Con la infame cosecha de medallas que México está logrando en la justa olímpica que se está desarrollando en Río, Brasil, se le está brindando un pésimo ejemplo a la sociedad mexicana, especialmente a la juventud.
No se trata ni de envidiar ni de compararnos con los triunfos de otros países, sino de entender que los magros resultados de la delegación mexicana en las olimpiadas de este año son consecuencias de varios aspectos, de los cuales sobresalen la falta de apoyo al deporte y la insuficiente continuidad de los programas existentes.
Por el contrario, el que los atletas que representan otros países suban constante y abundantemente al pódium, refleja principalmente la importancia que para los gobiernos de esas naciones tiene el deporte, así como el cuidado que dan a la evolución de los niños y jóvenes que practican cada una de las disciplinas que directa o indirectamente tienen que ver con los resultados obtenidos.
Para variar, en torno a las mínimas satisfacciones que los mexicanos estamos teniendo de la triste participación que están teniendo nuestros compatriotas en la sede olímpica, ya hay todo un espectáculo mediático.
Lejos de analizar o de comprender el origen y lo contemporáneo de la problemática, miles de usuarios de las redes sociales han optado por perderse en el estéril mundo de la crítica sin rumbo que poco o nada hace a los malos funcionarios e inclusive, hasta se han dado vergonzosos casos de hostigamiento y acoso digital a los propios deportistas por motivos merecedores del ignominioso olvido.
La cruda realidad es que mientras que el apoyo al deporte se regatea y los dineros públicos se distraen hasta en banalidades, en muchos casos lamentables, los jóvenes siguen siendo atraídos hacia el vicio y la leva de los narcomenuderos, ladrones y criminales organizados.
Pero independientemente del hecho en sí de la falta de estímulo y respaldo a los deportistas actuales y en potencia, en el fondo lo más grave es que para todos los mexicanos el rotundo fracaso en las olimpiadas es un amargo sabor de boca que deja un reflujo de pesadumbre y vergüenza por lo que aún sigue pasando en nuestro país, situación por demás injusta porque añoramos y merecemos un presente y un futuro mucho más digno, donde lejos de que el deporte nos siga dando pesimismo, por el contrario, sea un motivo de orgullo nacional y el refugio de las naturales inquietudes de la juventud.
En lugar de hacer o caer en la nefaria polémica mediática y social, deberíamos todos buscar incidir en políticas públicas que hagan que el apoyo al deporte se ubique en el nivel de importancia que merece y si los tiempos actuales son de nula cosecha por el ineficiente trabajo del pasado, lo que verdaderamente puede llegar a significar algo que valga la pena, es que concentremos esfuerzos y actitudes en un camino de constructivo crecimiento, siempre bajo la vigilante mirada de la sociedad, que una vez más es exigida para que esté a la altura de las circunstancias, en este caso, de la problemática que gira alrededor de la mala conducción del deporte amateur, el cual requiere de una enérgica intervención ciudadana para que pueda estar organizado de mejor manera.
El objetivo debiera de ser muy sencillo, hay que ponerse a trabajar adecuadamente para las nuevas metas, para lo cual los números no pueden ser más claros: faltan cuatro años para la próxima olimpiada, ocho para la siguiente y así otros tantos lapsos de tiempo para las venideras; no puede ser posible que eso no esté a la vista de todos, especialmente de los responsables del deporte mexicano.
Sobra quien pueda realizar un plan de desarrollo estratégico para encontrar las metas de corto, mediano y largo plazo, pero no hay peor ciego que el que no quiera ver y éste es uno de esos casos en los que no se puede sacar del problema a quien intencionadamente no se quiere dejar ayudar.
Todo es cuestión de no dar un pésimo ejemplo.
Alberto Sandoval es Coordinador de Alianza Civil, A.C. Correo: AlbertoSandoval@AlianzaCivil.Org Internet: www.AlianzaCivil.Org Facebook: AlianzaCivil Twitter: @AlSandoval