El comportamiento de Moctezuma indignó más a los dirigentes indígenas que marchaban al lugar donde tenían prisionero a Moctezuma, con el propósito de liberarlo. Moctezuma seguía dirigiéndose a las turbas enardecidas, al ver que no le hacían caso pidió a Cortés que permitiera dejar libre a Cuitláhuac, que lo acompañaba en el cautiverio, para que él se encargara de apaciguarlos, pero en lugar de hacerlo, una vez libre se colocó a la cabeza de los amotinados, y el movimiento –antes informe– encontró a un caudillo que, lejos de temer a los españoles, anhelaba vengar la humillación del pueblo azteca. Moctezuma una vez más salió al balcón, para tratar de calmar a sus súbditos en contra de los españoles. La voz de Moctezuma resonó en la plaza. Explicó que no estaba prisionero sino de visita.
–Cobarde… traidor –gritó la multitud enardecida.
Instantáneamente llovieron piedras, insultos y flechas sobre el infeliz monarca. Moctezuma cayó al suelo de una pedrada en la cabeza y murió. Esto despejó el camino para que Cuitláhuac fuera designado como su sucesor, el príncipe Cuauhtémoc, uno de los más decididos partidarios para exterminar a los extranjeros, fue elegido para ocupar el trono de Tlatelolco. A la eliminación del principal protector que habían tenido los españoles, obligó a Cortés a emprender la huida. Un gran problema para ellos fue el transporte de oro y joyas que les había cedido Moctezuma, y tuvieron que repartirlo entre sus soldados, y empezaron a atiborrarse los bolsillos de joyas y a ponerse las cadenas. En su huida los invasores pasaron por un puente –que estaba donde ahora es el edificio de Correo Mayor–, cuando una mujer tenochca vio lo que sucedía y sus gritos atrajeron a varios guerreros de Cuitláhuac. En lo alto de la pirámide principal se escuchó el gigantesco tambor para dar el toque de alarma. Sonaron los caracoles de guerra y el lago se cubrió de canoas repletas de guerreros aztecas y con sus arcos y flechas arremetieron contra los fugitivos.
Al pasar por una calzada, en las inmediaciones de Tacuba, Cortés sintió alivio al ver que varios de sus principales colaboradores habían conservado la vida, al verlo, llenos de sangre y lodo y desesperados, tomó aquello como una derrota, y se sentó bajo un árbol a llorar. El resultado del combate más aproximado fue de mil españoles y 3 mil indígenas muertos. Al cesar los ataques de los aztecas, los fugitivos siguieron sin contratiempos hasta Tlaxcala. Al llegar a Tlaxcala, Cortés temía encontrar un recibimiento hostil y por el contrario el apoyo incondicional, a excepción de Xicoténcatl hijo, que propuso combatir a los españoles. Pero el viejo cacique Xicoténcatl, su padre, y demás caciques decidieron permanecer leal e incondicionalmente al bando español. Esto lo supo Cortés y posteriormente ordenó ahorcarlo.
Guillermo Zavala Guerrero
Tijuana, B. C.