Me dormí meditando en las mujeres,
por su manera de cambiar a cada instante,
su forma de pensar y sus quehaceres,
un rato van atrás, otro adelante,
a veces nos entregan sus placeres,
a veces nos dan trato petulante.
Hay diferentes y distintas clases,
algunas son bonitas, otras feas,
simpáticas son unas, perspicaces,
y muchas, vanidosas que ni veas,
mas con guapas podrás hacer las paces
más fácilmente, aunque tú no lo creas.
Pero lo más curioso e incoherente
es que las bellas son más generosas,
amables siempre con toda la gente,
eso las hace verse más hermosas,
llevan la docilidad en su mente,
por lo tanto sus formas son graciosas.
Con las feítas ocurre lo contrario,
después que su apariencia
no es muy grata,
su carácter amorfo cambia diario,
para ellas el buen modo es una lata,
los días bellos quitan del calendario
y son tan místicas como una beata.
…Así dormido, cavilando estuve,
tratando de entender ese dilema,
ante mí, pronto, sabios famosos tuve,
analizando ese difícil tema,
borroso aquello como una blanca nube,
después se fue aclarando por sistema.
Albert Einstein dijo: esto es relativo,
la mujer es mutable día con día,
siendo su ego el único testigo,
y todos aplaudieron su teoría,
a la vez que otro decía: ¡Yo sigo!,
pues esto no se aclara todavía.
Hipócrates, padre de la medicina,
haciendo gala de mucha paciencia,
afirmó que tomar penicilina,
lo feo no quita, ya que no sería ciencia,
al contrario, sube la adrenalina,
fue muy clara la voz de la experiencia.
Arquímedes, el matemático arquitecto,
después de hacer una rara ecuación,
para construir, dijo algo muy perfecto,
se cimienta primero el corazón,
habilitando la piedra del desierto,
trabajando con mucha inspiración.
José Miguel Ángel Hernández Villanueva