El 15 de octubre de ese mismo año hubo elecciones presidenciales. Lanzado como candidato por sus partidarios, Porfirio Díaz solo obtuvo 2,709 votos contra más de 6,000 de Juárez, y cerca de 3,000 de Lerdo de Tejada. La actitud e influencia del presidente, convenció a Díaz de que debía abandonar por un tiempo la escena política, y se refugió en la hacienda La Noria, extensa propiedad situada a corta distancia de Oaxaca que le regaló el gobierno como premio a sus servicios.
En La Noria, aparte de dedicarse a las labores agrícolas, nacieron sus primeros dos hijos legítimos, Porfirio Germán y Camilo, que murieron a los pocos meses, al igual que su primera hija Luz. Delfina, la esposa, era hija de una hermana de Porfirio. El matrimonio entre parientes cercanos era bastante usual en la época. La consanguinidad de Porfirio y Delfina causó taras notables en su descendencia, de ahí la muerte de sus hijos.
Mientras esperaba el momento propicio para volver a la política, Porfirio Díaz fabricaba pólvora y fundía cañones en los talleres secretos que construyó en La Noria. Félix, su hermano, había ascendido a gobernador del estado y tenía 2,000 hombres bajo su mando.
Azuzaban a Porfirio Díaz enjambres de políticos y militares despechados porque Juárez no les había dado puestos que creían merecer. El principal de todos, y quien los capitoneaba era el oaxaqueño Justo Benítez. Entre los demás destacaban el escritor Ignacio Ramírez “El Nigromante” y otros personajes destacados a quienes Juárez les estaba rompiendo el monopolio del contrabando que ejercieron durante la guerra. Junto a estos, los generales caciques, Trinidad García de la Cadena, que era de Zacatecas, y Donato Guerra, de Durango. Ninguno de estos veía a Díaz como su caudillo, en el fondo lo consideraban un simple instrumento para satisfacer sus propias ambiciones.
En 1871, se celebraron las nuevas elecciones. Participaban como candidatos: Benito Juárez, el ministro de Relaciones, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz. Ninguno de los tres obtuvo mayoría absoluta. La decisión final ocurrió a cargo del Congreso que declaró a Juárez presidente y a Lerdo representante de la Suprema Corte de Justicia y vicepresidente.
“Fraude”, gritaron los porfiristas. En noviembre de 1871, publicaron su “Plan de la Noria” donde se rechazaba el resultado de las elecciones y se dictaba la célebre frase: “que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder, y ésta será la última revolución”; para terminar acuñando el lema de “Sufragio efectivo, no reelección”. Entonces no era una frase hueca y sin sentido. Ahora los politicastros han convertido al Sistema Político Electoral en un medio de corrupción, antidemocracia, disparatado y cuna de políticos traidores a la Patria y a la sociedad.
Por el imperante sistema electoral, Juárez logró reelegirse. Los porfiristas inconformes, adheridos al “Plan de la Noria”, una vez que estalló la revuelta, escasearon. El general juarista, Sóstenes Rocha, aplastó en el Norte a Treviño, Naranjo y García de la Cadena, los rebeldes más peligrosos. En Oaxaca, Félix Díaz se metió a la sierra de Ixtlán, el terruño de Juárez, y los indios de la comarca lo tomaron preso y lo torturaron terriblemente hasta matarlo.
Porfirio Díaz anduvo escondiéndose en varios lugares, disfrazándose de arriero y de cura hasta refugiarse en Nayarit. El 18 de julio de 1872, Juárez Murió y Lerdo de Tejada ascendió a la presidencia. Manuel Lozada, cacique de Nayarit, se puso de acuerdo con el presidente Lerdo y expulsaron a Díaz de sus dominios.
En Sinaloa, después en Chihuahua, Durango y Zacatecas, Porfirio Díaz se unió a Donato Guerra y anduvo haciendo esfuerzos por reavivar las revueltas. Lerdo de Tejada decretó una amnistía general y poco a poco Díaz se quedó solo. En octubre de 1873, él mismo se acogió a ella.
En 1874, Díaz volvió al Congreso como diputado. En diciembre de 1875, abandonó en secreto la Ciudad de México para reaparecer en Texas, donde aparentemente anduvo gestionando con los “coyotes” de contratos ferroviarios, la entrega de fondos a cambio de favorecer sus pretensiones cuando triunfara su nueva revuelta que había organizado para llegar al poder.
Hacia la primera mitad de enero de 1876, se publicó el “Plan de Tuxtepec”, que en el fondo era lo mismo al de “La Noria”, con la gravante: las elecciones presidenciales debían realizarse en junio, y creían seguro que Lerdo de Tejada trataría de reelegirse. Por lo tanto, resultaba una desproporción vergonzosa antes de que se realizara, rebelarse.
El 2 de abril de 1876, Porfirio Díaz regresó al país, ocupando Matamoros. Lo acompañaban unos cuantos cientos de partidarios. Prosiguió su viaje hacia Monterrey donde lo esperaba el general Treviño y Naranjo, quienes habían sobrevivido a la derrota del plan anterior. Antes de llegar a la capital neolonesa, en el rancho de Icamole, fue atacado, pero puesto en fuga por los soldados lerdistas. Porfirio fue derrotado y quedó tan deprimido que lloró en presencia de sus hombres, quedándosele el apodo de “El llorón de Icamole”. Llorar en público por determinadas causas era una particularidad de su carácter.
Díaz regresó a Estado Unidos. En Nueva Orleans, se disfrazó de médico y tomó un barco que lo dejó secretamente en Tampico Veracruz. El 6 de julio llegó a sus dominios en Oaxaca. Para entonces, Naranjo ya había sido derrotado en el Norte, y Donato Guerrera había muerto en una balacera. Díaz se encontró en una situación terriblemente difícil en Oaxaca, y se trasladó a la sierra de Puebla donde los caciques aliados mantenían con dificultad la lucha. Allí se le unió su compadre Manuel González, quien había tenido poca fortuna por la Huasteca. La mayoría del ejército continuaba fiel al gobierno.
El 26 de octubre, el Congreso declaró reelecto a Lerdo. El presidente de la Suprema Corte, José María Iglesias, tachó de ilegal la reelección, pues pretendía asumir interinamente la presidencia por estar en funciones de vicepresidente.
Continuará.
Guillermo Zavala
Tijuana, B.C.