San Agustín.- Tú, que descansaste en el pesebre, que succionaste del pecho como niño, la vida de la carne, tú que llevas el mundo, y que te llevó la madre; a quien el viejo Simeón reconoció como pequeño y glorificó como grande.
Orígenes.- No basta con escuchar simplemente con el oído para recibir la invitación de preparar el camino del Señor, sino que es necesario escuchar desde nuestro interior, para que sea eficaz en nuestra vida y pueda también serlo para los demás. Hagamos un espacio todos los días para el encuentro con Jesús, donde ni se tope con los obstáculos del aburrimiento, la tristeza, el pecado, la inquietud, la superficialidad, la posesión desenfrenada, la avidez.
El Señor quiere encontrar en ustedes un camino para poder entrar en sus almas y concluir su viaje: por lo tanto, preparen para él el camino descrito: enderecen sus senderos. La voz de aquel que grita en el desierto. Entonces, existe una voz que grita: Preparen el camino.
San Basilio el Grande.- “Hijos míos, qué tristeza”. La mayoría de los cristianos no hace otra cosa que trabajar para dar satisfacciones a este “cadáver” que pronto se consumirá bajo tierra, sin tener miramiento alguno por la pobre alma, destinada a ser feliz o infeliz para toda la eternidad. Su carencia de espíritu y de buen sentido hace que la piel se erice. Este pensamiento de San Juan María Vianney es en verdad enérgico y lleva en sí mismo todo el sufrimiento de un padre en espíritu y de un confesor incansable. Expresa San Basilio: Tú también por atención, date tiempo año tras año, mes tras mes, día tras día, para procurarte el aceite que alimente la lámpara, porque al final, inesperadamente, sentirás que declina tu vida y solo habrá sufrimiento y aflicción sin remedio… Haz todo lo que puedas para hacerte digno del Reino.
San Clemente de Roma.- Cuando al alfarero se le rompe o deforma la vasija que está trabajando, la vuelve a modelar con sus manos, pero solo si no la puso en el horno, porque ya sería demasiado tarde. También nosotros, hermanos, mientras estemos en este mundo, arrepintámonos con todo el corazón de nuestros pecados, cometidos en la carne, obteniendo así, hasta que todavía estemos a tiempo, la salvación del Señor: en efecto, una vez que hayamos dejado este mundo, ya no podremos hacer penitencia ni confesar nuestros pecados. Por lo tanto, solo si nos ponemos a la altura de la voluntad del Padre, hermanos, manteniendo pura nuestra carne y cumpliendo con los mandamientos del Señor, conseguiremos la vida eterna.
San Juan Crisóstomo.- Aun cuando tus bienes estuvieran totalmente seguros aquí en la tierra, no por ello dejarías de vivir intranquilo. En efecto, podrías conservar tus riquezas, pero no lograrías ciertamente liberarte de la preocupación y el miedo de perderlas. Pero, cuando estén custodiadas en el cielo, no tendrás nada que temer. Y no solo tu oro estará perfectamente seguro, sino que dará frutos. Tu dinero será al mismo tiempo, un tesoro y una semilla. Así, será incluso algo más. La simiente no dura siempre: mientras que tu oro, multiplicado, durará eternamente. El tesoro que ocultes aquí abajo no germina ni fructifica; sin embargo, si lo depositas en el cielo, produce frutos que nunca perecerán… Por lo tanto, mientras nos quede tiempo, debemos usar anticipada y copiosamente la facultad de hablar y pedir gracias, debemos procurarnos aceite (obras de caridad) en abundancia y depositar todo en el cielo. Si lo hacemos así, en el momento oportuno y cuando no tengamos gran necesidad, reencontraremos y podremos gozar de todos los bienes; por la gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. (Cfr. Adviento y Navidad con los Padres de la Iglesia, Marco Papalardo, Buena Prensa México.)
Germán Orozco Mora reside en Mexicali. Correo: saeta87@gmail.com