El sistema de partido hegemónico en el que vivió México durante el priato, de entre una multiplicidad de vicios y defectos estructurales, tenía virtudes innegables, una de ellas era que el mérito era la ruta más importante de acceso al poder, eso generó que en las labores gubernamentales llegaran a la cima los hombres más preparados, inteligentes y talentosos, y que hubiese un sistema de acenso permeable por la sociedad, lo que el sistema hacía con ellos o de ellos, era otra cosa, pero se percibía una ambiente de mística por el servicio y de cobertura de formas políticas cuidadas. El político se cuidaba de tener una buena relación con la sociedad.
La corrupción existía, pero la población en términos generales era complaciente con ella, pues no percibía que se desarrollase depredando el dinero de los ciudadanos, ya que éstos pagaban muy pocos impuestos y no exportábamos petróleo, más bien, el grueso de la sociedad participaba gustosa pues sentía que le beneficiaba en la expeditez de sus trámites. Ese fenómeno delictivo funcionaba como una especie de suave impuesto al trámite, redistribuyendo el ingreso de los ciudadanos, garantizando buenos y dinámicos ingresos a quien trabajara para el estado, en casi todos sus niveles.
La buena relación entre ciudadanos y corrupción gubernamental tenía una amalgama muy poderosa: una economía nacional creciendo al 6% de manera prolongada, y bajos impuestos. La relación se descompuso cuando nos prometieron convertirnos en potencia si exportábamos petróleo y terminamos endeudados, con hiperinflación, nuestra moneda devaluada, y pagando impuesto al valor agregado de los productos. Ahí empezamos a pegar el grito en el cielo y a escandalizarnos con la riqueza mal habida del gobernante, la cosa se puso tan intensa que los echamos del poder.
La democracia parecía la panacea, con ella se acabarían las crisis, la corrupción y erigiríamos libremente a la mejor opción. A 40 años del inicio del “cambio”, el poder se repartió entre actores de diferentes partidos, pero el mérito pasó a ser secundario; el país no volvió a crecer a niveles del 6%; la riqueza se concentró y la pobreza se multiplicó; la política se encareció a tal grado que el dinero parece ser fundamental para acceder al poder; a políticos de todos los colores se les observa en las redes, un día sí y otro también, escandalizando prepotentemente o robando a raudales y con descaro, y, lo más grave: la corrupción se aprecia incontrolable, tanto, que estudios económicos serios le adjudican un costo aproximado de un 2% del crecimiento económico, tanto, que es la causante del peligroso divorcio entre sociedad, política y gobierno.
Hoy, vivimos tiempos anti sistémicos como consecuencia de la decepción democrática. Esta situación abrió la puerta a la demagogia y la insensatez, a tal grado de que miles de ciudadanos promuevan iniciativas torpes, como la de terminar con el fuero.
Los políticos corruptos en el poder, o sus aliados formales e informales, la cleptocracia pues, no requieren fuero, tienen como protección un eficiente sistema de impunidad que los blinda. El fuero protege a los pocos políticos opositores verdaderos, pues les permite realizar su labor fiscalizadora sin poner en riesgo su libertad y patrimonio.
A nivel nacional, el último desaforado fue AMLO, por construir una calle para un hospital e ir arriba en las encuestas. El desgaste que esa trapacería ocasionó para sus perpetradores fue tal, que no se atrevieron a encarcelar al Macuspano. Hoy, en Baja California, los corruptos están más blindados que nunca…
Jesús Alejandro Ruiz Uribe es Doctor en Derecho Constitucional, ex diputado local, rector del Centro Universitario de Tijuana en el estado de Sonora y coordinador estatal de Ciudadanos Construyendo el Cambio, A.C.