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martes, octubre 1, 2024
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Forense

“Hay sangre seca, un mosquero y huele a podrido”. Me enseñó unas fotos tomadas con su cámara digital. –¿Y…huellas? Respondió prontamente “…un montón”. Las detalló: Llantas de varios dibujos, muchas pisadas de perros y colillas de cigarro. Casi todos son “Marlboro”. Y antes de preguntarle me soltó un rápido “¡de los rojos, de los rojos!” Se quedó pensando para recordar “…también había papel periódico. Hojas viejas. Eran pedazos. Sin fecha”.

Tal y como se lo pedí, estuvo un rato parado cerca del lugar donde por la mañana descubrieron el cadáver de un hombre. Como en otras ocasiones mi amigo esperó que los empleados del Servicio Médico Forense se llevaran el cuerpo. Entonces se dedicó a ver eso que los reporteros insisten en llamar “el lugar del crimen”. Además, le encanta, le apasiona y sueña con ser detective. Me contó: Le amarraron de los tobillos. Esposas en las muñecas colocadas cerca de las caderas. “Teip” plateado y grueso tapaba su cara. Lo enredaron con exageración en la cabeza. Como si de momificar se tratara.

Tres chamacos con un balón de futbol andaban por allí cerca. Cuando vieron a mi camarada se acercaron. “¿Aquí fue donde estaba el muertito?”. El “sí” por respuesta abrió la llave de sus labios. Lo vieron cuando iban a la escuela para entrar a las ocho de la mañana. Le avisaron a sus papás. Ya no fueron a estudiar. “No era de por aquí” dijeron con la misma seguridad al revelar “…muchas parejas vienen por las noches y no salen de sus carros”. Como si fueran detectives preguntaron el nombre y la edad. Si tenía hijos y vivía en dónde. Quién lo mató y por qué. Tanta curiosidad de los pequeños chocó en la indiferencia de los adultos. Pasaron por el lugar y solamente volteaban unos y otros ni siquiera. Ninguno se paró a preguntar.

Con todos esos datos mi amigo se fue a su casa. Como en otras ocasiones cuando su tarea se lo permite, escribe lo que vio. Nada de “aventarse un rollo”. En concreto. Es una de las primeras cosas que aprendió y realiza muy bien. Luego llega a conclusiones y el fin de semana las vemos en casa.

Hace algunos días me llamó por teléfono. Dolido porque anduvo de vacaciones y hubo varias ejecuciones y un tiroteo. “Me las perdí. Ni modo”. Pero de la tristeza brincó al buen genio anunciándome. Nada más termina su preparatoria y primero le pedirá a sus padres que lo inscriban en Grossmont College, cerca de San Diego California. “Vea lo que apareció hoy en el periódico The San Diego Union Tribune. En la primera plana de la segunda sección…y después lo comentamos”.

Una foto a media plana de ancho y a colores. Dos jóvenes con guantes de plástico, como los usados por doctores cuando operan o curan. De pie pero agachados. Uno de ellos, cámara fotográfica colgando. En la otra, un rollo de “teip”. Atrasito, su compañera también enguantada, pero sosteniendo en su brazo izquierdo triángulos pequeños de plástico con números. Igualmente buscaba sobre el césped. Cuatro árboles al fondo sirvieron para colocar una cinta amarilla con la leyenda de “No pase”. A la derecha de la jovencita una Cherokee con la puerta abierta y en el suelo, el maniquí tirado de un hombre con camiseta blanca y pantalones obscuros.

El par de jóvenes estaban en una clase más de criminología forense. Se trata de un programa especial de dos años, donde aprenden lo básico para las investigaciones. Leí la nota. “Un área cubierta de paso en la escuela Grossmont fue marcada con cinta amarilla. En ese lugar, los estudiantes fueron informados por sus maestros que acababa de ocurrir un asesinato. Un maniquí representaba a la víctima que había sido baleada. Los estudiantes marcaron los lugares donde encontraron casquillos de bala, una mancha de sangre y una cachucha de beisbol. Un estudiante tomó fotos de la escena del crimen, mientras que otros midieron y registraron los sitios donde se halló la evidencia”.

Shelleen Arregui dirige las clases y considera que “…esto es una parte interesante y gratificante de la justicia”. La estudiante Dana Markas, de 27 años, dijo que en este aprendizaje “…tiene que haber un trabajo de equipo. Todo mundo debe armar una pieza del rompecabezas”. Otro estudiante trabajaba en el Departamento de Seguridad en un casino, pero se interesó más por el estudio forense. No quería una ocupación peligrosa como agente policíaco. “Esto es como el trabajo de un detective. Tienes que buscar y encontrar las piezas para armarlas”.

Sinceramente no sabía que el programa en Grossmont tiene 35 años funcionando. Por lo menos se inscriben de 15 a 20 jóvenes cada año y existe una treintena en lista de espera. Goza de fama en las oficinas policíacas. Normalmente buscan egresados de esa escuela. Dicen que son los mejores para recolectar evidencias en los sitios donde se cometen los asesinatos. Es de hecho el inicio sólido para descubrir cómo se cometió el crimen y si fue hombre, mujer o grupo los autores. Con sus datos, los agentes se lanzan sobre los sospechosos y se logra éxito.

Recientemente una niña de siete años fue raptada y desaparecida. La comunidad de San Diego se estremeció y todo mundo se lanzó a la búsqueda. Pero hubo algo significativo. Tres miembros del cuerpo de investigación del Departamento de la Policía encargados del caso son egresados de Grossmont. Contribuyeron en mucho a la localización de la víctima. Identificaron al sospechoso principal y ahora es procesado.

Los estudiantes solamente utilizan un salón en todo el colegio. Las clases se realizan en la mañana y tarde. De cuando en vez los citan durante el fin de semana para trabajos de laboratorio. En el reportaje publicado en el diario también apareció la foto de una jovencita, enguantada, cortando un cabello a otro estudiante. Es parte de las clases para determinar la identificación. No me consta, pero posiblemente los maestros “sembraron” algunos cabellos en el supuesto sitio del asesinato. Y si así fuera, compararlo con pruebas científicas.

El número de asesinatos en San Diego, California, es muy bajo en comparación con los cientos de ejecuciones realizadas en Tijuana, Mexicali, Sinaloa, Guadalajara o el Distrito Federal. Pero el trato a “las escenas del crimen” en nuestro país es tan desordenado precisamente por ausencia de técnica. “Mirones” borrando huellas. Removiendo evidencias y desconocidos llevándose cadáveres e incinerándolos como sucedió con el de Ramón Arellano en Sinaloa. Los cursos de Grossmont deberían imitarse en México.

 

Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 7 de septiembre de 2007.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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