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jueves, octubre 3, 2024
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El miedo

Hace tres años entrevisté a don Alberto Limón Valerio. Era Presidente de la Cámara Nacional de Comercio en Tijuana. Empezamos hablando sobre su tarea. El harto difícil movimiento empresarial fronterizo. Y ese trato siempre tan indiferente recibido por los gobernícolas defeños. De repente me estremeció presentándome datos increíbles por escrito: Ilustrados además con resultados de encuestas muy creíbles: Comerciantes asaltados hasta cuatro veces en poco tiempo. Algunos heridos.

Otros prefirieron traspasar su negocio. Y no podía creerlo: Propietarios de empresas importantes decidieron abandonar Tijuana. La mayoría se cambiaron a Estados Unidos. Cerca de la frontera. Para no estar tan lejos de sus negocios y amigos. Naturalmente no pedí ni me dio nombres. Pero sí fui enterado cómo habían sufrido secuestros. Obligados a pagar grandes rescates. Las parentelas sufrieron mucho. Después de lograr el reencuentro con su familiar víctima fueron amenazados. Los matarían si contaban hasta en susurro a policías o amigos. Me imagino su frase: “Si hacen eso vendremos a matarlos o secuestramos a su hijito”. Don Alberto Limón Valerio se dolió doblemente con esa tragedia: Primero por el daño causado a sus asociados. Segundo y lo más grave: La indiferencia oficial. Los policías no actuaban para protegerlos ni perseguir a los culpables. Muchas veces nada hacían y otras simulaban hacer algo. “¿Cómo es posible que un mismo comerciante haya sido asaltado hasta cuatro veces en poco tiempo y ni siquiera sepan quién es o quiénes son?”. No me lo dijo pero sí sentí un “al gobierno le importa muy poco”. Se quejó de la pachorra en el Ministerio Público. Me contó del papeleo aburrido. La pérdida de tiempo. Y todo para nada. Contó desilusionado sobre el sucio proceder de los policías ministeriales encargados para investigar. Iban con los comerciantes asaltados o con parientes secuestrados a pedirles “…lo que Usted quiera para la gasolina” o “una ayudita porque ni siquiera hemos ido a comer”. Desvergonzados.

Don Alberto fue insistente. Defendió a sus asociados a cada rato. Públicamente demostró los atracos. Entonces el Procurador de Justicia del Estado tuvo la ocurrencia: Instalar una agencia del Ministerio Público en el edificio de la Cámara de Comercio. Así no dilatarían los denunciantes. Sus quejas se atenderían rápido. Pero la verdad, salió junto con pegado. Había rapidez para anotar las quejas pero lentitud en la investigación. A veces ni siquiera los tomaban en cuenta. Entonces vino un infortunio mayor. Se supo cómo los mismos policías eran quienes plagiaban y asaltaban. A pesar de las denuncias periodísticas el gobierno estatal se hizo como que no las oía. Pero llegó hasta lo inaguantable: Los agentes fueron capturados. Tenían casas de seguridad. Armamento mejor comparado con las corporaciones. Carros último modelo. Todos robados. Y lo más importante: Información fresquecita de la Procuraduría. Jugaban al mismo tiempo como gato y ratón. Así la Agencia del Ministerio Público sirvió para nada. Fue cuando los comerciantes atosigaron al Procurador General de Justicia. Le reclamaron acción. Y el señor contestó con “vamos a reunirnos para ponernos todos de acuerdo”.

Don Alberto Limón Valerio terminó su gestión como Presidente de la Cámara de Comercio. Le siguió don Jaime Valdovinos. A este caballero le fue peor. Le aturdieron primero con los famosos secuestros “express”. Luego las amenazas telefónicas. Siguieron plagios y más plagios a empresarios y familiares. Continuaron los robos. Y así. Nunca un presidente de los comerciantes denunció tantas ocasiones la incapacidad policíaca. A ésa se sumó el torpe capricho del ignorante alcalde Jorge Hank Rhon. No coordinar la policía municipal con la estatal. Así les abrieron las puertas de par en par a los delincuentes. Aumentó el número de policías secuestradores. La gran mayoría enquistados en el Ayuntamiento encabezado por el júnior del profesor. Aparte agregó la inutilidad de un llamado jefe policiaco que impuso Hank Rhon. Nada más por ser del Estado de México. El Licenciado Ernesto Santillana. Nadie nunca tan incapaz para esto. Mentiroso aparte: Siempre diciendo “estamos avanzando mucho en el combate a la delincuencia”. La realidad era otra: Siempre en aumento. Por eso los policías malandrines a veces ni escondite necesitaban. Les bastó la Comandancia y el amparo de su jefe.

Recién rindió su informe don Jaime Valdovinos en la Cámara Nacional de Comercio. Fue cuando detalló que por lo menos 250 familias de empresarios decidieron irse a vivir en Estados Unidos. Los tiene contabilizados oficialmente. Se fueron porque le temen a la inseguridad en Tijuana. Han sido víctimas más del secuestro. El robo era antes a los pequeños comerciantes. Ahora los malandrines asaltan joyerías y casas de cambio. La inseguridad para los comerciantes aumenta. Sus familias peligran. Crece la complicidad policíaca. No es posible: Desde hace tres, cuatro, cinco años sucede lo mismo y si no hay solución menos un remedio. La policía jamás interviene por alcahueta. Siempre llega tarde. Y muchos de los agentes son cómplices. El Procurador no tiene forma de respuesta a la delincuencia porque está demostrada su incapacidad. Y el Gobernador no remedia la situación por mantener en el puesto al Procurador. Es el cuento de nunca acabar. Se la lleva convocando a juntas. Organizando foros. “Para ponernos de acuerdo”. Tan solo el actual Presidente de la Cámara de Comercio asistió a 50. Pura perdedera de tiempo.

Cuando el señor Valdovinos habla de 250 familias se refiere únicamente a las de sus asociados. Esto significa un número más elevado. Personas ajenas a la Cámara de Comercio han sufrido lo mismo y también siguieron igual camino o el regreso al interior del país. Recientemente los secuestradores cambiaron su maldita costumbre: Plagian a los familiares para poder negociar con el jefe de la familia. Así encuentran respuesta inmediata y efectiva. Por lo menos en los últimos meses se pagaron los rescates y regresaron con vida las víctimas. No es como antes. Se dirigían hacia el hombre principal de la parentela. Entonces chocaban con dificultad en las negociaciones. Ni la esposa ni los hijos tenían autorización para retirar dinero del banco. Se veían obligados a vender barato sus autos y otras cosas valiosas para reunir la cantidad reclamada. A veces no alcanzaban. Por eso los secuestradores mataban al plagiado. Un recorrido por los fraccionamientos de las clases pudiente y las zonas tradicionales de Tijuana muestra triste espectáculo: Muchas casas con el letrero “Se vende”. Apenas el martes en una sola cuadra conté cuatro. Todas de familias que huyeron empujadas por la tragedia.

Es cierto: Se han capturado algunas bandas. Pero muchos son pelagatos. Ignorantes metidos al delito precisamente por lo fácil que se los pone la policía. Se ha popularizado tanto el delito que hasta los jóvenes se auto-secuestran. Naturalmente los descubren por torpes. Pero hay otros grupos más organizados y son precisamente capitaneados por agentes o plagiarios profesionales. Pero no es el fin de los males. El secuestro sigue silencioso y maldito. Recientemente vinieron a Tijuana cientos de policías federales preventivos. Se presumió que detuvieron a 11 mil personas. Exageraron. No caben ni en todas las prisiones de Baja California. Fueron puros raterillos. Algunos poquiteros del narco. Otros con órdenes de aprehensión pendientes. Pero secuestradores importantes y capos casi nada. Se cacareó mucho la detención de cierto grupo. Pero como quien dice “una golondrina no hace verano”.


Don José Luis y “El Chatito”

Don José Luis Noriega Magaña era un caballero de la política. Buen vestir hasta la elegancia. Pulcro. Bigote bien recortado. Peinado como si hubiera salido de la peluquería. Político de pies a cabeza. Cortés con quienes le trataban bien y delicadamente enérgico si le maltrataban. Le conocí como Secretario General de Gobierno en el sexenio del segundo gobernador de Baja California, Ingeniero Eligio Esquivel Méndez. Alguna vez le criticaba desde las páginas de El Mexicano. Cierto día nos topamos en el viejo aeropuerto de Tijuana. Le vi venir directo. Me abrazó y caminando me dijo muy quedito pero claro: “No me importa qué diga de mí. Lo que me interesa es que hable de mí”. Y con toda elegancia se despidió. Le vi muchas veces. Pero me imagino las horas angustiosas que pasó cuando su jefe y amigo el Ingeniero Esquivel murió repentinamente. Oficialmente don José Luis quedaba en funciones de Gobernador. Tuvo la habilidad de sortear el problema. Atender por un lado los servicios funerarios y por otro el desbordamiento político por la sucesión. Los controló. Don José Luis pudo ser el Gobernador Sustituto. Pero la política no tiene palabra. Entonces Luis Echeverría era Secretario de Gobernación. Directamente llamó al Doctor Gustavo Aubanel para ordenarle sustituir a Esquivel. Y don José Luis, sabedor, controló a todos los políticos del Estado y el Congreso. El muerto a la tumba y Aubanel al poder. Todo en paz. El señor Noriega cumplió sin reclamos. Eso fue en diciembre del 64. Pasaron 13 años y don José Luis reapareció como Delegado Nacional del PRI para la campaña del General de División, Hermenegildo Cuenca Díaz, a la gubernatura del Estado. Se enfrentaba Noriega a un gran descontento por la nominación pero iba cumpliendo su tarea. La tragedia le tocó al hombro. El militar murió en plena campaña. Y otra vez. Don José Luis enfrentando al problema. Primero informar al Presidente de la República, Luego a Gobernación. Y nuevamente a frenar las inquietudes. Hubo un tironeo que resolvió Roberto de la Madrid. El Presidente López Portillo estaba de gira en La Paz y hasta llevó al empresario Mario Hernández. Todos querían que fuera el candidato. Pero

bastó una pequeña plática y De la Madrid salió como el sucesor. Mario Vázquez Raña vino por el cadáver del General. El Presidente del PRI Manuel Sansores Pérez llegó para alzarle la mano a Roberto y convertirlo en candidato. Con toda discreción se retiró don José Luis Noriega. Hubiera sido con el divisionario otra vez Secretario General. Y le sobraba cuerda para aspirar a gobernar. Pero la política es así. Esta semana murió don José Luis. Termino recordándolo con aquella su frase: “No me importa que me critique. Lo que me interesa es que escriba de mí”.

Y en estos días murió un amigo: José Luis “El Chatito” Quintero. Nuestro fotógrafo estrella cuando nos tocó a un grupo fundar La Voz de la Frontera en 1964. Jamás de uñas. Siempre amigo. Sonrisa hasta torcerse. Pero se fajaba para el trabajo como pocos. Con sus cámaras cargando y una toallita de tela siempre para secarse el sudor. No le importaba trabajar mucho tiempo bajo el sol mexicalense que arde. Vivimos tiempos hermosos. Reuniones sabatinas. Nos turnábamos quiénes seríamos los anfitriones en casa. Amigo en las buenas y las malas. Hay muchas anécdotas de “El Chatito”. La última vez lo vi hace cinco o seis años. Recordamos los viejos tiempos. Es curioso. Don José Luis y “El Chatito”, convivieron también cada quien desde su lado esa época política inolvidable.


Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado por última vez el 3 de marzo de 2006.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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