De pena ajena me resultó aquel semicompungido perdón que pidió usted humildemente a todos los mexicanos. Ello por tantos agravios y actos sospechosos desde que nos enteramos de su multimillonaria casita blanca financiada ventajosamente por un contratista.
La verdadera razón de tal espectáculo de contrición presidencial, digno de mercado de lágrimas, se puede deber a varias nebulosas razones. Tal vez fue por el resultado desastroso de su partido en las elecciones, o por conveniencia de retardar los hechos o, tercero, por pura y ansiosa desesperación. Entonces quizá fue parte de una movida política para contener los daños electorales, tal vez fue porque no funcionó la táctica del olvido del pueblo, o bien es que ya se siente arrinconado sin poder hacer mucho para salvar al País de un estallido social.
Yo no sé realmente qué pasa por debajo de ese desprestigiado copete acicalado. No sé si el gel tóxico ya se le filtró al cerebro. No sé si está usted petrificado de miedo, diseñado para la inacción o si simplemente es usted un inoperante cínico que quiere exprimir lo que nos queda de ingenuidad. No, Señor Presidente. Así no se piden las disculpas ni se obtiene un perdón del pueblo. No, si no es que se intenta hacer lo mínimo para retribuir al daño causado. A quien delinque se le mete a la cárcel, aunque diga cien veces que lo siente mucho.
Usted quiere perdón gratis y aparte quiere el amor y admiración del pueblo. Casi nada. Al principio de su mandato pues era sorna divertida el reírse de sus metidas de pata, pero para estas alturas, las tonterías ya no son una broma e irritan a la ira del pueblo, de modo que estos últimos desatinos de sentido común, ya sea en su país o en el extranjero, nos están costando muy caro a todos.
A nosotros nos cuestan hambre, a usted respeto y prestigio. Yo no le voy a dar ni media disculpa porque usted evidentemente se ha servido generosamente del poder sin que le preocupe arruinar lo poco que nos queda de paz, justicia y esperanza. ¿Y sabe qué? Su onerosa casa blanca que le costó la cabeza a una gran periodista, no es posible esconderla, venderla, rematarla o devolverla. Está en la mente de todos los mexicanos como el símbolo máximo de lo peor del poder y no se nos olvida. ¿Quiere un perdón? Pues dígame primero ¿dónde están los beneficios de su reforma energética? ¿Dónde está el combate a la corrupción? ¿Dónde está la mano firme para defender la educación de los sátrapas del sindicato? ¡¿Dónde están las acciones, Señor Presidente?!
Me lo imagino cruzado de brazos con esa sonrisa socarrona y boba ante las preguntas duras que no puede, no quiere o no sabe contestar. Estamos entrampados en un infinito juego perverso, promovido por gente muy astuta en el poder, que lucra con el País y que gente como usted gustosamente solapa mientras le toque una parte del botín a usted, sus amigos y a su familia para quienes como dijo tan elocuentemente su hijita, somos nada más que una prole de puros pendejos.
Continuará…
Toraijin Arendori
Tijuana, B.C.