En memoria de Sergio Haro Cordero
Cristian Torres
Sin duda, fui su peor alumno. Al menos esa es la impresión que me deja, ya que después de más de 12 años, nunca me quiso dejar de enseñar. Tengo el privilegio de ser su alumno más viejo, el que más estuvo con él.
Ingresé al periodismo gracias a que Sergio Haro me dio la oportunidad de trabajar en un noticiero de radio llamado “Radio Capital”.
“Once again” me decía cada que agarraba una de mis notas y las deshacía con sus correcciones, me encabronaba -erróneamente, ahora lo sé- cada que desechaba con su pluma roja el trabajo de toda la mañana, y me obligaba a repetirlo.
Poco antes que nos corrieran de la radio, Sergio me sugirió: “Hay que proponerle al ZETA trabajar como fotógrafos”, la verdad fui aceptado por su recomendación, ya que nadie conocía mi trabajo. Finalmente él quedó como reportero y yo como fotógrafo, en ese entonces también era corresponsal Luis Arellano, a su salida quedó una vacante que poco a poco fui cubriendo, de mandar fotonotas a notas, y finalmente reportajes.
En ZETA seguí bajo las órdenes y supervisión de Sergio Haro, pese a ser amante de darle la oportunidad a nuevos jóvenes, ya no se separó de mí, tal vez porque no estaba listo todavía, “El Haro” pasó de ser un jefe a ser amigo, aunque siempre lo sentí más paternal.
Compartimos muchos viajes de trabajo y reportajes en conjunto, fueron decenas de trabajos los que llevaron su nombre y el mío, también muchos de sus reportajes fueron ilustrados con mis imágenes o con algo de mi información, fue por eso que cuando decidió escribir la columna FUERA DE LIBRETA siempre me pedía que participara (hoy la escribo en su memoria), a veces escribía un par de líneas, a veces la mayoría de la plana, dependiendo la información que traía.
Por eso, el martes 30 de mayo me hizo falta su llamada, me faltó que me dijera “mándame algo para la columna”. Se me hizo raro, pasaban de las once de la mañana y no me había marcado al celular, finalmente el teléfono sonó, pero no era él; era Zaida, su esposa, para decirme que Sergio estaba mal, enfermo. No lo pensé dos segundos: “Voy para allá”.
Ahí lo encontré en su oficina, en el escritorio junto a su agenda azul y su pluma roja, esa que tanto odié y que ahora tanto extraño; del lado izquierdo su café a medio tomar, al que dio dos sorbos, frente a la computadora la foto de Zaida y su hijo Luis Carlos, a quienes tanto quería; en la mesa de al lado, sus lentes y su libreta donde escribía garabatos que solo él podía entender, una rebanada de melón y decenas de documentos con los que trabajaba en su próximo reportaje.
Detrás de él, enmarcada, la portada del periódico Siete Días con la imagen del homicidio del reportero Benjamín Flores, no sé si para recordar a un amigo o como advertencia del peligro periodístico, o ambas, ahí murió haciendo lo que mejor sabía hacer: escribir.
“Me voy a quitar los tenis y me voy a poner a escribir”, me decía cuando redactaba sus reportajes, y así se fue.
El lunes 29 de mayo fue la última vez que lo vi con vida, nos tomamos un café y me dio una última lección de periodismo: “Hay que responder, pero con argumentos periodísticos y hasta ahorita no me han desmentido ninguno”, dijo en referencia a difamaciones en su contra producto de su -ahora sí lo puedo decir- ultimo reportaje.
Desde el 26 de diciembre de 2005 soy periodista, desde ese día Sergio Haro fue mi jefe; hoy será el primer día que deje de serlo, serán mis primeras notas sin su supervisión… Espero hacerlo bien, Haro. (Con información de Sergio Haro Cordero)