En política exterior, Manuel González va a enfrentarse a serios problemas: el de la controversia suscitada con Guatemala, gobernada por Justo Rufino Barrios, un tiranuelo que trataba de desviar el descontento que producía en el pueblo por su mala administración, con actitudes expansionistas y demagógicas.
Ansioso de poder y popularidad, mal aconsejado por un grupo de antimexicanos, trató de afianzar su dictadura con el apoyo del gobierno de Norteamérica. Justino Rufino Barrios reclamaba a México, en base de una interpretación absurda de la historia de las relaciones entre los dos países y con una argumentación jurídica totalmente inválida, la devolución de las provincias de Chiapas y Soconusco que, desde el mes de septiembre de 1824, había declarado, en base del libre principio de autodeterminación de los pueblos, anexarse a México y formar parte de la República Mexicana, como un estado más de la federación. Deseo que rectificara posteriormente en 1838, cuando se disolvió la República de Centroamérica, en 1840, habiendo pedido Soconusco, su reincorporación a Chiapas y por lo tanto, a México.
Barrios, al verse perdido en sus intenciones de anexar Guatemala a Chiapas y Soconusco, recurrió al presidente de los Estados Unidos, J. A. Garfield, para pedirle ayuda, no únicamente para recuperar Chiapas y Soconusco, sino para reconstruir la unidad centroamericana a base de anexiones. Los Estados Unidos vieron con buenos ojos los deseos de Barrios, pues eso les permitía intervenir en el futuro más ampliamente en Centroamérica. México envió a Matías Romero, hombre que gozaba de influencia y estima, con el general Grant, quien convenció a la opinión pública, así como a los políticos estadounidenses, de que la justicia y razón estaban del lado de México y no de las desmedidas ambiciones de Barrios. México evitaba perder una porción de su territorio, pero su posición quedó bien comprometida y el gobierno de González obtuvo el apoyo y reconocimiento de la opinión pública.
La economía en el gobierno de González fue un espejo en el que el presidente no pudo escapar a ser señalado de derrochador, especulador y deshonesto en el manejo de los fondos públicos. La situación hacendaria que, desde regímenes anteriores era deficitaria, en la administración de González llegó a ser desastrosa, pues no se contaba con crédito suficiente para pagar la deuda externa y, al no tener créditos frescos con los cuales impulsar las obras públicas ya iniciadas como otras nueve que urgía emprender, dicha situación llevó al país a una fuerte crisis financiera, principalmente de 1881 a 1884, año en el que el secretario de Hacienda declaró que, con doce millones de ingresos, era imposible cubrir los treinta y tantos que se requerían para cubrir los egresos. Frente a esta situación, al gobierno no le quedaba más recursos que reducir los gastos y aumentar impuestos.
Al finalizar el año de 1883, se presenta una amplia incógnita ¿quién iba a suceder al general González en la presidencia de la República? ¿Volvería el general Díaz al poder?
Manuel González, al ascender a la presidencia por acción de su compadre y amigo el general Díaz, se comprometió a dejarle el poder al término de su periodo. Además comprendió que, al final de su presidencia, que no fue muy feliz, no podía enfrentar ningún amigo suyo al general Díaz, ni tampoco pensarlo, como le sugirieron en la reelección.
Al llegar las elecciones en 1884 para elegir presidente, el país no se conmovió, ni se entusiasmó en participar. Pues estaba hastiado del régimen de González y Díaz, no escaba a la conciencia pública que el regreso de Díaz era algo ya fraguado, algo que se había planeado y por lo tanto, el entusiasmo de los comicios fue nulo. Díaz, a pesar de ser presionado por sus partidarios a lanzar un programa de gobierno, fue cauto, pues por un lado, no quiso presentar nada que pareciera una crítica abierta a la feneciente administración de González, ni tampoco quería suscribir todos los puntos del Plan de Tuxtepec, ya que las circunstancias habían cambiado y sus experiencia le mostraba que había que rectificar algunos principios.
Al efectuarse las elecciones primarias en el mes de junio y las secundarias en julio, los resultados indicaron que Díaz había obtenido 15, 776 votos contra 289 emitidos a favor de otros candidatos. Manuel González, al finalizar su mandato, fue nombrado gobernador del estado de Guanajuato, cargo en el que permaneció hasta su muerte, en 1893, en su espléndida hacienda de Chapingo.
Al ganar las elecciones, celebraron el triunfo, lo hicieron antes de asumir la presidencia, con un brindis entre amigos. Díaz tomó la palabra y dijo: “Los mexicanos estarán contentos siempre que se les permita comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos influyentes; asistir al trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo…Los mexicanos de la clase directiva no temen a la opresión ni a la tiranía. A la falta de pan, de casa y de vestido, ni a la necesidad de comer o sacrificar su pereza, es a lo que temen los mexicanos”.
Díaz ya había olvidado la filosofía política de Juárez y los ideales democráticos y de respeto, esos que conmovieron y anidaron el sentimiento nacionalista en su juventud.
En su nuevo gobierno se propuso dar los pasos necesarios para pacificar y unir al país.
Continuará.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.