El ganador del Premio Alfaguara de Novela 2016 con “La noche de la Usina” concluyó un ciclo de presentaciones editoriales por España y Latinoamérica. “La ficción puede hacerte pensar en la crisis”, refirió a ZETA el autor argentino
Una de las obras literarias más importantes que arrojó 2016 fue “La noche de la Usina”, título con el que Eduardo Sacheri mereció la edición XIX del Premio Alfaguara de Novela.
Tras su anuncio el 5 de abril de 2016 en Madrid, España, Sacheri emprendió una gira por diversos países de habla hispana con su novela bajo el brazo, entre ellos España, Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Guatemala, además de Miami, Estados Unidos; incluso en México el laureado narrador presentó su obra en la Ciudad de México, Querétaro, Puebla y Guadalajara.
“Han sido meses intensos, pero provechosos también, porque yo creo que el atractivo principal del Premio es precisamente esto de que tu libro se publique simultáneamente en España y en toda América Latina, y por lo tanto que lectores que te conocen se encuentran con un nuevo libro tuyo y que lectores que no te conocen en países que tampoco te conocen o te conocen poco, tengan la oportunidad de leerte; y bueno, consecuentemente esto de ir a visitar a estos países, hacer entrevistas, presentaciones con lectores, es cansador pero al mismo tiempo muy estimulante”.
Dos cúspides
El reconocimiento y la fama alcanzaron a Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) con “La pregunta de sus ojos”, llevada al cine como “El secreto de sus ojos”, que ganó el Óscar como Mejor Película Extranjera en 2010, cuyo guion estuvo a cargo de Juan José Campanella (director) y el propio Sacheri.
A “La pregunta de sus ojos” (2005; Alfaguara, 2009) le siguieron obras como “Aráoz y la verdad” (Alfaguara, 2008), “Papeles en el viento” (Alfaguara, 2011), “La vida que pensamos. Cuentos de fútbol” (Alfaguara, 2013) y “Ser feliz era esto” (Alfaguara, 2014).
— A propósito del Óscar y el Premio Alfaguara, ¿cómo has vivido estos dos reconocimientos?
“Yo lo vivo como dos cúspides. El Óscar fue algo importantísimo en mi carrera por el reconocimiento en sí y por las puertas profesionales que me abrió, pero como yo me siento una persona más de los libros que de los guiones, el hecho de poder ganar un premio literario, tan estrictamente literario y tan prestigioso como éste, yo siento que es como un equivalente literario de aquél; pero el mundo del que yo me siento más involucrado es el de los libros, entonces, a nivel de reconocimiento yo no puedo soñar con ningún otro; o sea, por supuesto que tengo ganas de seguir escribiendo y que mis libros sigan llegando a los lectores y que los lectores los disfruten, pero a nivel reconocimiento qué más puedo pedir, estoy sobrado ya”.
— ¿Qué experiencia te queda luego de esta gira por los diversos países hispanoparlantes?
“Mira, yo te diría que hay algunos lugares donde cada vez más me siento como en mi casa, como por ejemplo en México; no es lo mismo cuando uno recién llega por primera vez a un país o cuando llega y siente que hay lectores que lo conocen, que tienen ganas de conversar un rato, que conocen los libros anteriores, y de hecho te diría que Chile, Uruguay y México son países donde yo me siento en casa, a ese nivel, cosa tal vez más esperable en el caso de Chile y Uruguay por la cuestión de cercanía con mi país; y que en México me sorprende muy gratamente porque estamos muy lejos, y, sin embargo, en México los lectores me hacen sentir como con una cotidianidad, con una compañía, con un conocimiento de mis cosas, en qué ando, en qué andan mis libros.
“Entonces, en esos países y en México, lo del Premio es como una noticia más dentro de un vínculo ya establecido; por eso te diría que me sorprende más que este vínculo en ciernes que pueda obtener en otros países, no es que no hubiera publicado suponte en España, Colombia, o América Central, pero en esos países es intentar construir una relación escritor-lectores. Y aquí en México es profundizarlo, desde un conocimiento ya muy lindo”.
—Aunque ya tenías un prestigio, ¿qué posibilidades de difusión de tu obra y de dialogar con tus lectores de habla hispana te ha brindado el Premio Alfaguara?
“Lo que me sorprende es que si bien creo que ésta es una novela muy argentina inevitablemente porque yo soy argentino, porque está ambientada en Argentina y con una crisis exhaustivamente argentina, sin embargo los lectores de otros países de América Latina se la han podido apropiar y vincular con sus propias experiencias, eso no deja de sorprenderme porque, como te digo, uno pensaría que esto es solo de Argentina; bueno, lo del ‘corralito’ sí es solo de Argentina pero estas crisis atroces y esta tembladeral que nos deja a la intemperie y estas crisis que empobrecen a casi todos pero enriquecen a algunos, lamentablemente también son un horizonte compartido”.
Sucedió en O’Connor
La insostenible situación financiera durante la crisis económica de 2001 en el gobierno de Fernando de la Rúa desembocó en el llamado “corralito”, medida extrema que consistió en bloquear las cuentas bancarias de los usuarios, por lo que no podían retirar en su totalidad sus depósitos o ahorros.
En el contexto de esa crisis, en “La noche de la Usina” Eduardo Sacheri cuenta la historia de Perlassi y sus amigos de un pueblo llamado O’Connor, quien antes del “corralito” había depositado 242 mil dólares en un banco, pero tras el bloqueo económico le fue imposible retirar el dinero.
Pero advertido por un empleado del banco, Manzi, sabiendo que el gobierno decretaría el “corralito” retiró los dólares que Perlassi había depositado, entonces él y sus amigos buscarán la venganza.
— Háblanos de la intención de crear un lugar ficticio como O’Connor como recurso literario que aparece primero en ‘Aráoz y la verdad” (Alfaguara, 2008) y ahora en “La noche de la Usina”, ideal para contar la historia del “corralito”…
“Cuando creé este pueblo me gustaba esta cosa casi de isla que puede tener un pueblo pequeño; en este caso, al ser un pueblo que está ahí perdido en medio de la llanura pampera de mi país, es una isla que no está rodeada de agua pero está rodeada de sembrados y de vacas, es casi como un mundo en sí mismo esa isla; me había servido en ‘Aráoz y la verdad’ y en este caso todavía más porque hay una crisis nacional circundando esta novela, pero tenía ganas de que los conflictos tuvieran una escala humana y un rostro humano.
“En la gran ciudad tal vez la crisis es más impersonal, el gobierno, los bancos, el mercado; en cambio, en un pequeño pueblo el culpable de tu desgracia tiene un rostro, tiene un cuerpo, vive en una casa, y así como vos experimentás tu ruina sos testigo de su prosperidad, eso lo vuelve más personal, más terrible esto de ‘el que me estafó se construyó una gasolinera nueva y compró hectáreas y hectáreas de campo y anda en un auto último modelo’; entonces, me servía volver a O’Connor porque que me servía esta escala humana del asunto”.
— ¿Tienen alguna fuente autobiográfica o de algunas personas reales tus personajes?
“Mira, los personajes son ficticios, por supuesto que están construidos con retazos, impresiones de gente de verdad, pero también con una alta dosis de ficción; yo necesito dejar un lugar grande a la ficción; para mí escribir es un gran ejercicio de libertad en general; y apegarme demasiado a la realidad concreta de las personas siento que me privaría de una porción de esa libertad; no digo que no se pueda hacer, sé que hay autores que trabajan muy bien, pero yo prefiero así con personajes que son retazos y sobre todo ficción”.
“La ficción puede hacerte pensar en la crisis”
Historiador de profesión, Eduardo Sacheri también compartió con Semanario ZETA las razones por las cuales prefirió contar la crisis del “corralito” a través de la ficción y no desde la historia:
“No creo que la literatura pueda reemplazar a la historia, pero creo que es una estupenda posibilidad adicional; me parece que puntualmente para poder narrar científicamente la crisis argentina de 2001 yo debería haber dedicado años a un trabajo metódico sobre fuentes, testimonios, estadísticas, convertirme verdaderamente en un especialista del tema, en cambio y seguramente, tarde o temprano deberán aparecer trabajos así en mi país; pero, creo, la ficción es un elemento más que puede yo creo que explicar la crisis, no sé porque no lo pretendo, pero sí creo que la ficción puede hacerte pensar en la crisis; yo me conformo con eso.
“Digamos, tengo un objetivo más pequeño: que un argentino lee este libro y regrese con su memoria, con sus emociones, con la memoria de sus emociones, a ese momento tan conflictivo y tan difícil; y que un lector que no es argentino encuentre un rebote a pensar en los grandes procesos históricos de su país; en ese sentido, a mí me basta con que esto eventualmente puede ser no una respuesta, sino un estímulo para la pregunta”.
—A propósito de los grandes procesos históricos de nuestros países en la actualidad, ¿cómo narrar nuestros temas latinoamericanos considerando la perspectiva histórica?
“Mira, yo no podría haber escrito esta historia en 2003 o 2004, o sea dos o tres años después no hubiera sido capaz, como no sería hoy capaz anclar una novela mía en el final del período kirchnerista y el inicio del gobierno de Macri, porque pasó un año; yo siento que un año sí es demasiado poco tiempo.
“15 años o como 30 cuando escribí ‘El secreto de sus ojos’ vinculado con los años 70, me parece que son plazos más aceptables, para mí; no es una respuesta universal, habrá otros autores que te darán consideraciones diferentes”.
— ¿Por qué es importante que como latinoamericanos contemos nuestros temas y a ti por qué te interesa narrar Latinoamérica?
“Yo creo que desde el punto de vista personal te diría que el motivo para el que yo me ponga escribir es que necesito entender mi propio mundo, entonces, ahí es natural narrar el propio mundo y no que me lo vengan a contar desde una realidad muy distante; yo creo que hay que conocer el mundo que se narra; y al contrario, me parece para el lector es una posibilidad superior.
“Suponte: Yo no viví en la Colombia del narcotráfico, pero leer a autores que sí conocen ese pequeño mundo, pequeño me refiero por la escala de sus vidas, yo puedo entenderlo desde mi pequeño mundo también; parece que los mundos de las personas en las superficies son aparentemente muy distintos; o sea, qué tiene que ver en la superficie tu Tijuana con mi Castelar (provincia de Buenos Aires), tal vez tienen que ver poco en la superficie, pero donde yo voy en la profundidad de mi pueblo, o leo un autor que me habla de la profundidad de Tijuana o de la profundidad de Bogotá o Medellín, yo creo que desde esa profundidad yo entiendo y me contacto; pero para que eso se produzca me tiene que hablar alguien que conozca profundamente de eso.
“Y alguien que mira desde la distancia de una sociedad que vive según otros patrones y con otras certidumbres, supongamos, alguien que analice la crisis argentina desde la seguridad de un país que no tiene crisis casi nunca o cuyas crisis son apenas una mínima merma en la actividad económica de un país próspero, creo que lo va a ver de un modo muy exterior; ahí está la riqueza me parece del que vive ahí, del que sufre ahí, del que piensa ahí, del que desea ahí”.
—Finalmente, ¿cuál sería el desafío de un narrador latinoamericano al contar las crisis de nuestros países?
“Yo creo que el desafío es seguir narrando, porque la literatura no ofrece una explicación suficiente del mundo pero sí es una explicación necesaria; yo creo que la literatura tiene que tener un lugar en la comprensión del mundo, y lo que nos toca a los narradores es seguir contando historias y de esa manera aparentemente indirecta –digo aparentemente indirecta porque, bueno, hablamos de ficciones, inventamos personajes, lugares–, interpelamos nuestra realidad y nuestras sociedad; yo creo que lo que nos queda es seguir narrando”.