Ciudad de México, 10 de mayo (SinEmbargo/ZETA).– Jorge Antonio Parral Rabadán fue asesinado en el año 201o. El 24 de abril fue secuestrado junto con otro funcionario federal por un comando que se presume formaba parte de la delincuencia organizada. El joven estudiante de maestría descansaba en una de las habitaciones de las instalaciones de Caminos y Puentes Federales (Capufe) en Camargo, Tamaulipas, cuando hombres armados entraron por la fuerza y se lo llevaron.
El 21 de febrero de 2011, la familia Parral, por medio de sus propias investigaciones, halló el cuerpo de Jorge en una fosa común de un panteón municipal en Nuevo León. Su caso se relacionó con un supuesto enfrentamiento entre el Ejército mexicano y un grupo de crimen organizado ocurrido el 26 de abril del 2010, dos días después de su rapto.
En el supuesto enfrentamiento fallecieron tres personas, a quienes la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) calificó como sicarios. Entre ellas estaba Jorge, además cuatro personas fueron detenidas y otros siete supuestamente fueron liberadas.
Desde entonces las autoridades y la propia CNDH han identificado como responsables por la ejecución y desaparición de Jorge Antonio a efectivos castrenses; sin embargo, nadie ha sido presentado ante la justicia.
El caso ha sido acompañado por la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, A.C., organización civil que este día comparte una carta escrita por la madre de Jorge, Alicia Rabadán de Parral, en la que expresa su coraje y tristeza por la falta de justicia en el caso y el orgullo que aún siente por su hijo.
Por la importancia del documento, la siguiente es la carta íntegra de Alicia Rabadán de Parral, dada a conocer hoy, en el Día de las Madres.
Por Alicia Rabadán de Parral
Quiero decirte que yo creo en la responsabilidad colectiva más que en la personal. La vida de un ser humano puede caer muy bajo si creció en un ambiente adverso, carente de expectativas, de seguridad o de amor. Entiendo que alguien como tú con todas esas privaciones, tendrá muchas razones para no valorar la vida y cometer actos de brutalidad.
En cambio, una buena persona ama la vida y a sus semejantes y creo en eso porque mi hijo Jorge siempre tuvo abundancia en todo. Como padres le dimos un hogar lleno de amor y de valores, donde se sintiera seguro y apreciado. Gracias a su esfuerzo tuvo oportunidades en la vida, las aprovechó al máximo y obtuvo muchas satisfacciones. Le hicimos ver también la buena fortuna de haber nacido en un hogar así, y le explicamos la importancia de ayudar a los demás cuando fuera posible. Teniendo tanto en la vida, no hay cabida para la violencia y hasta sentimos compasión por quienes la eligen como camino. Sin embargo, aún no he podido sentir ni siquiera lástima por ti.
¿Qué pensabas cuando jalaste el gatillo a quemarropa, más de diez veces contra alguien indefenso? ¿Qué sentiste mientras callabas con una bala sus gritos de súplica?
Yo sentí que me iba a morir de tanto dolor. Fue tan grande la pena que mi alma no pudo habitar más dentro de mi cuerpo y me desplomé entre sollozos y gritos. Al volver, sentí un boquete en el pecho a través del cual se drenaron la fe y la alegría de vivir. Ya pasaron más de siete años y de mis ojos aún salen millones de lágrimas cuando pienso en él. Lo extraño todos los días y no cesa la aflicción por su ausencia. Era el mejor hijo que una madre pueda tener, era mi mejor amigo, mi confidente, mi apoyo, mi más grande amor…por eso, después de todo este tiempo no me canso de luchar por él, inconsolable e incrédula de su destino.
Ante tanto sufrimiento que nos has ocasionado sin merecerlo, no puedo imaginar lo que piensas de tus acciones. Dejas muerte, dolor y calumnia desde temprano en tu existencia. Tus hijos serán siempre los hijos de un asesino y cargarán con ese estigma el resto de sus vidas. Has compelido a tus seres queridos y compañeros a la indigna tarea de mentir por ti y defender lo indefendible.
En cambio, Jorge siempre nos dio muchos motivos para sentirnos orgullosos de él hasta el final. Su vida fue un obsequio de alegría y su nombre está acrisolado en la integridad, porque era un hombre impecable. Si bien muchos moriremos de manera absurda y carente de significado, mi hijo murió por proteger las vidas de “sus muchachos”, como cariñosamente llamaba a sus compañeros de trabajo.
En eso hay más honor y más amor de los que jamás concebirás desde tu miseria y aunque he intentado perdonarte, no encuentro la manera de hacerlo.
En teoría, tu función es proteger a la nación y a sus habitantes. Sin embargo, con brutalidad abusaste de la fuerza en contra de mi hijo y escondiste su cuerpo pretendiendo ocultar tu crimen. Pero recuerda esto siempre: él no te hizo nada, era inocente y estaba indefenso ante tu ataque sin sentido. He investigado acerca de otras personas cuyas vidas fueron también marcadas por una tragedia como la nuestra y pudieron perdonar. En todos esos casos, fue fundamental que no triunfó la impunidad, porque se llegó a la verdad y a la justicia.
Por eso, creo en la responsabilidad colectiva, pero no solo en la que está detrás de tus circunstancias. También en la que permea todos los niveles de esta sociedad aquiescente a vivir en un país lleno de gente como tú y como las autoridades que te encubren, con quienes compartes tu deshonra y de quienes debieras recibir un castigo ejemplar por ser un soldado; en la de las leyes que no se aplican, las instituciones que no funcionan y en los candidatos que legitiman su victoria con una guerra absurda, bajo la impunidad y el desinterés de un país en llamas; en tu propia responsabilidad plenamente demostrada, parapetada detrás de un uniforme manchado de sangre inocente. Y por supuesto, creo también en la responsabilidad de tu madre, quien este 10 de mayo, en lugar de festejar debe sentirse muy avergonzada y arrepentida de tener como hijo a un asesino a sangre fría como tú.
Por el contrario, yo como madre de Jorge, me siento profundamente orgullosa de él y quiero que sepas que no tengo la capacidad ni la voluntad de perdonarte nunca, porque cuando mataste a mi hijo, nos mataste también a toda mi familia y a mí.