Aquel día estaban aglomerados los políticos en un búnker secreto ubicado como a veinte metros por debajo de un Soriana de Tecamachalco. El Presidente, quien estaba presente en aquella reunión, se hallaba muy ocupado jugando “candy crush” en su Tablet presidencial.
Mientras tanto, sus subordinados trataban de dirigir su atención hacia asuntos de mayor importancia. Desconocido para tan distraído Presidente, estaban a punto de mostrarle un avance tecnológico insólito; se trataba de un proyecto secreto financiado con lo recaudado al impuesto a los refrescos de cola.
¡¿Está usted listo, Señor Presidente?! Dijo su secretario impacientemente. El Presidente, irritado por la interrupción de su juego dejo su Tablet y se dispuso a hacer caso unos segundos. Los militares sacaron tras una gruesa cortina de acero, un extraño aparato salpicado de cables, manivelas y botones. Contaba con un receptáculo en forma de silla presidencial en su centro. Ante el obvio asombro del Presidente, éste formuló una pregunta interesante. ¿No usaron dinero de mi avión de 7000 millones en esta ‘mafufada’, verdad? Cuando se le aseguró que ni un centavo de su palacio volador se había utilizado en ello, el Presidente respiró muy aliviado. Los reunidos procedieron a explicarle que lo que estaba frente a sus azorados ojos, era la primera máquina del tiempo construida con la más sofisticada tecnología mexicana.
Le invitaron a sentarse en la máquina para probarla. Claro que después de oír que la habían fabricado en un hangar de Xochiaca, el Presidente no estaba del todo ansioso por sentarse en el misterioso y a leguas radioactivo armatoste. Temía con justa razón, ser ‘desmolecularizado’ como un taco de puerco en un ‘colisionador’ de partículas.
Sin embargo, le habían asegurado que ya se había mandado un centenar de animales callejeros y que ninguno había sufrido daño visible en el cerebelo. ¡Ah, bueno! ¡Así sí se sentó! Entonces el mandatario se trepo en la máquina (la cnop2100 cuasi-beltrónica). Estaba muy confortable aquel futurista aposento. El de lentes diminutos y el de cara de rey olmeca, le pidieron al Jefe supremo de la nación que cerrara esos ojos coscolinos con los que conquistó a muchas en campaña, que se relajara como cuando le donaron veinte propiedades.
Entonces, un oficial de rango jalo una manivela y la silla comenzó a bufar y a girar. Comenzó a producir una luz cegadora que dejaba apenas ver el copete del Presidente, quien se desintegraba en una sopa de átomos, impulsados hacia un agujero de gusano más vacío que el de las finanzas públicas de la nación. Hacia dónde habría ido a parar el Presidente, se preguntaban algunos. La silla habría reaparecido reconstituida en sus átomos pulidos, pero ni rastro del amado líder. Entonces el secretario de los lentecitos viendo su reloj suizo repelente al agua, comenzó a sudar sobre su traje de dos mil dólares. Cuando pasaron veinte minutos y el Presidente no aparecía con todos sus átomos amalgamados con engrudo Liconsa, apeló al control de emergencia que venía con el aparato. Entonces comenzó a oprimir afanosamente el “switch” de emergencia para ver si así podía traer de vuelta al presidente. Se suponía que el mandatario debía aparecer en aquel sellado tubo transparente de al lado, igualito que como se había ido, idéntico hasta el último pelo del preciado copete.
Gracias a San Fidencio de los Neutrinos, el Presidente reapareció dentro de aquel tubo sellado y casi todos respiraron aliviados. Un par de aspirantes a ocupar su cargo seguro se lamentaron en silencio el regreso del ogro partidista. En fin, que ya lo tenían de vuelta, pero definitivamente algo no andaba muy bien. Al parecer el mayor temor de los secretarios se había manifestado.
Continuará…
Alejandro Torres Occaranza
Tijuana, B.C.