Enrique Peña Nieto se ve contento, complacido, dichoso. No es una imagen de todos los días, vaya ni frecuente. Pero sí es una reacción que los mexicanos podemos apreciar en el Presidente de la República, cuando se encuentra en el extranjero.
En México el mal humor social que ha referido, la falta de aplausos que ha señalado, y el no superar los casos difíciles de alto impacto para los mexicanos, son quizá la causa por la que Peña Nieto no sonríe tanto en territorio nacional como en suelo extraño.
La imagen que comento refleja su plenitud. Orgulloso el Presidente de México sostiene entre sus manos (ciertamente señalando con el dedo medio, ya sabe la señal esa ofensiva en México) un caja que es nicho de una grande medalla enmatices cobre y oro, sujetada con un grueso listón azul cobalto. Se trata de la entrega del reconocimiento al Estadista 2016, que le entrega en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, la Asociación de Política Exterior, Foreing policy Association su membrete en el idioma original, el inglés.
No es coincidencia, no puede serlo en el ambiente político, que Enrique Peña Nieto reciba un reconocimiento, aun cuando de una añeja asociación no tan reconocida en el contexto mexicano, a escasas semanas de haber hecho el ridículo internacional de recibir en las oficinas del Gobierno Mexicano al candidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, y además con tan pésimos resultados.
Tampoco puede ser una coincidencia que la Foreing Policy Association, entregue el Premio Estadista del Año en 2016 a Enrique Peña Nieto, cuando ese reconocimiento no lo entregó a nadie en 2015, ni en 2014. No puede ser que la Asociación de repente en tres años, encuentre a un estadista digno de reconocerle en la persona de Peña Nieto, y no lo haya logrado encontrar en los dos años anteriores. Una llamada de hasta aquellas oficinas, a las de Macdara King, responsable del departamento de comunicación de la FPA, nos ha confirmado. No, no hubo estadista del año en los años recientes.
El premio de Peña pues, parece un reconocimiento a modo. Que llega además en un mal momento para México. Allende el ridículo que hizo el Presidente con el candidato Trump al enfrascarse en un pleito de él dije y aquel dijo, y centrar la política exterior de México con Estados Unidos en quién diablos pagará un muro para dividir a los dos países (otro más, ya existen dos) en caso de ganar el republicano la elección de noviembre en la Unión Americana, hay otros contextos más desafortunados que en México no son entorno para premiar al Mandatario Nacional.
El reconocimiento de estadista llega a semanas también que las calificadoras internacionales que evalúan los ambientes para la inversión extranjera, hayan bajado la calificación de México, a un país de riesgo para la inversión, considerando factores como la ingobernabilidad en ciertos estados, las manifestaciones sociales, la inseguridad producto del narcotráfico y el crimen organizado, y la falta de certeza en materia económica.
El estadista del año 2016, es el de la devaluación. De manera paulatina pero sistemática, durante los cuatro años de Gobierno de Enrique Peña Nieto que están por cumplirse, el peso ha perdido valor por un 55.91 por ciento de acuerdo a datos del Banco de México.
Comparado con los últimos cuatro Presidentes de la República, fuera de Ernesto Zedillo Ponce de León, cuyo sexenio registró una devaluación de 175.51 por ciento, de acuerdo al propio mandatario por los errores de la anterior administración, en México no se había detectado una devaluación como la peñista.
En el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, del 2 de diciembre de 1988 al 30 de noviembre de 1994, también con datos del Banco de México, se tiene en cuenta una devaluación del 16.27 por ciento. Vicente Fox Quesada recibió el tipo cambiario del peso frente al dólar en 9.41 por 1, para entregarlo en 10.97 por 1, lo que indica una devaluación de la moneda de 16.57 por ciento. Mientras con Felipe Calderón Hinojosa, para el 4 de diciembre de 2006 el Banco de México registró un tipo cambiario de 10.95 pesos por dólar, y de 12.95 para el 30 de noviembre de 2012, dando un resultado de una pérdida del valor del peso frente al billete verde de 17.99.
Entonces el día que México amaneció con una “depreciación histórica” de su moneda, el 19 de septiembre cuando cruzó la barrera de los 20 pesos para ubicarse en 20.10 por 1 dólar, ese mismo día, Peña Nieto tuvo el tino de recibir en los Estados Unidos, el reconocimiento al “Estadista 2016”.
Aunque ciertamente la definición más puntual de estadista, es aquel que se dedica a asuntos de estado, especialista en la dirección de un estado, u hombre de Estado, un premio para el Presidente con la más baja aprobación popular en el País en la historia contemporánea, puede interpretarse como una broma de mal gusto.
Ciertamente el premio de estadista 2016, parece más un asunto de mercadotecnia política que de reconocimiento a las capacidades de un mandatario para llevar a su país al desarrollo y la oportunidad para todos.
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, se ha convertido así, a causa de politiquería y ansia de aplausos (aun en el extranjero) en el estadista de la devaluación. Y, en efecto, lo es.