No pasaba de los diez años de edad. Tomó su bicicleta y se fue a dar un paseo. Nació en Mocorito, Sinaloa, y en esos terrenos se adentraba a profundidad. Los rebasó ese día. Por una calle entró al municipio vecino, y cuando eso sucedió, una patrulla le hizo el llamado.
Al niño lo querían interrogar. Le dijeron que había ocurrido un robo a la casa de una mujer de edad, el chamaco la conocía, era amiga de su madre y no había sido él el ladrón, pero los agentes lo vieron chamaco y en bicicleta, pensaron que andaría huyendo. Sin inmutarse, el niño les respondió: “Los voy a acompañar, porque quiero, porque ustedes en esta calle no tienen jurisdicción. Ya no están en Mocorito”.
Tal imberbe fue Ricardo Montoya Obeso mucho antes de principios de la década de los ochenta, cuando de su natal Sinaloa viajó a Baja California, donde en Tijuana, el viernes 6 de mayo de 2016, falleció de un paro respiratorio provocado por una úlcera interna mal atendida.
El jueves 5 por la tarde, dos de los diez hijos que le sobreviven, lo llevaron a urgencias cuando el luchador social presentó síntomas de alguna gravedad física. Primero a la Clínica 35, donde no le pudieron ni suministrar un suero ni ordenaron hacerle estudios para detectar cuál era el origen de su deterioro físico. Dado de alta sin auscultarlo, ni diagnosticarle el mal que lo aquejaba, se lo llevaron a su casa.
Pero horas más tarde se puso mal. En la Clínica 27 del Seguro Social, a sus hijos les dieron un pase para que el hombre fuese atendido en el área de urgencias de la Clínica 1 de Especialidades. Hasta allá llegaron pero la misma atención. Nada de análisis, nada de estudios, sedantes para controlar al paciente y ahí sí, un suero. Ya era tarde. Horas después, en viernes, moriría a los 65 años.
En Baja California, fue en Ensenada donde el activista inició su lucha por la tierra que lo llevaría en dos ocasiones a prisión. No concluía el primer lustro de los ochenta cuando fue contratado como abogado por un terrateniente para defender un predio a otro igual que él. Al final del litigio le sugirió tomar posesión del terreno para amarrar la propiedad. Al abogado encargaron que metiera familias y así lo hizo. Buscó a los más necesitados y los aposentó en cuadrados lotes. Una vez ganado el juicio, el dueño de la tierra le dijo que sacara “a los indios” de su propiedad. La despectiva referencia hacia el abogado le costó la tierra.
Ricardo Montoya Obeso inició un juicio para que los desposeídos se quedaran con la tierra que les habían dado como parte de una estrategia legal. Así se creó, cuenta la descendencia, el Ejido Antonio Meléndrez.
Siempre de pensamiento de izquierda, Montoya llegó a ser candidato, sin éxito, a cargos de elección popular. Abogado civilista, mejor se concentró en defender a quienes nada tenían. En la administración de Jesús González Reyes como alcalde de Tijuana, consiguió cientos de permisos para operar taxis. Los repartió a quienes lo siguieron en el movimiento. No se quedó con uno solo.
Entrada la década de los noventa, el activista social cobró fama y popularidad cuando producto de una invasión de lo que consideró eran terrenos de la nación, creó la colonia 3 de Octubre, que llevaría ese nombre luego que un día como ese, pero de 1991, el Gobierno del Estado intentara desalojarlos con la fuerza pública.
Montoya fue a la cárcel por despojo, pero los predios, determinados en más de 300 hectáreas, se mantuvieron en posesión de quienes junto a él, pelearon por tener un pedazo de tierra para una vivienda. Todavía en diciembre de 2015, Ricardo peleaba por la regularización de esos terrenos, y solicitó al Presidente Enrique Peña Nieto, les ayudara.
En 2008, durante la administración de José Guadalupe Osuna Millán, Montoya Obeso fue detenido por segunda vez -ya en el sexenio de Ernesto Ruffo Appel lo habían aprehendido-. Lo hicieron con una “orden de presentación forzada”, cuando el líder encabezaba una manifestación hacia Mexicali, en defensa de unos predios que serían la ampliación de la 3 de Octubre. Un año antes de concluir su sexenio, el gobernador Osuna instruyó la liberación del luchador social. Estaba enfermo de hipertensión y diabetes. Él mismo llevaba su caso cuando otros abogados le traicionaron, abusaron de su confianza y de sus limitados recursos.
Pero libre, no dejó de luchar por los menos favorecidos. Lo único que recogió de su movimiento fue un terreno en la 3 de Octubre donde hoy reside parte de su familia. Sus hijos, diez, todos son o están en el camino de convertirse en profesionistas. Algunos seguirán su lucha, especialmente Luis Donaldo Montoya Estrella, con quien Ricardo vivió sus últimos momentos. El vástago, estudiante de Derecho, ha tomado las causas de su padre. Ahora se hace acompañar del grupo de peticionistas de placas para taxi que se acercaron para obtener un patrimonio. En el Ayuntamiento de Jorge Astiazarán alguien prometió ayudarlos, buscan 60 placas para trabajar. Por primera ocasión, a sus 65 años, Montoya se había anotado, aun en el número 60, para obtener uno de los permisos.
Declamador, simpático, dicharachero, fue muy querido por sus seguidores. Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Sinaloa, a los doce años ya había organizado a los boleros y chicleros. Siguió con la defensa de los trabajadores y después con el activismo social. Tierra y trabajo para los que no tienen. Hábil, mayormente se salía con la suya (aun cuando estuvo decenas de ocasiones en la cárcel). Aquí una anécdota que contó a ZETA:
A los 19 años fue padre por tercera ocasión, pero al encontrarse sin empleo y su esposa a punto de dar a luz, acudió a una clínica particular aprovechando el decreto que en 1975 había lanzado el Presidente Luis Echeverría, cuando todos los hospitales particulares debían dar atención médica gratuita al 5 por ciento de los clientes.
“Cuando llegué al Hospital del Carmen en Sinaloa les dije a las enfermeras que quería la mejor atención para mi esposa, que iba a dar a luz, me atendieron de lo mejor, al paso de dos días, me dijeron que mi esposa ya estaba bien y el bebé también, por lo que me dirigiera a la caja a liquidar, no sin antes obsequiarme 12 latas de leche. Les contesté que la cuenta ya estaba pagada por el Presidente de la República; todavía les dije que le dieran las gracias al licenciado Echeverría, que habían sido muy amables por la atención. Médicos y enfermeras enfurecidos hablaron al Ministerio Público porque no quería pagar, pero uno de los agentes dijo que lo del decreto era cierto; entonces los doctores me dijeron: ‘De perdido devuélvanos la leche’, a lo que les contesté que no. Sólo se escuchó ‘Viejo bandido, sinvergüenza’”.
El domingo 8 de mayo de 2016, su cuerpo fue velado en la funeraria Gayosso de Zona Río. El lunes 9, su cuerpo fue llevado a recorrer la colonia 3 de Octubre, y ahí le armaron una fiesta. Familia y mujeres seguidoras prepararon comida para todos, los hombres llevaron la música, corridos de la revolución como le gustaba, aquello se convirtió en una celebración. La despedida del luchador social se dio a su estilo: en la tierra que quitó a la nación para dársela a los necesitados.
Descanse en Paz, Ricardo Montoya Obeso.