Hay dos versiones sobre el caso:
1.- Que de la oficina del candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, se comunicaron a la Presidencia de la República de México para solicitar una reunión con Enrique Peña Nieto, y éste aceptó de inmediato, sin mediar análisis.
2.- Que, en efecto, como lo aseguró el mandatario mexicano, de repente le entró el ansia por conocer e iniciar un diálogo con los candidatos a residir en la Casa Blanca de los Estados Unidos, y les envió invitaciones para verles, tanto a Donald Trump, como a Hillary Clinton, y que fue el primero quien aprovechó la oportunidad de oro.
Si la realidad es la primera, el desaguisado de Peña Nieto es mayor. Y tendrían la razón quienes le han criticado por haberse dejado chamaquear por un candidato de otro país, que de largo tiene lo de xenófobo, y se ha manejado en el ambiente mediático a fuerza de la polémica y la sinrazón.
Si la “cumbre” Peña-Trump del miércoles 31 de agosto, fue producto de lo segundo, es decir, a iniciativa del Presidente mexicano, no mengua la crítica, acaso refiere la personalidad de un gobernante que no tiene ni la menor idea de la política internacional, y carece de sensibilidad nacional y compromiso social.
Al análisis de los hechos, tanto en México como el exterior coinciden: el ganón de la reunión del miércoles fue Donald Trump con todo y que en México no hace campaña, pero venir a decirle al Presidente de este país, en su territorio, en su casa de hecho, lo que le ha ganado adeptos en su terreno y país, lo catapulta no solo -para la óptica de los estadounidenses- como congruente, sino además como valiente. Ahora sí que sin herir susceptibilidades, se metió en tierra de indios y salió a hombros.
En contraparte, Enrique Peña Nieto es el gran perdedor. A la suma de todas sus debilidades, pasos en falso y deficiencias, se agrega la imagen de un Presidente agachón, sin valentía ni palabra, que llega airoso a una reunión sin sentido político -porque Trump es apenas un candidato con encuestas que no lo favorecen- y sale de rodillas.
El Presidente logró, al invitar o aceptar la propuesta de Trump, unir a un país polarizado. Ante las constantes críticas hacia la figura presidencial por supuestos actos de corrupción, conflicto de intereses, plagios, ineficacia en la administración de los recursos y en la procuración de justicia, que podían coincidir los mexicanos en algunos temas y defenderlo en otros, hoy día la enorme mayoría está de acuerdo en que Peña se equivocó y cometió un error táctico al reunirse con el polémico candidato que desde Los Pinos tomó fuerzas para presentar una agresiva propuesta antiinmigrante en Phoenix, Arizona, horas después de su estancia a México.
Las manifestaciones de mexicanos interesados y no, de extranjeros y analistas políticos, de periodistas y oposición, ardieron desde el momento mismo en que a través de una mención en redes sociales se conoció de la visita del candidato Trump, quien como estrategia de campaña ha hecho de la xenofobia una bandera política, particularmente en relación a la frontera sur, que la ha vendido como la amenaza de Estados Unidos.
Peña continuó con su plan, aparentemente sin medir consecuencias. Se vieron en privado, él habló en público, y luego le concedió el micrófono al republicano para que confirmase sus intenciones, sin que el Presidente de México tuviera, a pesar de estar en su casa, un derecho de réplica. De repente, la campaña de Donald Trump volvió a prender en su país y en otros, al tiempo que la imagen del priista se vino más abajo de los 23 puntos de aprobación.
Cuando la andanada de críticas arreciaron en contra del enanismo del Ejecutivo que no supo tumbar ni siquiera con la palabra la ofensa de construir un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, y no apeló por el respeto a los Derechos Humanos y la dignidad de los mexicanos y los migrantes, le orquestaron una entrevista con la estrenada conductora de horario estelar de Televisa, Denise Maerker, donde el priista intentó justificar su decisión, además de rebajar el debate público y el meollo del asunto con Donald Trump, a la simplona premisa de quién pagará en términos económicos por esta obra.
La opinión pública en el país creció más de tono cuando el norteamericano que solo pisó suelo oficial en México, programó su segundo acto ese miércoles 31 de agosto en Phoenix, solo para declarar públicamente a los suyos, que le había dicho al Presidente de México que el muro se construiría, y además, que México lo pagaría.
En nuestro país, a esa hora, ya Peña salía a intentar mostrarse como un mandatario reacio que en privado le había dicho sus verdades a Trump, y que insistió: México no pagaría el muro.
La estrategia de Trump/Peña, hizo enojar -aparte de la población mexicana- a la candidata demócrata al gobierno de los Estados Unidos, Hillary Clinton, quien como su esposo cuando fue Presidente de la Unión Americana, ha encabezado en su papel de secretaria de Estado, una relación binacional de solidaridad y apoyo hacia México.
La nominada demócrata no confirmó la llegada de la invitación de Peña a dialogar, pero sí criticó duramente a su contrincante Trump y a la clase política mexicana por albergar en el centro del Estado a un personaje que ha sido vil en sus comentarios hacia la nación y su población.
En el mar de críticas que se desataron en las redes sociales sobre Peña, destacó la que envió el equipo de campaña de Hillary Clinton en Arizona y que ella misma dio aval desde sus cuentas propias. Sentenció: “Existe un viejo proverbio mexicano que dice, ‘dime con quién andas y te diré quién eres”.
Así de rebajado quedó un errático Enrique Peña Nieto ante la comunidad internacional, comparado con Donald Trump, el autodefinido como el principal crítico y enemigo de México y los mexicanos, a quienes, finalmente, le debe por lo pronto la candidatura del Partido Republicano y tal vez hasta la Presidencia.