Me encanta María Rojo.
Lo que le falta de belleza le sobra de sensualidad. Aún con la diferencia de años, me da la impresión como que Agustín Lara se inspiró en ella para componer eso de “tienes la divina magia del atardecer”. Y cuando la vi en sus películas por alguna razón recordé la letra del músico poeta: “…blanco diván de tul aguardará, tu exquisito abandono de mujer”.
No podía perderme ni “La Tarea” que filmó con José Alonso, ni la versión teatral con Ari Telch en “El Granero” defeño. Son a fuerzas inolvidables como esa extraordinaria película “Danzón”. María se metió bajo la piel de sus personajes encajando tan bien como si estuvieran hechos a su medida, algo así como el ajustado guante de un cirujano. En esas presentaciones su desnudez y natural sensualidad se impuso al morbo. Por el contrario, actuó admirablemente.
Tampoco podía perderme “Cada quien su vida” en la Ciudad de México luego de soportar una larguísima cola que me salvó de la odiosa reventa. No alcancé mesa al nivel del piso donde se presentó la obra. Estuve recargado sobre el barandal del segundo nivel en ese nuevo Salón México, antigua terminal de tranvía que gracias a Manuel Camacho Solís -cuando era regente- sigue siendo un escenario especial y lugar para bailar bien y bonito.
Aquella noche María la hizo de Siempreviva, el personaje central de la obra que en los cuarenta y tantos estrenó Luis G. Basurto. La Rojo lució más teniendo a su lado a Carmen Salinas con su incomparable interpretación de “La Corcholata”. Todos le aplaudimos.
Cierta mañana primaveral del 94, quedé sorprendido al verla de cerca y no en el teatro ni la pantalla. Llevaba su vestido rojo entallado de una sola pieza. No sé si sería el mismo con el que apareció en “La Tarea”, pero también lucía clavada en su cabellera y de lado, una hermosa flor como en las escenas veracruzanas de “Danzón”.
Naturalmente, lucía sus zapatos de tacón alto, de aguja, con las correas cruzadas de atrás y rematadas adelante. A fuerza volteaba uno a mirarla porque resaltaba su figura, así como de Diana la Cazadora, pero incluida la cadencia. Una brillante leontina de oro adornaba su tobillo derecho. De rojo carmesí sus labios pintados dejaban ver una sonrisa tan franca como permanente.
Llegó hasta el extenso y maravilloso jardín de aquella residencia rodeada por una vieja barda de cantera enrejada y entró a la sombra producida por una gran carpa. Ocupó el lugar clave en la mesa principal. Enfrente, era numerosa la asistencia y el lugar daba la sensación de una agradable frescura. Además, olía a historia: se trataba de la vieja estancia que fue de don Plutarco Elías Calles, el modesto maestro normalista sonorense que llegó a convertirse en general y luego ascendió a Presidente de la República.
El chalet y el gran jardín de los años treinta en las calles de Guadalajara de la Colonia Condesa en la Delegación Cuauhtémoc, se convirtió en museo y en aquella primera del 94 fue seleccionado por el Partido Revolucionario Institucional indudablemente como simbolismo para acentuar, en un acto especial, la candidatura presidencial del Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León.
Era domingo. Mientras los caballeros lucían enchamarrados, las damas vestían sencillo pero elegante. Carlos Salomón y Antonio Meza, los inmediatos colaboradores del Doctor supervisaban todo desde la amplia escalera de cantera que lleva a la entrada principal de la residencia.
Desde allí vimos el acto de apoyo a Zedillo.
Enrique Alonso, el inolvidable “Cachirulo” abrió el desfile de oradores y también las puertas para alejar el formalismo. Con gracia y no zalamerías recordó al padre del candidato como instalador de cortinaje y electricidad en los teatros. Esa referencia le dio motivo para solicitarle a Zedillo que si llegaba a la presidencia, ayudara a los artistas para rescatar el teatro, acercarlo otra vez al pueblo, quitarle las ataduras fiscales, los embrollos burocráticos y alejarlo de los monopolios.
Cuando le tocó su turno a María Rojo, no puedo olvidar que dejó sentir muy sincero su apoyo a la candidatura del Partido Revolucionario Institucional.
Naturalmente, entre hombres y entre mujeres asistentes, se decían cosas al oído mientras María hablaba. Probablemente la recordaban por lo de “Danzón”, o la criticaban porque iba vestida igual que en “La Tarea”, o de plano porque como en las películas, despedía sensualidad por todos lados.
María también le pidió a Zedillo impulsar el teatro y el cine independientes. Lo hizo para convencer y por eso le aplaudieron mucho.
Cuando terminó el acto del PRI, el candidato fue llevado a la casa museo para ver las reliquias del revolucionario don Plutarco, mientras María Rojo repartió sonrisas, saludos y arrancó desde suspiros hasta deseos. Se fue a pie tomada del brazo de su esposo. La banqueta, ancha, le quedaba chica.
Después ya no la vi. Ni en persona ni destacar en el cine o saber de ella por crónicas teatrales. “De Noche vienes Esmeralda”, que fue su última película, no tuvo el impacto de “La Tarea” ni de “Danzón” a pesar de que fue premiada. Tampoco resaltó en el teatro.
Hace dos años María Rojo olvidó su apoyo al candidato del PRI y se montó en el oleaje triunfal del PRD defeño hasta convertirse en diputada federal.
Ahora ya no es la figura central ni viste como “La Tarea” ni lleva su florezota como en “Danzón”. Luce prendas tan sobrias que la sensualidad se queda sin manifestarse. Parece maestra o burócrata. Ni siquiera calza con el tacón que resalta su figura. Ocupa un lugar entre los 500 de la súper estancia legislativa. Es triste, pero nunca tuvo un escenario tan grande para actuar sin poder hacerlo.
Eso sí, está comisionada en los asuntos del cine, pero casi siempre la borran entre tantos diputado y borlotes. De cuando en vez hace alguna declaración sobre el propósito de subir las tarifas en el cine precisamente para impulsarlo, para darle independencia, pero no pasa de hablar. Por eso aparece una que otra vez en la prensa. Es más, la prensa defeña no ha reseñado si ha subido a la tribuna para exponer su inquietud que, seguramente, si la dejaran podría tener éxito.
Pero no puede. Los diputados le dedicaron más atención a definir eso de las mayorías, a desenredar lo del Fobaproa, a ponerse de acuerdo con el presupuesto, negociar las alianzas y tantos temas y tantos pleitos. Para rematar, ni se nota cuando las discusiones suceden con casa llena y no puede hablar si la Cámara está casi vacía porque entonces, se suspenden las sesiones.
El tiempo legislativo se agota. Me duele que María Rojo no logró como diputada el éxito que ha tenido como artista. Pero como el zapatero a sus zapatos, en política está claro: ni se puede hacer “La Tarea” ni se puede bailar “Danzón”.
Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 16 de mayo de 2008.