaje- cuando abandonaba un restaurante en la Capital. Este hombre capturó en Costa Rica a los narcos actualmente prisioneros Rafael Caro Quintero en Almoloya y José Contreras Subías recién extraditado de Estados Unidos.
Isaac Sánchez, comandante de la Federal, salió de su casa en el Distrito Federal. Se dio cuenta que lo esperaban y quiso regresarse, pero ya no le dieron tiempo y allí acabó su vida. Igual le pasó al ex-Fiscal Especial en Tijuana, Licenciado Odín Gutiérrez.
Otros policías fueron asesinados a bordo de sus patrullas y localizados luego de horas o días. Pero también fue común el procedimiento. Algún o varios mafiosos conocidos se acercaron pretextando platicar para matarlos.
Al Doctor Ernesto Ibarra Santés y tres agentes mas de la PGR, los asesinaron una noche en plena avenida Insurgentes del Distrito Federal a poca distancia del Instituto Nacional del Combate a las Drogas. El taxi donde viajaban fue encajonado por dos vehículos en un alto de semáforo y les dispararon cientos de veces. La escapatoria de los asesinos fue fácil. Curiosamente a esa hora no estaba cerca ninguna de las numerosas patrullas que normalmente circulan en el área. Tampoco hubo orden de persecución a los agentes que estaban en áreas cercanas. Esto es como un ritual: Alguien bloquea la radio policíaca y saca de la zona a los patrulleros comisionándolos a un caso inexistente.
Al ex-comandante de la PGR, Rodolfo García Gaxiola “El Chipilón”, se le emparejó un vehículo cuando iba en el suyo por una céntrica avenida de Ciudad Obregón, Sonora. Lo balacearon y murió.
En fin, hay muchos casos más iguales o parecidos.
Pero alrededor de todos existe un punto de referencia clave: Donde no hay corrupción, hay miedo.
Por eso nunca la PGR tiene enfrentamientos con los narcos después de una ejecución. En la misma corporación hay investigadores pagados por la mafia dedicados a distraer. Sin conocimiento de causa, sin apoyo científico, sin evidencias, se encargan de informar a los periodistas todo lo contrario a la realidad. Insisten en el “ajuste de cuentas” ordenado por este o aquel cártel. Pero en realidad ni hay base para el calificativo, y los presumibles autores no tienen nada que ver en el asunto. El chiste es alejar a los reporteros de la verdadera causa.
Todo esto es tan sencillo como que los mafiosos pagan a la policía por mentir y asesinan a los policías que les mienten.
No hay de otra.
Y como en el comercial de la televisión, el asesinato de mafiosos, agentes municipales o particulares, “…esa, esa es otra historia”.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 3 de mayo de 2007.