En medio de un cañón por el que corren aguas negras, se construye el primer vecindario haitiano en Tijuana. El pastor Gustavo Banda, de Embajadores de Jesús, planea levantar 22 casas en el Cañón del Alacrán para dar vivienda a algunas de las familias en su albergue, pero la falta de material y la lluvia tienen en pausa la obra
Christopher Faustin tiene más de cinco años siendo migrante. Desde que dejó Haití, el país más pobre de América, ha vivido siete meses en Ecuador, cuatro años en Brasil y después de tres meses en Tijuana, está por ocupar una vivienda de cinco por cinco metros a las faldas del Cañón del Alacrán.
“Esa casa es mía, la primera”, extiende el brazo hacia la única construcción en un terreno donde Gustavo Banda, pastor de la iglesia evangelista Embajadores de Jesús, planea la construcción de 22 viviendas.
Como para los otros habitantes del albergue habilitado por el pastor y su esposa Zaida Guillén, Christopher explica “el destino no era México, pero ya no hay cómo cruzar”.
Su español es impecable. Graduado de la Facultad de Idiomas, trabajó como maestro de español en la isla caribeña.
Al llegar a Ecuador, encontró un nuevo uso a sus conocimientos. “Estaba en una iglesia ayudando al pastor cuando llegaban personas de Haití y no sabían hablar español, les ayudaba con la traducción”.
Christopher hace lo mismo ahora, pero desde el templo localizado en la colonia Divina Providencia. Si bien el lugar está a 15 minutos en carro desde el centro de Tijuana, su aspecto es el de una comunidad rural, mucho más remota.
Ahí se levanta “Little Haiti”, como han bautizado el proyecto de dar vivienda a decenas de familias haitianas.
“La necesidad surge porque en el albergue tengo a 225 personas que ya no van a ir a Estados Unidos, no podemos dejarlos toda la vida aquí, tienen que tener su casa propia”, expresa el pastor Gustavo Banda.
ENTRE AGUAS NEGRAS Y LODO
Veinticuatro horas continuas de lluvia arrasaron con el delgado camino que se formaba a un lado del arroyo de aguas negras que corta los cerros por la mitad. Más que casas, alrededor del cañón se incrustan criaderos de puercos y establos.
El agua deslava no solo los taludes, también los desechos de los animales que caminan entre el camino de rocas y lodo.
Gustavo Banda indica que la tubería del drenaje está debajo del cauce del arroyo, así que cada vez que llueve, los tubos se perforan y las aguas negras se derraman por el camino. Cuando la lluvia para, empleados de gobierno acuden a parchar los cilindros que no resistirán las siguientes precipitaciones.
Para llegar a la construcción de casas, a un terreno de distancia del albergue, se deben caminar unos 400 metros desde el punto hasta donde llegan los carros. El arroyo, que a dos días de paradas las lluvias sigue corriendo, se atraviesa por medio de una tabla habilitada como puente.
Los haitianos no se quejan del camino. Mujeres, niños y hombres balancean contenedores de agua y otros artículos que les fueron llevados ese día. Cuatro días atrás, el sábado 25 de febrero, se inició la construcción de las casas.
El material no alcanzó para terminar la primera vivienda, pero Christopher cree en la buena iniciativa del pastor Gustavo. “Es una nueva esperanza, las personas van a tener dónde dormir sin necesidad de pagar renta. Él es un hombre que actúa con mucha fe”, dice confiado.
Desde diciembre, Christopher vive en el refugio con su esposa Crisleiny Esther Faustin y su hija de dos años, Rosemie, quien duerme una siesta en uno de los colchones en el piso del templo.
Cuando se le pregunta sobre sus planes en Tijuana, pide que se le escuche primero antes de escribir en la libreta. “Cuando no hay lo que amas, hay que amar lo que hay”. Y lo repite en francés.
“Me gustaría trabajar en mi área como lo que era, profesor o intérprete o traductor, pero si no aparece un trabajo así, cualquier trabajo que aparezca voy a hacerlo, porque hay que trabajar para mantener a mi familia y salir adelante”, comenta.
Ya lo ha hecho antes. En Porto Alegre, una de las ciudades más grandes de Brasil, Christopher aprendió carrocería, “puedo aprender algo más en Tijuana”.
UN VECINDARIO PARA “QUIENES TIENEN TODO EN SU CONTRA”
Para construir cada casa se necesitan unos 54 barrotes, 25 hojas de triplay, 50 bloques, tres kilos de clavo y dos sacos de cemento.
Son los cálculos que hace “Kiko”, residente de la colonia Divina Providencia, feligrés de la iglesia Embajadores de Jesús y gracias a sus conocimientos de construcción, uno de los principales contribuidores en la obra.
Ese día, le asisten dos jóvenes del albergue. Uno de ellos, Timothy, trabaja como albañil los fines de semana, aprendió el oficio hace siete años cuando llegó de Haití a Brasil.
Sin más material para ese día y con serruchos que poco atraviesan la madera, los tres constructores se han quedado sin mucho que hacer.
“No hemos recibido apoyo por parte de nadie, han venido a ver las necesidades, pero no hay nada concreto”, detalla el pastor. El terreno, de poco más de mil metros cuadrados, es propiedad de Banda, parte de la herencia de su padre.
Sus estimaciones son más altas que las de su ayudante. Cada casa tendría un costo de 50 mil pesos -sin considerar mano de obra-, entre hojas de yeso, tubería, cableado de luz y otros detalles que enumera.
Después de que con la lluvia cedieron algunas de las llantas medio enterradas en el desnivel del terreno, el pastor Gustavo piensa en otras técnicas para contener el deslave y derrumbe de la arenosa tierra. “Tengo que hacer unas bardas y canales para que baje el agua de manera distinta”, comenta.
Gustavo Banda forma parte también de los comités que han estudiado la subcuenca Los Laureles, ésa que corre a unos metros del templo.
“Sabemos con qué tipo de subsuelo contamos, los riesgos de la zona, conocemos el terreno, tengo 30 años en este lugar y 22 años construyendo pequeñas casas”, continúa. Incluso participó en la construcción del altísimo edificio que hoy sirve de albergue.
Desde hace algunas semanas, se reestableció el servicio de electricidad en el templo y cuentan con tuberías de agua y drenaje. Con los mismos servicios contarán las viviendas, sostiene el pastor.
Aunque esperan que otras organizaciones civiles, empresas y sociedad en general puedan aportar material para las viviendas, “no podemos continuar hasta que las autoridades vengan a componer el camino”.
Banda es uno de los principales impulsores de la canalización de esa parte de la cuenca de Los Laureles, tanto por higiene -algunos criaderos de cerdos derraman las heces y los cuerpos sin vida de sus animales- como por accesibilidad.
Desde hace años, ha solicitado la intervención de diferentes niveles de gobierno para ello, pero no ha conseguido respuesta.
Aunque confía en que quienes transitan de migrantes a residentes encontrarán oportunidades de vida en la ciudad, recuerda: “Estos muchachos tienen mucho en su contra. No es su país, ni su idioma ni su cultura. Los que trabajan ganan unos 800 pesos a la semana, no les va a ajustar para pagar una renta ni para nada”. De ahí la idea de proveerles vivienda.
El Instituto Nacional de Migración (INM) tiene registro de 3 mil 700 migrantes haitianos y africanos que viven en Baja California. De éstos, solo 131 haitianos han conseguido regularizar su situación migratoria en México, 76 tienen tarjetas de visitantes por razones humanitarias y 55 con estatus de refugiados.
Quienes comenzarán el primer vecindario de haitianos en Tijuana, son aquellos que sobrevivieron al terremoto de 2010 en Haití, a sus 3 mil muertos y al millón de personas que perdieron sus casas a raíz de esto.
Algunos que todavía no consiguen trabajo y solo conocen a los tijuanenses que llegan al templo, se reservan sus expectativas de la ciudad. Uno de ellos es Christopher, “no sé cómo va a ser la convivencia con los demás, pero por el momento, todo está bien”.