En colaboración pasada comenté: “He conocido el tema de la seguridad y el fenómeno de la inseguridad desde los más diversos ángulos”.
Terminé dicho artículo con un último párrafo donde dije: “En el exterior, la otrora delincuencia común se fue alterando cada vez más, porque Tijuana dejó de ser solo territorio de paso para el tránsito de droga, para convertirse además en centro de distribución y consumo, lo que hizo que ‘la plaza’ se hiciera apetecible para otras organizaciones criminales”.
Por supuesto que no solo se trató de que se les “antojara” Tijuana. El gobierno les dio “facilidades”. Hace tiempo perdí lo que creía era una amistad –obviamente si hubiera sido, el resultado de la entrevista sería distinto–, porque pedí, en su calidad de titular de una dependencia, su intervención en la lucha que emprendimos contra la delincuencia. Como se estaba haciendo el occiso en el tema, le dije –con un testigo de gran calidad presente–, que las fallas en el asunto, del que él era en gran medida responsable, no se podían explicar sin corrupción y/o ineficiencia de sus colaboradores –dándole el beneficio de la duda de que él no fuera cómplice. La relación de “amistad” de muchos años se enfrío al instante y nunca se recuperó.
El código penal contempla tanto delitos de acción como de omisión. En ocasiones, tanto el hacer, como el no hacer, son igual de delictivos.
Recuerdo la época en que entré a trabajar en uno de los pocos juzgados penales, como reconocimiento al trabajo que había desempeñado en la Procuraduría, en calidad de funcionario conciliador. Con los escasos tribunales y personal, era prácticamente imposible ir al día. Había cerros de expedientes rezagados. La agenda estaba más que saturada. Para colmo, las audiencias se perdían porque no llegaba “la julia” (la unidad en que trasladaban de la Peni a los juzgados a los procesados), ya fuera porque se había quedado en el camino o porque por cualquier razón no había podido traernos a los reos.
Aunque por mi parte también estaba bastante ocupado dando clases en la universidad, participando en el Colegio de Abogados, asistiendo a mis comisiones y sesiones en el Benemérito Centro Mutualista de Zaragoza, a la logia masónica, al Patronato YMCA, al Grupo 21 y a otras actividades, me di el tiempo para dedicar horas extras en días hábiles y en fines de semana, hasta que logré emitir cientos de acuerdos judiciales para lograr cero rezago en los expedientes a mi cargo, lo que por cierto motivó que mis secretarias se quejaran con el juez por el exceso de trabajo que les causé, quien muerto de la risa me llamó en privado para decírmelo.
Pero lo que no era chistoso era que los procesados estuvieran hacinados en la Peni o que las víctimas estuvieran esperando justicia. En muchas ocasiones los presos recibían sentencias inferiores al tiempo que llevaban encerrados. Los ofendidos rara vez percibían la reparación del daño.
El trabajo que hice en los juzgados recibió recompensa, puesto que me nombraron Jefe de la Defensoría de Oficio para la región Tijuana, Tecate y Rosarito, para disgusto de muchos que consideraban que por su relación de amistad con el Jefe estatal merecían más que yo el nombramiento, siendo que ni me conocía y que además nunca en la historia había habido una persona tan joven con tanta responsabilidad.
La defensoría era casi una caricatura justiciera: Estábamos de “Arrimados” en una esquina de dos metros cuadrados en “Tránsito del Estado”. Las secretarias se “ayudaban” llenando formas para la licencia como si fuera un escritorio público. Algunos de los “defensores” se llevaban a su despacho los asuntos donde el defendido tenía dinero. A los que no, les quitaban lo que podían, “para gastos”.
Continuará…
Todo es cuestión de sentirnos seguros.
Alberto Sandoval es Coordinador de Alianza Civil, A.C. Correo: AlbertoSandoval@AlianzaCivil.Org Internet: www.AlianzaCivil.Org Facebook: Alianza Civil AC Twitter: @AlSandoval