Una denuncia por violación es interpuesta cada 15 horas en Baja California, una de las entidades donde más agresiones sexuales se registran. Sin embargo, expertas en el tema de violencia de género consideran que por cada caso podría haber nueve más que no se denuncian. La PGJE precisa que sólo en Mexicali se contabilizan 94 violaciones a niños menores de 14 años durante los primeros seis meses, la mayoría niñas, aunque existe un porcentaje elevado de varones. El Estado ocupa el sexto lugar nacional en estas agresiones, y Tijuana es el segundo municipio con más agresiones sexuales en el país, después de Ciudad Juárez
Pese a que se han disipado las movilizaciones sociales y la alerta de género es un tema que ha disminuido de la agenda mediática, la crisis continúa, pues además de los feminicidios, Baja California destaca en los índices nacionales de violaciones y otro tipo de agresiones sexuales cuyas víctimas son principalmente mujeres.
Por precisar un dato, durante los primeros seis meses del año se registraron 288 violaciones, de las cuales la cifra de varones víctimas no alcanzaría ni el 2 por ciento. Desglosando se llega a la conclusión que cada 15 horas hay una nueva ofendida por este crimen.
No conforme con ello se cometieron otras 744 agresiones de este tipo, tales como abuso sexual, acoso, hostigamiento, entre otros, cuyas penalidades normalmente se quedan en una simple sanción restrictiva e incluso en una conciliación.
La académica Mónica Ayala Mira y la psicóloga del Centro de Salud, Cristina Nuño Bañuelos, coinciden en un dato más escalofriante: por cada caso denunciado de violación, hay nueve más que no se denuncian, lo que volvería a los actos lascivos hacia la mujer una conducta generalizada que representaron como un monstruo que no puede verse, pese a que está frente a nosotros. Oficialmente no hay cifra negra estatal.
“A mi punto de ver, no hay mujer que no haya sido víctima de alguna agresión sexual en su vida”, comentó la psicóloga con maestría en psicoterapia Ericksoniana y trabajadora del Centro de Salud de la colonia Industrial.
En Mexicali, de las 84 violaciones denunciadas, sólo tres son contra hombres, y según la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), poco menos del 20% han sido judicializadas.
Familiares, principales agresores
Un 95% de las agresiones sexuales son ejecutadas por familiares directos o que pertenecen al núcleo familiar en primer grado, según dio a conocer la PGJE de manera oficial, lo cual fue respaldado por la psicóloga Cristina Nuño, la cual afirmó que cada semana recibe entre cuatro y seis nuevos casos de mujeres víctimas de agresiones sexuales severas, de las cuales muy pocas llegan a interponer su denuncia.
Y es que, a su consideración, la presión familiar es el principal factor que provoca la impunidad en estos casos, ya que en afán de mantener una cohesión, omiten tocamientos u otro tipo de agresiones sexuales que incrementan su intensidad conforme pasa el tiempo.
Desde la niñez, las mujeres son sometidas a este tipo de actos que se convencionalizan como un mecanismo de defensa que permite sobrevivir a la vida diaria.
Cuando crecen se acostumbran a estas conductas y no perciben el avance de las agresiones hasta que se llega a una violación, pero no en todos los casos ocurre, pues la vergüenza y la presión social provocan que se mantenga en silencio.
La PGJE precisa que sólo en Mexicali se contabilizan 94 violaciones a niños menores de 14 años durante los primeros seis meses, de las cuales la mayoría son niñas, aunque existe un porcentaje elevado de varones.
Para la profesora de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), Mónica Ayala Mira, las agresiones contra niños también representan violencia de género, pues mayoritariamente son de menores de edad, y en determinados casos, se agrede a un infante con la intención de atacar a la pareja.
Nuño Bañuelos afirmó que los agresores tienen conocimiento de lo que representa para una víctima denunciar si son personas cercanas y con frecuencia atiende casos de mujeres que temían dejar a su pareja o denunciar a un agresor por la presión de las personas más cercanas.
Para Ayala Mira, los ataques sexuales tienen un trasfondo de poder. La intención de los agresores no es solo un tema de placer, sino demostrar que como hombres tienen poder sobre el sexo opuesto.
Agregó que los hombres que agreden a las mujeres con fines sexuales, ya sea violación o abuso, no tienen una intención de placer, sino de empoderamiento derivado de los severos problemas de identidad.
“Los hombres no han sabido acomodarse en el nuevo esquema social”, dijo Ayala, quien aseveró que la mujer salió a trabajar, pero el hombre nunca se estableció en casa, lo que provoca, ante sus pocas herramientas, la agresión.
Por su parte, la psicóloga del Centro de Salud consideró que en un gran porcentaje de los casos los depredadores sexuales replican actitudes a las que ellos fueron sometidos, es decir, fueron víctimas de algún incidente traumático que tratan de compensar con estas acciones.
Sin embargo, esto no explica la totalidad de los casos, sino que es una conducta socialmente aceptada y sistemática que permite a los hombres agredir a las mujeres.
Primero se da la agresión y, al sentirse evidenciados, la conducta repetida es el chantaje o la minimización de la violencia.
Autoridades no quieren ver el problema
El “monstruo” de la violencia de género no es algo que quieran reconocer las autoridades pese a que las cifras oficiales son preocupantes. Según Ayala Mira, no sólo somos el sexto lugar nacional en estas agresiones, sino que Tijuana es el segundo municipio con más agresiones sexuales en el país, sólo por debajo de Ciudad Juárez, Chihuahua.
En su percepción, no es un tema reconocido porque ni siquiera existen investigaciones o análisis por parte de las autoridades sobre el tema; se desconoce información sobre los alcances y las preocupaciones.
El año pasado, autoridades federales realizaron una evaluación del Gobierno del Estado, las instituciones de encargarse de garantizar la seguridad de la mujer y los resultados en materia de justicia y políticas públicas, el cual arrojó una serie de recomendaciones que se cumplieron medianamente, más por la preocupación mediática que por brindar una solución al sistema.
Para la catedrática de la UABC, la autoridad ha quedado mucho a deber en el tema y si bien se han dado capacitaciones sobre violencia de género, es escasa, además, las instituciones no se han sensibilizado sobre cómo atender a una mujer víctima de algún crimen de este tipo.
Evidenció que sólo este año la cifra de feminicidios ya superó la del año pasado. Sin embargo, la PGJE ha decidido no tipificar los crímenes como tal, pues no quiere incrementar las cifras.
Sobre las movilizaciones sociales, la profesora comentó que el año pasado la situación era peor, pero el estallido social ocurrido a inicio del año y otro tipo de protestas sociales han provocado que la atención se centre en otros temas no menos importantes.
Por otro lado, hay mujeres que llegan a la PGJE a interponer alguna denuncia por violación o abuso sexual y la forma en que son atendidas provoca que desistan, al considerar el trato como poco digno e incluso ofensivo.
La psicóloga Nuño Bañuelos canalizó dos casos de violación a las autoridades correspondientes, pero terminaron sintiéndose peor cuando tuvieron que exponer los casos, pues los protocolos de acción de la dependencia son poco sensibles y demuestran poca empatía.
“Temen que ir porque las vuelven una cifra o las tratan como ‘la violada’, sin comprender el conflicto interno de las víctimas”, resaltó.
Ambos casos estuvieron a punto de desistir por la exposición a la que fueron sometidas, pero lograron convencerlas para continuar el proceso que iba contra el abuelo de una y contra un desconocido que utilizó una máscara para perpetrar la agresión.
Referente a la cifra de violaciones, dijo que ella se encarga de atender entre seis y ocho personas diarias, y cada semana llegan cuatro nuevos casos.
“Estos temas son responsabilidad del Estado o la falta de actuar del mismo”, puntualizó Ayala, calificando la impunidad como el principal motivo por el que la violencia de género no cesa en la entidad.
El caso Karla
Karla tiene 27 años de edad, es profesionista y mantiene una relación de pareja saludable; tiene su casa, automóvil y mantiene una vida normal. No existe ningún semblante a simple vista que pueda precisar que es una de las tantas mujeres víctimas de ataques sexuales.
Empieza el relato y de inmediato se percibe una voz suave pero segura, su volumen es bajo pero comprensible, como el sonido del aire instantes después de un vendaval.
Karla, cuyo nombre fue cambiado para este relato, narró que fue víctima de agresiones sexuales por cuatro personas distintas durante su niñez y juventud, específicamente desde los 5 años de edad, cuando con un vecino jugaba al papá y a la mamá.
“Me decía que jugáramos a cuando los papás se quieren mucho”, dijo mientras cambiaba la vista haciendo un gesto que evidenciaba sus intenciones de recordar cada momento preciso. Varios años de terapia e intervenciones le permiten hablar sobre el tema con gran naturalidad.
Se trataba de tocamientos exteriores, en sus pechos, su trasero, sus piernas, pero no prestó importancia porque en ese momento lo consideraba algo normal. Pasaron los años y estas acciones continuaron.
A los 8 años fue arrinconada por uno de sus tíos y, a base de chantajes y amenazas, la obligó a acariciarle el pene, para posteriormente comenzar a tocarla a ella.
Los adultos con tendencias pedófilas son incapaces de sostener algún tipo de relación con personas de su edad, toda vez que se sienten inseguros, es por ello que buscan a personas menores que pueden someter psicológica y físicamente.
Estos tocamientos se normalizaron durante varios años, por lo menos tres veces por semana, y cuando Karla buscó refugio en su madre, le contestó que debía entenderlo porque estaba enfermo y la amenazó con castigarla si ese mismo relato se lo comentaba a su padre.
La conducta siguió hasta los 10 años de edad, cuando aprovechando que sus padres estaban fuera de casa, su tío llegó con unas paletas de hielo, utilizando este regalo como un argumento para visitarla.
Ese día la violó. Karla asegura tener recuerdos vagos de ellos sentados en el sillón, después otro viéndolo en ropa interior y un tercero nuevamente conversando en la sala. Nunca supo lo que pasó a ciencia cierta, pero sabe que fue víctima.
Al sentirse agobiada y tras varios años de constantes tocamientos y violaciones, a los 14 años decide contarle la historia a un primo de su edad, el cual terminó chantajeándola a cambio de besos, caricias y finalmente la violación durante un viaje. Las acciones se repitieron por algunos meses.
La desesperación de Karla se prolongó a lo largo de los años, generándole severos conflictos académicos, interpersonales, depresivos e incluso esquizofrénicos; las manifestaciones físicas y neurológicas se hicieron presentes al grado en ligeros lapsos sufría deficiencias de la vista, como la incapacidad de diferenciar colores.
Karla llegó a la desesperación a los 16 años, cuando para defenderse de los ataques sexuales tuvo que recurrir a una navaja que llevaba entre sus ropas cuando se sentía vulnerable.
Una vez, comenta, se encontraba en una habitación en la casa de sus abuelos, cuando otro tío se acercó e intentó violarla, arrojándola a la cama, para luego subirse a su cuerpo e intentar desvestirla; como recurso desesperado, la joven tomó el cuchillo y lo clavó en su brazo, provocándole una herida profunda.
Su tío la intentó chantajear con dar aviso a las autoridades por tal agresión, pero ella ya no estaba dispuesta a seguir siendo violentada y le dijo que llamara, que contaría todo lo ocurrido. En otra ocasión dejó una cámara encendida de un teléfono cuando llegó un tío para abusar de ella, logrando captar el momento del ataque.
Estas medidas de defensa las realizó a raíz de que uno de sus tíos comenzó a fijarse en su prima de 6 años, a la que defendió en varias ocasiones sufriendo actos sexuales a cambio de que la niña pudiera salir librada.
A esos actos solapados por la familia, los calificaban como “jugar luchitas”, intentando minimizar la acción.
La última vez que fue víctima de una violación fue en la universidad, cuando un ex novio la obligó a sostener relaciones sexuales con él, mientras le reclamaba los actos sexuales que sostuvo con sus tíos durante la infancia.
“Así es como te gusta que te traten, por eso lo hacían tus tíos”, le dijo su ex pareja mientras abusaba de ella. Ese día terminó con él, pero nunca lo denunció a las autoridades por la vergüenza que representa.
La psicóloga Nuño Bañuelos comentó que la vergüenza y la presión social son muy comunes, sobre todo cuando las mujeres son estudiadas, profesionistas o con algún nivel económico superior, pues no pueden aceptar que, pese a sus ventajas intelectuales, son víctimas de la agresión generalizada.
“En Mexicali yo siento miedo”, comentó Mónica Ayala Lira, quien dijo que a escasos días de establecerse fue víctima de acoso en su casa.
“Todas las mujeres hemos sido víctimas de violencia sexual en cualquiera de sus niveles” sentenció.
Este reportero buscó una reacción del Instituto de la Mujer para el Estado de Baja California (Inmujer) sobre las políticas públicas que realizan para combatir la violencia de género y la atención a agresiones sexuales, pero la respuesta de la institución fue que tanto su titular, como las personas que podrían atenderme sobre el tema, estarían en la Ciudad de México durante la semana y no podían dar una postura ni por la vía telefónica.