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martes, octubre 1, 2024
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Un débil gobierno, un débil país

Nunca en la historia contemporánea de México una elección externa había tenido tantas repercusiones negativas internas. Con una Presidencia de la República agobiada por las crisis que no ha sabido sobrellevar, y una economía que se cae paulatina pero sistemáticamente, Enrique Peña Nieto es el Ejecutivo nacional que ha sentado las bases, en tan solo tres años y nueve meses, para que al país le vaya mal, incluso ante la expectativa de un debate político en otra nación.

México, a partir de la política interna de Peña Nieto, solo generó una buena expectativa en los mercados internacionales durante el primer año y medio de gobierno. La aprobación de una docena de reformas llamadas estructurales porque cambiarían la manera en que este país produciría hacia el interior y tendería lazos para la interacción internacional en el sector de los servicios y productos locales, fue el atractivo que la Presidencia de la República vendió para atraer inversión.

Pero sin una estrategia integral, las palabras del Presidente pronto se las llevó el viento. A la ausencia de resultados benéficos para México y sus socios comerciales con las reformas, se sumaron elementos negativos internos: la inseguridad y la violencia producto del crimen organizado y el narcotráfico, la creciente corrupción en las instituciones gubernamentales, especialmente aquellas ligadas al círculo presidencial, la ingobernabilidad en diversas regiones del país, sea porque las fuerzas predominantes son los criminales o los disidentes del activismo magisterial, los asesinatos de alto impacto como los ocurridos en Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa, y particularmente una pobre y deficiente actuación por parte del Gobierno Federal.

En ese contexto, México ha seguido funcionando por inercia, de la mano de los socios comerciales que continúan sus relaciones con este país, y con una economía sostenida en las reservas internacionales y la promesa de un mejor futuro para la inversión mediante la promoción del negocio político, aquel que establece el gobierno con las empresas, y no la incentivación de las relaciones comerciales o asociaciones entre empresas y empresas.

La gasolina ha incrementado su precio en un 30 por ciento en lo que va del sexenio peñista, la inflación se ha ubicado en un promedio de 4 por ciento en lo general, y por arriba del 7 por ciento tratándose de alimentos, bebidas y tabaco; la balanza comercial este año arrastra un déficit de más de mil 800 millones de dólares, y el peso se ha devaluado frente a la moneda de los Estados Unidos un 55.91 por ciento en tres años con nueve meses. Mientras la debilidad en el ejercicio del Estado de Derecho ha generado una incertidumbre en México y más allá de sus fronteras.

Estas condiciones de precariedad en la manera de administrar los recursos de la nación, y de ausencia de certeza jurídica, social, económica, hacen de México un país débil, manejado por un gobierno débil, presidido por un hombre débil que al paso de los años y de los acontecimientos de alto impacto a los cuales no encuentra solución, va inhibiendo la inversión extranjera, va obstaculizando el emprendimiento nacional e internacional, y el valor de su moneda como sus acciones, acaban ligadas a otros fenómenos internacionales.

Si hace meses los encargados de las finanzas en México, Luis Videgaray Caso, ex secretario de Hacienda, y el propio Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, justificaban la disminución del valor del peso a elementos internacionales, hoy día analistas extranjeros y propios etiquetan la caída del peso a una neumonía de Hillary Clinton, a la visita de Donald Trump a México invitado por el propio Enrique Peña Nieto, al emparejamiento de Trump en las encuestas de la intención del voto en la elección a la Presidencia de los Estados Unidos, y de igual manera una leve, una levísima recuperación de la moneda mexicana la adjudican al triunfo de Hillary en el primer debate televisado que sostuvo la demócrata contra el republicano hace unos días.

Era 2008 y Estados Unidos atravesaba por una de sus peores crisis financieras al colapsarse el sector inmobiliario. Entonces Agustín Carstens era secretario de Hacienda y se preparaba para que la desaceleración económica de la Unión Americana no afectara la economía de México. Había creado fondos naciones por miles de millones de pesos para mantener activa la economía azteca; en esas condiciones, dijo y quedó para la posteridad, que la crisis estadounidense sí afectaría a México, pero que le daría un catarrito y no una neumonía como en el pasado. Así sucedió pese a que en efecto dominó, el sector inmobiliario de México se desmoronó.

Para estas fechas, con un titular de Hacienda avasallado como lo es Luis Videgaray, y uno que aun con experiencia está recién llegado, José Antonio Meade, y sin fondos nacionales especiales, a México le llega el estado de coma (el dólar a 20.19) con la neumonía de Clinton, ya no con un catarrito, y las patadas de ahogado de Trump.

Y es en este momento cuando abiertamente Ildefonso Guajardo, el secretario de Economía del gobierno de Enrique Peña Nieto, dice que los mexicanos debemos esperar más volatilidad financiera en el país debido a la elección que transcurre en los Estados Unidos.

Las elecciones de la Unión Americana son de una intensidad que los números cambian en horas, más que en días. Una desafortunada frase, una mala política de comunicación, un esqueleto en el clóset, un debate, una visita non grata, una mención discriminatoria, cualquier tema de conflicto con los ciudadanos por parte de los candidatos, inclina la balanza hacia uno y otro lado.

Efectivamente para la elección del Presidente de los Estados Unidos, el 8 de noviembre de 2016, faltan cinco semanas, mismas en las que la economía mexicana registrará cambios, a la baja de manera drástica, al alza discreta, pero cambios al fin, causados por las decisiones que toman los electores en una nación de la cual se depende, y por un gobierno enclenque que no fortalece sus sistemas financieros, ni prevé contingencias, haciendo con ello un México tan vulnerable al que una neumonía, o el ascenso de un republicano iracundo y bocón, o el triunfo en un debate afecte particularmente la economía y, con ello, la calidad de vida de los mexicanos en suelo propio.

Lo que sigue, entonces, son cinco semanas de cuidado para un país que observa a su Presidente Enrique Peña Nieto estático ante la inseguridad, el combate a la corrupción y la aplicación de Estado de Derecho, convirtiéndose así en la razón por la cual México se convulsiona apenas cuando tose un candidato de Estados Unidos.

Autor(a)

Adela Navarro Bello
Adela Navarro Bello
Directora general del semanario ZETA, Consejero de Artículo 19 y del CPJ para las Américas, entre otros reconocimientos, tiene el Maria Moors Cabot 2021 de la Universidad de Columbia.
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