Héctor Félix andaba muy ilusionado. Alborotado y feliz. Por fin iba a tener casa propia. Como decía el comercial hace años y él lo repetía “…mi casa es chica pero es mi casa”. En una de tantas laderas del Fraccionamiento Los Olivos. Tuvo uno de esos acuerdos medio raros con el propietario. De entrada recibió las llaves. También autorización para remodelar porque ya tenía tiempito abandonada. Nos invitaba “a ver esta gran obra”. Abriendo la puerta, sala y comedor. Una barra dividiendo la cocina. Había comprado una integral muy bonita. Se la estaban instalando. Empotrada. Todavía no la terminaban y como decía cuando visitábamos la casa: “¿Apoco ahora sí no está dando el gatazo?”. La verdad se veía bien aun cuando todavía no tenía muebles. Los albañiles resanaban la recámara para pintarla y Félix no se había decidido por el color. También tenía un amplio baño. Pensaba comprar una tina y “como en las películas gringas, llenarla, meterme, un buen trago y a descansar”. Todos los días a la hora de comer se daba una vueltita “…para echarle un ojo a los albañiles ‘si no me jueguen rudo’”. Entonces ni televisión por cable. Por eso andaba desesperado tratando de comprar una antena parabólica. No era tanto para ver programas. Le interesaban los juegos de beisbol en las Ligas Mayores. Si lograba el aparato debería colocarlo sobre la azotea. Así podría conectarse a cualquier parte y ver a los equipos de su preferencia. Nunca me habló de los vecinos. Pero supongo estarían más o menos satisfechos. La casa cuando estaba vacía era guarida de malosos y viciosos. Por eso, de cuando en principio la vio toda horrible, a como le iba quedando, era una gran diferencia. En ésas estaba cuando lo mataron. 1988. Un abril. Ya no vio terminada su ilusión. Y el propietario de la casa luego-luego se adueñó nuevamente. Por eso digo de un acuerdo medio raro.
Teníamos pensado en aquellos años vender ZETA. Había interesados para comprar el periódico. Nuestra primera condición si se hacía la operación fue no despedir a nadie. Todo quedaría como estaba. Menos Héctor y yo. Nos repartiríamos los billetes de la venta en partes iguales. Félix quería comprar un rancho en Choix, Sinaloa. Y no de vez en cuando, sino muy seguido, venir a su nueva casa en Tijuana. Yo haría una revista. No pensaba trabajar mucho tiempo. Esperaría para cuando mis hijos pudieran relevarme. Pero el asesinato de Héctor me lo impidió. Debía seguir adelante. Autopsia, velorio y envío del cuerpo a Los Mochis fueron de angustia. Luego vendría la investigación: Romero Meza, el Director de la Policía Judicial del Estado con sus detectives estrellas: Barrios, Ramón del Cid y Sam Fierro, se metieron de lleno al caso. Entonces eran mejores investigadores comparados con los de hoy. Para empezar, llegaron al periódico y clausuraron la oficina de Félix. No permitieron a nadie entrar. Igual pasó en su casa. Revisaron todo. Papel por papel. Objetos. Anotaciones. Fotografías. Todo.
Rápido. A los pocos días Victoriano Medina fue detenido. Dieron con él y no por casualidad. Habían preguntado a los vecinos cercanos al lugar donde mataron a Félix. Luego se enteraron cómo este hombre en un Trans-Am “salió volando” tras la muerte de Héctor. Él manejó su carro para ponerse enfrente al de “El Gato”. Lo hizo bajar la velocidad hasta ir a vuelta de rueda. Eso fue aprovechado y desde otro vehículo que rebasó al carro del periodista, le disparó dos escopetazos Antonio Vera Palestina, guardaespaldas personal de Jorge Hank Rhon. Medina en su Trans-Am causó asombro y enojo. Recién llovió y había charcos. Los pasó rápido. Llamó la atención y mojó a varios inocentes. Por eso los detectives pudieron seguirle la huella y fue detenido. Cuando lo presentaron en la Policía Judicial del Estado a la prensa me senté frente a él. Le vi y bajó la cabeza. “¿Por qué lo mataste?”, pregunté e insistí con otras palabras y nunca me contestó. No dijo nada. Se lo llevaron. Los reporteros de aquella época se enojaron conmigo por la forma como interrogué. Creyeron hacerlo hablar si yo no hubiera sido tan exigente. Pero aquel silencio de Victoriano Medina me dejó en claro: Sí participó en el crimen. De otra forma se hubiera defendido diciendo lo contrario. Culpando a la policía de tortura. O una de las clásicas “…yo no sé por qué me trajeron” y “…ni siquiera conocía al señor”, “…a esas horas yo andaba trabajando”. Pero no. El silencio habló. Ya en declaraciones ante el Agente del Ministerio Público y luego frente al juez dijo: Héctor Félix se burló de él. Le llamó “pollero”. Así escribió. Por eso nos pusimos a buscar en las columnas publicadas. Revisamos hasta año y medio atrás y nunca apareció tal referencia.
Enseguidita y un día estábamos en la oficina de Félix. De pronto Barrios recibió una llamada por radio. La iba a contestar cuando casi de un manotazo Romero Meza lo paró. Le dijo “…nos están interceptando desde el hipódromo. Nos están oyendo todo. No hables”. Más tarde el jefe policiaco me confió: Irían sobre Antonio Vera Palestina. Estaba escondido en el mismo hipódromo. Les pedí acompañarlos. No me lo permitieron. “Es muy peligroso” y advirtieron: “Es un buen tirador. Maneja muy bien las armas”. En fin. Se preparó todo. Pero de repente resultó: “Se fue y nadie supo cuándo”. Desde entonces me quedó la duda: O de veras desapareció burlando a los agentes “plantados” en las salidas, o le dejaron ir. Un amigo mío tenía harta amistad con Barrios. A través de él pregunté. Nunca quiso decir nada. Murió y me quedé sin información. Romero Meza se retiró. Terminamos distanciados por como yo pensaba del caso. Sigo con la espinita.
Ya no había dudas en aquel entonces. Vera Palestina disparó y mató desde un pick-up manejado por Emigdio Nevárez. Victoriano obligó a Félix bajar la velocidad de su auto. Todo se ponía más claro: Los tres trabajaban en el hipódromo. Y Vera era el hombre de las confianzas. Cuando Jorge Hank se vino a Tijuana aquellos años, lo hizo acompañado de quien sería su guardaespaldas de cabecera: Vera Palestina. Le tenían tanta confianza en la familia a este grado: Era el hombre cercano al profesor Carlos Hank González. Prefirió ponerlo al servicio de su hijo para cuidarlo.
Vera Palestina anduvo un tiempo huyendo. Ciertos informes lo ubicaron en el rancho toluqueño de los Hank. Luego la Policía Judicial ya en el gobierno de Ernesto Ruffo le interceptó llamadas telefónicas con su mujer. Tomaron fotografías cuando el secretario particular de Hank Rhon le entregaba dinero. Y el día menos pensado oficiales de migración norteamericana lo detuvieron en Los Ángeles. Su permiso para permanecer legalmente en Estados Unidos se venció. Lo comunicaron con la Judicial. Fue deportado pero en la línea divisoria lo esperaban varios agentes. De allí a la cárcel. Hay constancias oficiales de cuando Hank Rhon dijo no conocerlo porque tenía muchos empleados. Pero luego hubo una declaración hace tres años, reconociéndolo como su compadre y viejo conocido. Mintió ante el juez. Una gran falta.
Ya prisionero, el profesor Hank me mandó a su publirrelacionista Carlos Argüelles. Lo había conocido cuando dirigía El Sonorense en Hermosillo y luego como Director de la Lotería Nacional con Echeverría. La llevábamos bien. Me llegó con la propuesta: de parte del profesor: Irme a cualquier lugar de Europa. Me comprarían casa. Pagarían las escuelas de mis hijos y a mí no me faltaría dinero. Solamente una condición: Abandonar ZETA. Lógicamente lo rechacé y publiqué el ofrecimiento aún en vida el profesor. La oferta me dejó más en claro. Don Carlos Hank González sabía perfectamente bien cómo fue el asesinato y, político al fin, era su forma de remediarlo con aquella oferta. Siempre he pensado: El profesor ordenó investigar el caso detalladamente sin saberlo su hijo. Le enteraron realmente cómo estuvo todo. Por eso, inteligente como era, ni un dedo metió en el juicio de Vera Palestina y Victoriano Medina. Ya entonces estaba en el gabinete presidencial con Salinas de Gortari. Este hombre lo había rescatado después de seis años en la banca con Miguel de la Madrid. No le hubiera costado nada pedirle al Presidente, a los magistrados de la Corte, a los jueces de Baja California cambiar el fallo. Pero no. La política superó al parentesco. Pudo hasta facilitarle la huida del penal y no lo hizo. No era de ese corte el profesor. Después de tantos años en la política una pequeñez ilegal sería gran error. Todo aquello me fue confirmando la autoría del crimen.
El 20 de abril se cumplen 20 años del asesinato. Oficiosamente la Procuraduría de Justicia del Estado ha retrasado la revisión al expediente, ordenado por la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Se trata de ver si hay fallas en el proceso. De encontrarlas, se iniciará otro. Hasta en forma sospechosa reportó: Ya no se puede investigar el caso porque se cumplió el plazo. Nada más falso. En esa revisión estaba nuestro editor Francisco J. Ortiz Franco. Tenía los motivos para abrirle su expediente al hijo del profesor. Entonces fue asesinado. Por eso Hank Rhon aparece como sospechoso también de la autoría en este crimen. Pero la Procuraduría General de la República tampoco investiga. Abandonó el caso. Todo esto empuja a pensar: Algo anda mal con los licenciados Antonio Martínez Luna y Eduardo Medina Mora. Los hechos hablan por sí solos en los asesinatos del Codirector Héctor Félix Miranda y el editor Francisco J. Ortiz Franco de ZETA.
Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas.