Ante tanta corrupción, despojos, crímenes e injusticias, cometidos durante más de 300 años, por gobiernos virreinales de la Nueva España, todo lo anterior fue como un gran amalcigo donde brotó la inconformidad del espíritu de nuestra raza, representada en el recuerdo de Tenoch, Cuauhtémoc y tantos otros que a la altura de su heroísmo y sacrificio, nos legaron una cultura, una civilización que día a día al salir el sol, que con su calor y luz da la vida a la naturaleza, y por las noches el brillo de la luna la complementa… Y ellos nos hablan de nuestra historia.
Antes de 1810, el descontento, angustia e indignación alimentaba el espíritu de los criollos, que en grupos, conspiraban contra el sistema político de la Corona en varios pueblos del Bajío. El 16 de septiembre de 1810, cerca de las dos horas, el teniente Juan Aldama llegó apresurado a la casa del Cura de Dolores, en Guanajuato, Don Miguel Hidalgo, donde se encontraba con el capitán Ignacio Allende, entre otros, para comunicarles que la conspiración había sido descubierta. Rápidamente procedieron a actuar. Allende, Aldama y un reducido grupo de milicianos convocados a toda prisa marcharon a las casas de gachupines residentes de Dolores, quienes fueron sorprendidos en sus camas y no opusieron resistencia a la aprehensión. Simultáneamente, Hidalgo reunió a 14 de sus obreros más fieles y los envió a la cárcel del pueblo para que sorprendieran al somnoliento carcelero y pusieran en libertad a los presos, los cuales se incorporaron de inmediato a la revuelta.
El 16 de septiembre era domingo, y muy temprano, antes de las seis de la mañana, empezaron a congregarse a la iglesia con la intención de asistir a misa unas 700 personas esperando el replicar de las campanas. En esos momentos hizo su presencia el Cura Hidalgo para lanzar su histórico “grito de Independencia” del dominio español que había aceptado entregar a la Nueva España al hereje Napoleón, por lo cual la Iglesia y el reino necesitaban ser defendidos por sus hijos. En su arenga, como aliciente adicional, dijo que los indios y las castas serían liberadas de pagar el tributo y recibirían sueldo diario de un peso los que se alistaran con todo y caballos o burro y de cuatro reales los que se incorporaran a la infantería. Más de 500 hombres acudieron entre aclamaciones al llamamiento y se armaron de palos, piedras y las lanzas que habían fabricado los obreros de Hidalgo. Se le unieron Abasolo con sus milicianos y hacia las 9 de la mañana emprendieron la marcha. Y al pasar la columna de sublevados, por el santurio de Atotonilco, Hidalgo tuvo la idea e inspiración de tomar el estandarte de la Virgen de Guadalupe que allí se venera y lo dio como insignia de su ejército. Con esto el grito de guerra de los sublevados pasó a ser “Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines”, lo que equivalía a decir: “Mueran los extranjeros aliados de Napoleón y explotadores del pueblo mexicano”.
Continuará…
Guillermo Zavala Guerrero
Tijuana, B.C.