Las “tienditas” son de patente tijuanense. Fueron bautizadas así a inicios de los ochentas. Eran y son sitios para venta de drogas sintéticas: crack, crystal, cemento, sedantes farmacéuticos y no tanto, pero sí marihuana y heroína. Los sitios ni siquiera llegan a tendajones. Más bien son domiciliarios en vecindarios o cuarterías. Las más ocasiones imaginarios. Tanto así que “funcionan” a media calle. En baldíos. A veces entre matorrales a orillas de la ciudad.
Ya se sabe: Allí llegarán diariamente los mercaderes. Siempre puntuales. Con su provisión justa para consumidores. Ni más ni menos. Y el trato harto sabido: Todo es al chaz-chaz. Nada de fiado. Raros son con esa ventaja.
Las “tienditas” nacieron más por necesidad que por ocurrencia. Los vendedores andaban cargando antes su “mercancía” en la bolsa. De preferencia se acercaban a escuelas primarias, secundarias, preparatorias, universidades, discotecas o cantinas. Hasta cuando su presencia se convirtió en una monserga descarada. Todo mundo les veía. Entonces sí fueron perseguidos por la Policía, terminaban encarcelados. Por tratarse de un delito federal iban derechito a la Procuraduría General de la República. Por eso los vendedores, más que narcotraficantes, decidieron desparramarse. Ya no estar de fijo cerca de las escuelas. Así nacieron las “tienditas”. Ahora pomposamente se les llama “narcomenudeo”.
Individualmente no tienen tanta importancia. Si quisiera la Policía, desaparecen a una y ya. Por eso agentes federales y estatales ni en cuenta toman a “dueños”. Son calificados y se les conoce como “narcopoquiteros”. Rara vez perseguidos. Ya se sabe. Están aquí, allá, o más allá y no valen la pena. Pero ese desentendimiento ha sido mucho y grave. Se convirtieron en “clientela” de los policías municipales”. Ni los molestan. Por eso en Tijuana hay miles de “tienditas”.
En esos sitios desembocan más problemas. Casi todos los consumidores son raterillos. Muchos entran en sitios particulares para llevarse plancha o televisión. Las venden en cualquier miseria para comprarse una dosis. Hay desde 50 hasta 200 pesos. Y muchas ocasiones, es increíble. Ese mini comercio aborta en más ejecuciones comparadas con el verdadero narcotráfico. Se matan por cualquier mirruña de droga o billetes. También son competidores celosos hasta la tragedia. Y las “tienditas” al aire libre o en cuarterías sirven también para el consumo. No hay policía ignorante de eso, como tampoco vecinos. Aquí sí cabe la frase trillada de “secreto a gritos”.
Alguien tuvo la puntada de combatir las “tienditas” con publicidad. “Ponle dedo al picadero” fue la cantaleta. Pero como dicen en los ranchos, no sirvió ni para remedio. Cierto agente federal me comentó alguna ocasión. No vale la pena perseguirlos. En las comandancias ya no quieren a tanto viciosillo. Todo agente del Ministerio Público Federal les da la vuelta. Son quitatiempo y no “producen”. Si llegan al Juzgado se emberrincha el personal. Y cuando caen a la “Peni” son problema. Aparte de soportarlos comprando droga, hay que mantenerlos. Pero lo más odiado por la Policía. Les desagrada ser citados a los tribunales para declarar sobre algún detenido de ésos. “¼ por poquiteros no valen la pena. Se gasta tiempo y vale más el papel de expedientes”.
Por eso está creciendo el llamado “narcomenudeo”. No es exacto que los cárteles se dediquen a eso. Ningún capo tiene interés en andar vendiendo porciones de a 100 pesos. Están acostumbrados a negociar por toneladas con pagos en dólares norteamericanos. La llamada cocaína distribuida en Tepito es alterada. Causa más daño que el efecto de la original. Nada más como un ejemplo. Si hace dos semanas capturaron a un mafioso con dos toneladas, seguramente las convertiría en más de 10. Agregaría desde talco hasta cal con algún medicamento que provoque adormecimiento en la lengua. Algo así como el usado por los dentistas para inyectar las encías. La cocaína menos alterada se distribuye en las discotecas concurridas por jóvenes pudientes.
Las “tienditas”–“picaderos” –“narcomenudeo” se colaron de la frontera a todas las ciudades del país. No es una novedad. Ya tienen años. Pero han crecido tanto hasta la preocupación foxista. Me imagino que por eso encargó a sus colaboradores “un plan antinarcomenudeo”. Y naturalmente, rápido, el Presidente recibió borradores, consejos y todo lo acostumbrado. Opiniones no le faltaron.
Se la pusieron fácil al Presidente. Proponer al Congreso modificar la Constitución. Cambiar la Ley de Salud y el Código Penal. Y entonces sí, todos los gobiernos estatales y municipales tendrán una nueva obligación: Enfrentarse al “narcomenudeo”. Sinceramente, la recomendación al señor Presidente no tiene una base realista para solucionar el problema. Simplemente es traspasar responsabilidad. No elimina el funcionamiento de “tienditas”. No significa solución. Al contrario: Exhibe total desconocimiento del caso.
Los consejeros del señor Presidente de la República deberían saber: No es posible, por experiencia, una coordinación policíaca en este país. Los federales se creen lo máximo y desdeñan a sus inmediatos estatales. Unos y otros a su vez no se pueden ver, y de paso menosprecian a cualquier policía municipal. Aparte, traspasar las responsabilidades a las procuradurías estatales significa mayor gasto y no tienen presupuesto. Y en caso de funcionar, se traducirá en otro fuerte desembolso: Juzgados y cárceles. Por eso tiene mucha razón el Gobernador de Nuevo León. Entrevistado por el diario Reforma, aseguró que “…si la ley incluye algunos aspectos de colaboración o algunas atribuciones que estén acompañadas con los recursos humanos y materiales para hacer frente a esa responsabilidad, podría estar de acuerdo. Pero si no, no deseo que eso se convierta en una carga para los municipios y los estados que complique la gobernabilidad interna, y que pueda contaminar las estructuras de por sí débiles de los cuerpos de seguridad a nivel local”.
El señor Procurador de Justicia del Estado de Hidalgo, Juan Manuel Sepúlveda Fayad, fue más directo: Dijo estar de acuerdo con la proposición presidencial siempre y cuando la Federación otorgue recursos económicos a estados para enfrentar el “narcomenudeo”. Si eso sucede, la iniciativa de Fox tendrá éxito. “¼de lo contrario representa un acto de irresponsabilidad”.
Y en el mismo caso están los policías municipales. Por el momento no veo cómo puedan enfrentarse a quienes están sobornando. Salvo sus honrosas excepciones, esto provocaría más ejecuciones de guardianes. Así, el “narcomenudeo” se dejó crecer. Ahora es muy difícil reducirlo y más todavía acabarlo. No en poder ni en dinero, pero es un crucigrama tan difícil de resolver como el verdadero crimen organizado. Todo eso lo deja ver una simple operación aritmética. Si por cada “tiendita” hay 10 o más consumidores constantemente robando, imagínese. En Tijuana existen casi tres mil. Súmele a ésas todas las del país y la cifra es verdaderamente impresionante. El “narcomenudeo” no se termina con un decreto.
Texto tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicada por última vez el 4 de agosto de 2006.