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lunes, octubre 7, 2024
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Recordando nuestra historia* (Tercera parte)

“En honor a calles se está construyendo un gran ingenio por cuenta de la nueva compañía se van a reanudar los cultivos; la caña reaparecerá en Morelos y será beneficiada en la central Presidente Calles. En realidad, a Calles no le va a quedar a la larga más que  el nombre que recuerda su traición a los mexicanos. Sus accionistas millonarios absorberán la empresa y así por obra de esta revolución mexicana y sus traidores y sus ignorantes, la tierra que era de once propietarios mexicanos, contra los cuales siquiera se podía decretar la huelga, es hoy un sindicato norteamericano, contra el cual no hay confiscaciones, ni alborotos, ni huelgas. Y el proceso agrario de la revolución mexicana se ejemplifica entonces en Morelos, en la siguiente forma: ruina del propietario mexicano; posesión temporal de grupos comunistas que van al fracaso, impulsados directamente por Calles y adquisición definitiva y legal de las tierras por los sindicatos norteamericanos que pagan primero su traición a los seudo revolucionarios, pero a fin de excluir los más tarde de toda participación”.

El pueblo de México llama a Morelos el Estado de Morrowelos, por el nombre del procónsul, director y cómplice de Calles. El escritor norteamericano Ernest Gruening, admirador de Obregón, parcial para Calles y aficionado al oro de México, hace un cuadro de Morelos, que tiene puntos de semejanza con el de Vasconcelos. El problema estaba por resolverse.

“Hasta 1928, la reforma agraria en Morelos, cuna del agrarismo, ha sido desastrosa. La completa restitución de tierras comunales, que virtualmente está consumada, no ha servido para la reconstitución del Estado, sacándolo de su ruina. Las haciendas están abandonadas. La maleza semitropical brota de mil grietas, coronando estos monumentos de un pasado con la guirnalda mortuoria de sus flores silvestres. Por las capillas abandonadas discurren las verdes lagartijas. Las campanas que llamaron al trabajo y a la oración están mudas. Los peones son libres. Pero esto no les contenta. Durante el gobierno de Obregón –el primero que no trató como enemigos a los proletarios morelenses, todos ellos zapatistas– encontraron que era buena la paz y que la libertad era buena, después de diez años de lucha. En abril de 1923, cuando estuve en Morelos por primera vez, no los hallé descontentos. Habían entrado en posesión indisputada de su suelo, bajo los antiguos volcanes, y esto no se veía desde que Cortés contempló como suyo aquel país, abarcándolo con la mirada al tocar la línea de división de las aguas. Allí mismo pudimos espaciar nuestra observación, hasta donde se pierden los últimos contra fuertes purpitinos, en el distante y cálido Guerrero, bajo un cielo deslumbrador; y en los próximos collados que emergen del atormentado fondo del valle se podía distinguir el blanco hormiguero de los trabajadores, destacándose en el verdor de las cañadas. Bajamos; las cuestas grises van tornándose en jade pálido allí donde luchan el polvo y la humedad, y que cobran un tono verde vivísimo a la vera de las aguas murmuradoras.

“Cultivamos lo que nos hace falta para nuestro propio consumo, decían los labradores, metidos hasta la rodilla en el terreno pantanoso. Esta era la altiva respuesta que daban cuando se les dirigía una pregunta sobre su situación. A veces un jefe de camisa y calzón blando, que era el traje de todos, repetía la frase: La llamada prosperidad del Estado, era miseria para nosotros. Y decía la verdad. Pero dos años después, en mayo de 1925, los encontré descontentos. La cosecha no dejaba un excedente. Algunos hasta decir que en los días de la hacienda, por lo menos e les pagaba con regularidad, mientras que ahora todo era ya incierto. Si volvía el régimen de la hacienda, probablemente ya no traería consigo los viejos abusos. Habían sucumbido a los que el doctor Manuel Gamio llama ‘la esclavitud del maíz’ (ya descrita por Vasconcelos), y podría añadirse que también habían sucumbido a la esclavitud del frijol y el chile, artículos improductivos que podrían ser reemplazados por una agricultura especializada y más lucrativa. Sin duda la azucarera. Y los campesinos de Morelos –el trapiche de México, nombre que se da al Estado– querían la restauración de aquel cultivo. Pero las refinerías modernas requieren mucho capital. El gobierno federal se ha empeñado, sin fruto, en planes cooperativos para que los campesinos cultiven caña y la vendan. Probablemente el mismo gobierno tendrá que encargarse de la empresa. Los campesinos intentaron cultivar arroz. Los especuladores obtenían el beneficio antes de que se levantase la cosecha. Y por otra parte, el gasto excesivo de gua que requiere este cultivo, originó violencia. En marzo de 1927, hubo una recia batalla entre 250 campesinos armados de Tezoyuca y Chiconcuac, en la que murieron seis de los combatientes. Las tropas federales trazaron una zona neutral para aislar a los dos pueblos. Era la historia y prehistórica lucha por el agua”.

*Narrativa tomada del libro “México falsificado”, de Carlos Pereyra.

 

Vicente Martínez Méndez

Tijuana, B. C.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Francisco Navarro Fausto Francisco Navarro Fausto francisco 9 francisco@zeta.com
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