Si lo que pretendían era proteger a los culpables, armar un expediente para que unos “chivos expiatorios” pasaran una temporada en la cárcel y después fueran absueltos, para que nunca se supiera la verdad y el caso se diluyera en el olvido, entonces la Procuraduría de Justicia de Sonora hizo muy bien su trabajo en el asesinato del periodista sanluisino. Dos décadas después, la pregunta sigue retumbando en la conciencia y no encuentra respuesta: ¿Quién fue?
Humberto Melgoza Vega
San Luis Río Colorado.- El 15 de julio de 1997, a las 4:00 de la tarde, un grupo de pistoleros estaban esperando a que el periodista Benjamín Flores llegara a sus oficinas, ubicadas en la avenida Tlaxcala y calle Sexta. De un viejo vehículo Impala gris descendió un tipo con un rifle “cuerno de chivo” y lo roció de balas por la espalda hasta que se le entrampó el arma.
Para asegurarse de que no sobreviviera, el sujeto, flaco, camiseta de tirantes, con cachucha pero con el rostro descubierto y con melena hasta los hombros, regresó al carro donde uno de sus cómplices le entregó una pistola calibre .22 con la que se acercó hasta el cuerpo tendido del periodista y lo remató, metiéndole dos balazos en la cabeza a corta distancia.
Todo esto sucedió ante los ojos atónitos de los compañeros de Benjamín, quienes lo esperaban en la sala de redacción para darle una sorpresa ya que festejarían por partida doble, su cumpleaños y el quinto aniversario del periódico. Espantados, apenas atinaron a tirarse al suelo; temerosos, vieron cuando el gatillero se acercaba a rematarlo, creyeron que entraría a la oficina para no dejar testigos.
La Procuraduría, a cargo de Rolando Tavarez, detuvo a una serie de sujetos, quienes estuvieron durante varios años en la cárcel. De manera atropellada, con el imperativo de detener a los responsables a como diera lugar, presentaron una serie de “culpables” que a la poste resultaron ser unos “chivos expiatorios”, al menos es lo que se infiere, porque prácticamente todos recuperaron su libertad.
Entre los principales protagonistas de esta historia marcada por el indeleble sello de la impunidad, figuran:
Luis Enrique Rincón Muro (a) “El Chichí”, señalado inicialmente como el autor material, recuperó su libertad 7 años después del crimen por falta de pruebas. Varios testigos lo vieron en un lugar distinto al momento del crimen, mientras reparaba el aire acondicionado de un vehículo.
Además de esta coartada, a Rincón Muro le valió que días antes se había cortado el cabello tipo militar para tomarse la foto que presentó en la solicitud para ingresar a la Policía Municipal. Salió libre el 16 de julio de 2004.
Jorge Pacheco Reyes (a) “El Pecas”, señalado como el responsable de reclutar a los “plebes” que matarían al periodista, detenido conduciendo el pick-up que pertenecía a Gabriel González Gutiérrez, uno de los presuntos autores intelectuales del crimen, también libre al igual que su hermano Jaime González Gutiérrez, el sospechoso estelar de la Procuraduría.
A Pacheco Reyes lo sentenciaron a 25 años de cárcel. A pesar de que alegó que su confesión se la arrancaron mediante tortura, alguien tenía que pagar el pato.
Gabriel González había sido detenido el 2000 en Estados Unidos por cargos de narcotráfico, en abril de 2006 fue extraditado a México, procesado por el caso de Benjamín Flores, pero en 2010 fue absuelto por falta de pruebas. Durante su estancia en el Cereso de San Luis Río Colorado concedió una entrevista informal a este reportero, a través de los barrotes de acero, en la que negó cualquier participación en el complot para asesinar al director de La Prensa.
“Al compa yo ni lo conocía y no tenía motivos para hacerle nada”, comentó de manera directa el menor del clan de los González.
Jaime González es un caso aparte: a él lo involucraron por una supuesta llamada que le hizo a su hermano Gaby desde el Cereso, donde le pedía que contratara a unos pistoleros para aventarse un “jale”, en este caso matar a un periodista.
El argumento era su molestia porque fue exhibido por Benjamín Flores en el periódico cuando, detenido con un cargamento de mariguana, se había identificado con un nombre falso.
A Jaime González nunca se le pudo comprobar su participación en la autoría intelectual del asesinato.
Cuando sus hermanos cayeron en un operativo de la DEA y el ICE en el área de Yuma el 24 de febrero de 2000, por conspiración para traficar narcóticos, un par de meses después Jaime, quien era objetivo central de la investigación de los gringos, fue encarcelado en San Luis por el crimen de José Manuel Echeverría Varela, narcomenudista que le debía unos kilos, al que le metió, según forenses, unas 37 puñaladas.
El día que fue arrestado por los municipales, operativo encabezado por el malogrado comandante Juan Antonio Pineda, en una balandronada les dijo que él había mandado matar al periodista, aunque su dicho no tuvo ninguna validez oficial porque no fue vertida ante la autoridad ministerial.
Vidal Zamora Lara estuvo varios años encerrado, acusado de haber participado en la emboscada. En los careos, al menos dos de los testigos presenciales lo señalaron de haber sido quien disparó al periodista, sin embargo recuperó su libertad.
Miguel Angel Zamora Lara, hermano de Vidal, fue el que menos tiempo pasó en la cárcel, salió en abril de 2001. Inicialmente se le mencionó como la persona que se dedicó a hacer “plantón” afuera del periódico para ver a qué hora salía y llegaba Benjamín Flores.
El día anterior del crimen, un grupo de sujetos fueron vistos arriba de un carro, estacionados frente al puesto de jugos y frutas sobre la calle Sexta casi con Tlaxcala, mirando hacia las oficinas de La Prensa. El abogado Roberto Silva Calles solicitó que se citara a declarar a los testigos para que los compararan con las fotos de la investigación pero su petición fue rechazada por la Procuraduría.
Todo el caso se enredó desde que a los trabajadores de La Prensa, quienes ese día esperaban a Benjamín Flores para festejar el aniversario del periódico, les presentaron a dos personas distintas como el autor material del homicidio.
Primero les exhibieron una foto de Vidal Zamora y más tarde les presentaron a Rincón Muro en persona para que lo identificaran, a través de un vidrio polarizado, con la gorra sumida hasta las orejas, y aunque tuvieron dudas al señalarlo las autoridades investigadoras dieron por hecho que él era.
Posteriormente, en su ampliación de declaración en el 2001, mientras que Damián Zavala y Domingo Martínez, rectificando, identificaban a Vidal como el presunto autor material, Imanol Caneyada, otro de los reporteros que habían sido testigos el día del crimen, insistía en señalar a Rincón Muro, aunque también después expresó sus dudas.
Confusión, manipulación, vericuetos de la procuración de justicia que dejaron cancha libre a la impunidad.
Por el crimen de Benjamín Flores aún siguen prófugos de la justicia, se supone que con orden de aprehensión, la cual quizás nunca se llegue a cumplimentar, por la prescripción del delito: José Francisco Benavides Avila, Carlos Pacheco García y Arsenio Pérez Lozada.
Años después, de éste último se recibieron informes anónimos por la vía telefónica donde lo incriminaban como el verdadero autor material, aunque en la foto que difundió la Procuraduría también aparecía con el cabello recortado.
De Benavides Avila solo se menciona que viajaba como co-piloto en el Impala de la muerte, “traía un rifle que no soltó nunca”, y en otro tramo del expediente 239/97, al rendir su declaración Vidal Zamora señala a Carlos Pacheco como la persona que se bajó con el “cuerno de chivo” para rociar de plomo a Benjamín Flores.
“…por lo que me paré enseguida del pick-up negro del cual se bajó Benjamín Flores y en forma rápida se bajó Carlos Pacheco García por la puerta trasera con un rifle de los conocidos como cuerno de chivo en la mano, caminó hacia la banqueta y comenzó a dispararle por la espalda…”.
En su declaración ministerial, Pacheco Reyes menciona a dos tipos a los que identifica como “Javier” y “Román” como participantes en el mortal atentado pero ya no se volvió a saber de ellos en la investigación.
En esta trama que apenas Sherlock Holmes podría descifrar, a 20 años todavía no se tiene certeza de quién mató a Flores González ni el que se encargó de pagar y organizar la emboscada, todos lograron evadir la acción de la justicia. Y es posible que nunca se sepa.
Crimen sin castigo
Por el asesinato de Benjamín Flores, la Procuraduría de Justicia Estatal a cargo entonces del procurador Rolando Tavares Ibarra se centró como única línea de investigación en una venganza del grupo de los González, en represalia por las notas que escribían en su periódico donde los señalaban de narcos.
En ningún momento se consideró el entorno político, la persecución que sufría el periódico por sus constantes señalamientos contra el gobierno de Manlio Fabio Beltrones, ni las amenazas que había recibido por otros cabecillas del crimen organizado.
Para la opinión pública, una de las posibles líneas que debieron haberse considerado es la de Eduardo Barraza Gastelum “El Pony”, durante los noventa jefe de la plaza en San Luis bajo la órdenes de Arturo Beltrán Leyva y de Jesús Héctor “El Güero” Palma, cuyas andanzas y amoríos eran reseñados con todo detalle en las páginas de La Prensa, lo que volvió al rotativo en lectura apetecible en una época donde no había redes sociales.
Un par de meses antes, en mayo del ´97, “El Pony” había sido señalado de recuperar de las oficinas locales de la PGR, junto con José Luis Angulo Soto “Mi Niño”, un cargamento de media tonelada de cocaína que había sido asegurado luego que se estrelló una avioneta en el valle de San Luis.
Años después, este reportero tuvo acceso a un informe interno de la DEA en donde se mencionaba que en el famoso “robo de la coca” –hasta una película o video-home se hizo sobre el tema–, habían participado militares quienes a bordo de Hummers la cruzaron hacia el otro lado por la zona desértica.
A principios de la década del 2000 un emisario de “El Pony” se puso en contacto con el autor de este texto, porque traía un mensaje del narco pesado que hizo historia en San Luis Río Colorado.
A nombre de Barraza Gastélum ofreció 5 mil dólares para que se le dejara de mencionar en relación al crimen de Benjamín Flores, ya que nada tenía que ver y quería se le dejara en paz; evidentemente era algo que le molestaba. El ofrecimiento obviamente fue rechazado y se publicó el respectivo comentario, para evitar malos entendidos y descartar compromisos nunca asumidos.
Un domingo de 2002, dos tipos que se identificaron como agentes de la Siedo, la otrora Subprocuraduría de Investigación en Delincuencia Organizada, se apersonaron en las oficinas de la Tlaxcala y 6 y se entrevistaron con el autor de la presente nota.
Por alguna razón, andaban investigando en relación al crimen del periodista. En su poder traían copias de una denuncia, presentada a título personal por Benjamín Flores en las oficinas locales de la PGR, en donde reseñaba las operaciones de El Güero Palma en esta frontera. Dejaron que leyéramos la denuncia, tachoneada en algunas partes con plumón negro, pero por ningún motivo accedieron a pasar una copia.
Los investigadores, quienes se despidieron amablemente y de los que nunca más se supo nada, dejaron la sensación de que el aguerrido periodista llegó a incomodar incluso a los jefes del cártel de Sinaloa.
Beltrones, nada que ver
Desde que inició la investigación del crimen, el licenciado Roberto Silva Calles fue de los pocos que abogó por la inocencia de los implicados. Presidente entonces del Colegio de Abogados de San Luis, se tomó muy en serio el convenio que tenían con la Comisión Nacional de derechos Humanos (CNDH) y se erigió en una especie de defensor de oficio.
El tiempo, al menos de manera oficial, le dio la razón.
“Yo desde un principio supe que ellos no eran, y así se lo hice ver a la Procuraduría, lo mismo a la juez”, comenta el experimentado abogado.
Recuerda que días antes del asesinato “cuando cerró campaña López Nogales, estaba yo con López Vucovich y Rafael Leyva y llegó Benjamín y nos dijo que tenía pruebas de que Enrique Orozco Oceguera era narcotraficante y luego traía de encargo al Pony, al General, a todo mundo, aunque a mí cuando era presidente del Colegio todo el tiempo hablaba bien de mí, cuando tenía mucho pique con MAM Cota…”.
Desde el inicio, bajo el argumento de que se trataba de delincuentes de alta peligrosidad, se llevaron el expediente con todo y detenidos a Hermosillo, lo que en la práctica entorpecía la labor de la defensa, Con sus propios recursos, sin recibir una remuneración, ni siquiera para los viáticos…
En la reconstrucción de los hechos fue con el dueño del taller donde estaba trabajando El Chichi al momento del crimen, quien se negaba a presentarse a declarar ya que para él se trataba de un “malandrín” más. Le dijo, “¿qué tal si un día yo ando contigo y te acusan de un delito y yo no quiero ir a declarar, qué ibas a pensar…?”.
Amigo y compañero de generación de la facultad de Derecho de Rolando Tavares, Silva Calles aclara que no lo hace con el afán de ofender, pero ejemplifica: “Una vez fui a pedirle un favor a un amigo, legal 100 por ciento, y se hizo vivo, y le dije: `Mira, hay dos tipos de funcionarios, los que tienen capacidad para desempeñar el cargo y los pendejos, que quieren quedar bien con el jefe…´. No creas que es la primera vez, esto algo muy común”.
Considera que Manlio Fabio Beltrones, quien estaba por finalizar su gobierno, era el principal interesado en que se detuviera a los responsables.
“Para mí no es corrupción nada más agarrar dinero, sino agarra un puesto sin tener capacidad para desempeñarlo, y recibir consigna también es corrupción, y que en aras de sacar el trabajo, detener a personas inocentes, es doble. “En el expediente dice que vinieron personas de Sinaloa a contratarlos, ¡¿pero estos cabrones qué asesinos van a ser?!, si es allá donde están los buenos. Aparte no creo que Benjamín tuviera enemigos en Sinaloa, todos estaban aquí”, considera.
Luego reflexiona: “Obviamente eran instrucciones de Manlio que el caso se resolviera de inmediato, pero no porque él tuviera algo que ver. En serio, será todo lo que tú quieras, le han llovido jodazos por dondequiera, en los Estados Unidos y él no se va a ensuciar las manos con esas chingaderas”.