La firmeza que le hace falta en sus discursos como Presidente de la República para no dejar dudas de su actuación o hacer frente a los problemas del país, Enrique Peña Nieto no la adoleció el 4 de marzo en el aniversario 88 de su partido el Revolucionario Institucional. Ahí si les habló fuerte, claro, contundente, directo, determinante y hasta amenazante.
En términos políticos electorales resulta que Peña es mejor priista que presidente. Aunque las verdades de sus palabras, o los hechos pronosticados no siempre estén apegados a la realidad, pero vaya, el Primer priista del País quiere carro completo en el 2017, y no negociará con persona alguna o partido cualquiera la candidatura a la Presidencia de la República en el 2018, y por consecuencia el triunfo al que aspira para mantener al priismo otros seis años en Los Pinos.
En su ambiente, donde sí le aplauden y además le reconocen y le vitorean, en la sede del Partido Revolucionario Institucional, Enrique Peña Nieto no fue un priista más de aniversario. Fue el centro de la celebración rodeado de los suyos, prácticamente todo su gabinete, ex presidentes de partido, ex gobernadores y gobernadores, funcionarios muchos y los integrantes de la actual dirigencia, incluida Claudia Ruiz Massieu Salinas, su ex Secretaria de Turismo y de Relaciones Exteriores a quien un día antes tomaron protesta como Secretaria General del PRI, en una jugada política más que del destino, que la ubica en la misma posición que ostentaba su padre José Francisco Ruiz Massieu cuando fue asesinado en septiembre de 1994.
En su discurso ante los priistas, el Presidente no se anduvo por las ramas ni preguntó a los mexicanos qué harían ellos. Anticipó: “en 2017, vamos por cuatro triunfos claros, contundentes e inobjetables: vamos a ganar en el Estado de México, vamos a ganar en Nayarit, vamos a ganar en Veracruz y vamos a ganar en Coahuila. Y con esos triunfos vamos a ganar por México”.
Aprovechó para asumir los costos de sus políticas públicas cuando dijo, no sin vanagloriarse, “nosotros sí nos atrevimos a asumir los costos y a tener la audacia para impulsar las grandes transformaciones del país. Entendimos que la popularidad es efímera, mientras que el ejercicio de la responsabilidad trasciende en el tiempo”.
En efecto, el Presidente calcula que con el 12 por ciento de popularidad que carga su persona y su gobierno (según la encuesta que al respecto publicó el diario Reforma de la Ciudad de México en enero de 2017), será suficiente para ganar las elecciones no solo en el 2017, también en el 2018.
La realidad es que cuando Enrique Peña Nieto recuperó la Presidencia de las República para el PRI en el 2012, el tricolor gobernaba en 21 estados de la República Mexicana, mientras cinco años después en 2017, mantiene el poderío local en 15 entidades federativas. Ha perdido en los primeros cuatro años de su sexenio seis gubernaturas, aunque en número reales, ha perdido diez gobiernos estatales y recuperado cuatro. Así:
En las elecciones de 2013 perdió Tabasco, en el 2015 el PRI y su Presidente fueron derrotados en Michoacán, Nuevo León y Querétaro, pero fue el 2016 el año más desastroso para el Partido Revolucionario Institucional, que se sumió en el descalabro político electoral en seis estados, Aguascalientes, Chihuahua, Veracruz, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas.
Poco a poco los gobiernos del PRI son menos, y en mucho se debe, aunque el Presidente en la celebración del 88 aniversario del tricolor haya asumido lo contrario, al legado político de Enrique Peña Nieto.
Ciertamente ha padecido las consecuencias y pagado el costo político de sus acciones en materia de seguridad, finanzas, desarrollo social y estado de derecho, pero lejos está esa circunstancia de voltearse en favor del Presidente y su partido el PRI.
Haciendo un corte hacia el quinto año de gobierno de Peña Nieto, éste será recordado pero no por el éxito de sus reformas, la bonanza económica, el crecimiento o las oportunidades de desarrollo. De hecho en muchas áreas será por lo contrario.
Si hablamos de seguridad, este sexenio estará marcado –hasta el momento- por los casos de alto impacto y violencia como los acontecidos en Tlatlaya, Estado de México, Tanhuato, Michoacán, y por supuesto Ayotzinapa, Guerrero, sin dejar de lado las fosas clandestinas localizadas en Veracruz, en Guerrero, en Tamaulipas y otros Estados. Destacará además por la ausencia de justicia en la mayoría de los casos referidos, en los cuales se han puesto en sospecha la actuación de las fuerzas policíacas mexicanas, y poco se ha actuado al respecto. Ni capturas de peso, ni depuración necesaria.
Siguiendo en el ejercicio pleno del Estado de Derecho, están las decenas de miles de ejecutados cuyos crímenes en México no son castigados, so pretexto de pertenecer un amplía mayoría de los muertos a las redes del narcotráfico y el crimen organizado, sumando a ello la incapacidad del Ministerio Público Federal para investigar y acreditar estos homicidios para que sus asesinos reciban castigo.
Tratándose de la corrupción, el Gobierno de Enrique Peña Nieto también brillará, no solo porque su partido y su gobierno engendraron al Gobernador (hoy ex gobernador) más corrupto del que se tenga cuenta y documentos de prueba en los últimos años, en la persona de Javier Duarte de Ochoa, mismo al que la Procuraduría General de la República prácticamente dejó escapar luego que él solicitó licencia, concedió entrevista y no se volvió a saber más de él o su familia, también por haberse puesto en el ojo de la sospecha el mismo presidente y su círculo principal, con la adquisición de casas en situaciones financieras ventajosas o con sospecha de tráfico de influencias y corrupción, de las cuales, por supuesto, ellos mismos se investigaron y se absolvieron.
El caso también investigado del ex Gobernador de Quintana Roo, Roberto Borge, le suma a la corrupción priista y la condescendencia gubernamental, legislativa y judicial. Además sus correligionarios de partido que en Coahuila se heredan los gobiernos y no son investigados de manera adecuada en este país ¿Por qué no los aprehende el Gobierno de Peña? De continuar en esa tesitura, el sexenio de Enrique Peña Nieto pasará a la historia como aquel en el que la corrupción institucional imperó pero no fue castigada.
En el tema de la economía y las finanzas, bueno, la moneda mexicana ha perdido su valor en un 51.32 por ciento desde el 1 de diciembre de 2012 (cuando EPN tomó posesión del Gobierno Federal) cuando se cotizaba a 12.96 pesos frente al dólar, hasta el día de ayer martes 7 de marzo cuando para comprar un dólar se requirieron 19. 61 pesos.
La ausencia de un plan de contingencia y la baja en el precio del barril de petróleo, están a punto de colapsar la administración pública, según el propio Presidente de México, serían necesarios más de 200 mil millones de pesos para que las instituciones gubernamentales de seguridad social sigan su marcha, mismos que no espera obtener de recortes, ahorros, sinergias, adelgazamiento de la nómina, eliminación de privilegios, optimización de programas, o cualquier medida que implique un análisis a fondo y honesto sobre el aparato gubernamental y las acciones que emprenden, sino de los mexicanos todos con el alza de impuestos, especialmente el incremento en los precios de la gasolina, así como la cancelación de programas sociales, de prevención de la seguridad, y la disminución en la inversión pública, medidas que han tenido un efecto grave en la economía de los mexicanos.
Efectivamente la popularidad efímera, y el Presidente Enrique Peña Nieto la ha sacrificado para establecer sus políticas públicas, pero esto no lo ha llevado a trascender en el tiempo como el estadista que sueña ser, no; lo ha dejado ver ante los gobernados, como el mandatario de la crisis económica, la inseguridad y la injusticia, entre otras cosas.
El PRI festejó su 88 aniversario en medio de uno de los peores momentos de su historia, convertido en oposición en los estados aun habiendo ganado la Presidencia de la República, sumido en el desprestigio por la corrupción entre sus gobernadores, ex gobernadores y funcionarios, y de la mano de un Presidente cuya política impositiva le cuesta votos, que aun con todo, lo definió así: “No somos el Partido que patea el bote o nada de a muertito; tampoco somos el Partido que engaña con ilusiones y promueve la división”, e hizo un llamado a “cerrar filas y prepararnos con todo para las batallas que vienen”.
Un discurso triunfalista en un sexenio de descalabros para un partido y un Presidente que ya contemplan el ocaso.