La Arquidiócesis de Tijuana ha tenido cinco titulares. Tres Obispos y dos Arzobispos. No había sido el caso que dos de ellos, saliente y entrante, se encontraran en el mismo lugar. El primer Obispo de la Diócesis de Tijuana, Monseñor Alfredo Galindo Mendoza, llegó en 1964 y falleció en 1970, año en que fue nombrado en esta representación eclesiástica, Monseñor Juan Jesús Posadas y Ocampo, quien permaneció en Tijuana hasta 1982, cuando fue nombrado Obispo de Cuernavaca y en 1987, Arzobispo de Guadalajara, ciudad donde fue asesinado un 23 de mayo de 1993.
Para 1983 llegó a Tijuana en calidad de Obispo Monseñor Emilio Berlié Belaunzarán, hasta 1995, cuando fue designado Arzobispo Metropolitano de Yucatán, posición en la que lo encontró el retiro en 2015.
A Tijuana, en 1995 llegó Monseñor Rafael Romo Muñoz como Obispo y posteriormente Arzobispo, se retiró a la edad de 75 años en 2016. Entonces Monseñor Francisco Moreno Barrón fue designado Arzobispo Metropolitano de Tijuana, pero… Monseñor Romo nunca se fue de la ciudad. Y no tiene intención de hacerlo, se quedó en calidad de Arzobispo Emérito de Tijuana, y he ahí el problema para la Iglesia Católica en la entidad.
Acostumbrado a los reflectores, a las reuniones sociales (particularmente las organizadas por Jorge Hank Rhon, de quien fue parte de su séquito), y a la conferencia de los domingos, Monseñor Rafael Romo ya no tiene la investidura para seguir con esas conductas (para las reuniones sociales sí). El Arzobispo de Tijuana es, desde agosto de 2016, Monseñor Francisco Moreno Barrón, y actúa como tal.
De entrada se allegó de sacerdotes que durante los años que la Arquidiócesis fue presidida por Romo, estuvieron en la marginación y desdeñados, inició con la unidad al interior de la Iglesia Católica donde todos, a su parecer, aportan a la causa. Se ha ido con paso lento en las relaciones sociales, pero ha sabido tocar puertas en casas de familias de diferentes estratos sociales, pero de mucha participación.
Hace unos meses llegó el tema de la construcción de la Catedral en la Zona del Río a su escritorio. Lo vio, lo analizó, lo estudió a detalle, se acercó a asesores técnicos en edificaciones, en finanzas y de experiencia en urbanismo y sociedad, y llegó a la conclusión, con su conciencia y el asesoramiento de otros prelados, que ese proyecto en las condiciones que está, no llegaría a buen puerto ni en el corto ni en el mediano plazo, si acaso, en el larguísimo plazo. Aparte de oneroso, la construcción cuesta más de 25 millones de dólares y el diseño, fuera de la realidad urbana de la Zona del Río donde estará enclavada -algún día-la nueva Catedral que ha sido planeada desde hace 40 años.
En un comunicado muy directo, Monseñor Romo compartió con la comunidad y los religiosos sus motivos: “Ha transcurrido mucho tiempo y es poco el avance de la obra; habiéndose desechado el primer proyecto, el actual fue aprobado por unos pocos y sin dar la oportunidad de participación a otras personas o grupos de la Iglesia y de la Sociedad; los sacerdotes del presbiterio no han hecho suyo el proyecto, porque no se identifican con él; el Patronato Pro Construcción ha permanecido al margen de la obra y que hace varios años que no se le convoca; en el afán de que sea moderno, el proyecto no parece templo católico, mucho menos una catedral; los donativos son muy limitados para las dimensiones del proyecto; es demasiado trabajo y responsabilidad, para que se le confíe a un solo sacerdote”.
La decisión del nuevo Arzobispo, en plena facultad, cabalidad y compromiso eclesiástico conferido, fue reunir a un grupo de sacerdotes que él encabeza, para proyectar la Catedral y su construcción, instaurar un Patronato con 18 laicos, y entre los dos grupos, construir las bases para una nueva convocatoria para el diseño de la Catedral, donde el proyecto que prevaleció en el pasado, concursaría como uno más.
Para comunicar todo ello, don Francisco realizó una conferencia de prensa en la que fue acompañado de sacerdotes y miembros del Patronato. Dio sus razones e inició el nuevo camino hacia la construcción de la Catedral Nuestra señora de Guadalupe, pero antes de despedirse, apareció el Arzobispo Emérito Rafael Romo, en un acto insólito en la Arquidiócesis, a prácticamente reclamar al Arzobispo las acciones que ha decidido emprender.
Le dijo que la información que había escuchado era delicada, que no se le buscó y que nunca fue consultado, y que algunos detalles que ha escuchado de los nuevos planes, les lastiman, “porque se habla de que ha corrido mucho tiempo y se ha hecho poco”. Le dio además un resumen de sus acciones al Arzobispo, de la compra de terrenos a precios millonarios y de cientos de dólares, de la deducibilidad que logró con el Gobierno Federal sobre las donaciones para la construcción, de cómo no le quisieron aportar de la Secretaría de Desarrollo Social, y de su proyecto que se indigna ante el nuevo concurso.
Insólito también que el Arzobispo Moreno refutara de manera inmediata: “Me metí de lleno a ver los proyectos, busque asesoría, esto no es nada improvisado, te agradezco tu participación, esta información que nos das y recordarte que somos hombres de Iglesia y que así camina la Iglesia, hay un momento en que estamos al frente y después tenemos que dejar que siga el caminar de la Iglesia. Yo te ofrezco de cualquier manera en lo que tú puedas participar y enriquecernos, yo estaré aquí. Y vamos adelante porque esta es obra de la Iglesia, nos toca sembrar y otros cosecharán, nos toca hacer nuestro aporte y luego hacernos a un lado o Dios se encargara de hacernos a un lado, porque así son las obras de la Iglesia, y qué alegría ponerme a la labor y luego desaparecer, con un espíritu verdaderamente evangélico”.
Pero el Arzobispo Emérito no se hace a un lado. Reside en Tijuana y así seguirá, dijo; no desaparece del camino que ya no es suyo para recorrer en la Arquidiócesis, y por primera vez la Iglesia Católica en Tijuana está enfrentada, entre el ex y el nuevo, como si de política y administración pública se tratara. Nada más eso faltaba. A ver qué pasa con la Catedral, total, ya esperaron 40 años…